Cine hermoso y puro, o sea, Cuarón
En 'Roma' todo suena a verdad, su formidable lenguaje visual sirve para expresar con complejidad sensaciones y sentimientos
Debe de ser fantástico asistir a los festivales sin tener obligaciones profesionales, viendo exclusivamente lo que te apetece de la programación, sin la responsabilidad de tragarte las tantas veces mediocres y tediosas secciones oficiales, poder buscar joyas en las secciones paralelas, ciclos, cine que no concursa. En el apartado Perlas, que agrupa películas que se han estrenado en otros festivales, te puedes encontrar con la mejor cosecha del año. En esta sección se han exhibido las hermosas y memorables Cold war (se estrena comercialmente la próxima semana y escribir de ella supondrá un placer) y Roma. La segunda no está claro que vaya a pasar por las salas, ya que está producida por Netflix y lo consecuentemente prioritario para ellos es su clientela, que los que disponen de esa plataforma audiovisual puedan degustarla en su casa, o en la tablet o en el móvil, en esos sitios y artilugios tan raros donde parece que está definitivamente condenado el cine.
Acabo de ver Roma en la gran pantalla, con un sonido muy cuidado, en la oscuridad, en el escenario ancestral y natural. Y salgo conmovido. La dirige el mexicano Alfonso Cuarón y está hablando de su memoria de infancia, de su familia, de una sirvienta que ejerció de ángel protector con él, con sus hermanos, su madre, su abuelo, alguien que ejercía modélicamente su duro trabajo, pero que también les comprendía y les amaba. Cuarón nos regala una estética admirable (en blanco y negro, sin música), un cámara prodigioso que no pretende exhibirse ni alardear, sino que es el instrumento para narrar la vida, transmitirnos con poderío y sutileza las luces y las sombras que se alternan en la existencia, la alegría y el dolor, la ternura y la crueldad, la generosidad y el egoísmo, la violencia y el abandono. Todo parece cotidiano y gozoso en esa familia de la burguesía, hasta que aparece la oscuridad. Cuarón describe un parto como yo no había visto antes el cine, te horroriza con una matanza de manifestantes que cometieron los paramilitares y el ejército en el año 1971 en una plaza de la Ciudad de México, te transmite lo que se debe de sentir ante un temblor de tierra y un incendio, te angustia hasta lo insoportable con las olas del mar queriendo tragarse a unos niños. Nada suena a forzado en la primorosa descripción que hace el director sobre ese mundo de ayer, todo suena a verdad, su formidable lenguaje visual sirve para expresar con complejidad sensaciones y sentimientos.
Me perturbó Magical girl, la anterior película de Carlos Vermut. Poseía originalidad y personalidad, un tono enfermizo y perverso, situaciones y personajes imprevisibles, eso tan difícil de conseguir llamado atmósfera. Por lo tanto, esperaba con notable curiosidad Quien te cantará. El arranque es misterioso. La protagoniza una cantante que estuvo de moda 10 años antes y que desapareció de la profesión. Sufre amnesia y una depresión feroz, de las que el único alivio llega con el suicidio. El suspense se acaba pronto para mí. Aquello no avanza, es fatigoso, abunda el psicologismo turbio, las vanas pretensiones de atractiva negrura, la vampirización nada creíble. No me importa lo más mínimo el pasado, presente y futuro de la aturdida dama ni su retorcida relación con su mayor fan ni el transvase de personalidades ni el suspense sobre su problemática y difunta madre. Tengo la sensación de que no entiendo nada y tampoco siento la menor fascinación por su sofisticado diseño visual. Solo me viene a la cabeza todo el rato el recuerdo de Persona, aquella película de Bergman que era verdaderamente inquietante. Quién te cantará dura dos horas, pero tengo la sensación de que llevo amodorrado una semana. Y la olvido rápido. La intensidad tortuosa siempre me ha puesto de los nervios.
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