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El veto a Saramago fue “falta de sentido y de gusto”, según el presidente de Portugal

Marcelo Rebelo de Sousa recuerda en el 20º aniversario del Nobel por qué el escritor decidió emigrar a Lanzarote

Saramago con Joaquín Sabina en una fotografía del mexicano Pedro Valtierra
Saramago con Joaquín Sabina en una fotografía del mexicano Pedro ValtierraSashenka Gutierrez (EFE)

El 20º aniversario del Nobel de José Saramago no ha sido pacífico en Portugal. El actual presidente del país arremetió contra el anterior (de su mismo partido) en la apertura del congreso sobre el escritor que organiza la universidad de Coimbra.

En 1992, el gobierno que dirigía Aníbal Cavaco Silva (PSD) vetó la candidatura de El evangelio según Jesucristo para el Premio Europeo Literario. Seis años después recibió el Nobel, pero influyeron más la presión y las recomendaciones de la intelectualidad y la industria literaria españolas que el Gobierno portugués.

En la apertura del congreso de Coimbra que estos días dedica al escritor, el actual presidente del país, Marcelo Rebelo de Sousa, recordó aquel desencuentro, que no fue puntual. Pocos días antes de que Cavaco Silva dejara su cargo en 2016 -de primer ministro pasó a ser elegido presidente-, condecoró al entonces subsecretario de Estado de Cultura, António Sousa Lara, "por sus relevantes servicios a Portugal". Sousa Lara ha pasado a la historia por ser el artífice del veto.

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“Nos cruzamos en aquel 8 de octubre de 1998, siendo yo líder de un partido, el PSD, cuyo Gobierno había sido el motivo invocado para que José Saramago zarpase de las tierras de Portugal para las islas españolas”. Rebelo de Sousa recordó en la universidad de Coimbra aquel desencuentro y cómo lo arregló después. “...Atravesé una plaza madrileña para ir a dar un abrazo a Saramago, poniendo así fin a aquello que era una falta de sentido y falta de gusto al mismo tiempo, en términos de vivencia en la sociedad portuguesa”.

En el congreso de Coimbra, inaugurado en un acto que contó con la presencia de la viuda del Nobel, Pilar del Río, se ha hablado del polémico transiberismo de Saramago. Han pasado tres décadas desde La balsa de piedra, donde la península ibérica se desprende del resto de Europa y comienza a navegar por el Atlántico. Una reacción del escritor a las condiciones en que ambos países habían entrado en la Unión Europea.

Para Antonio Sáez Delgado, profesor de la universidad de Évora, el Nobel luso ha sido el último iberista, “pero cultural”. Y lo entronca, así, con Pessoa, Almada Negreiros, Torga, Eduardo Lourenço, Valle-Inclán, Margall, Unamuno o Clarín. “Saramago veía una España plural y múltiple, constituida por un Estado articulado por varias nacionalidades en pie de igualdad, que facilitaría el diálogo con Portugal. No sería, como quería Alamad Negreiros, un diálogo dual Portugal-España sino una conversación coral entre varias voces, pasado el peligro de Castilla”.

Saramago fue evolucionando del “iberismo cultural” hasta un “trasiberismo” que acogería a los países latinos de América y África, aunque, cansado de polémicas con este asunto, reconocía que “ser ibérico equivale a rozar peligrosamente la traición”.

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