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La imaginación derrota a la ciencia en las películas sobre la prehistoria

'Alpha', el filme sobre la domesticación del lobo, se convierte en el éxito de taquilla sorpresa del verano

Guillermo Altares
Kodi Smit-McPhee en una imagen de 'Alpha'.
Kodi Smit-McPhee en una imagen de 'Alpha'.

La prehistoria anda muy agitada en el terreno científico, pero también en el cultural. Días después de que se anunciase en Nature el descubrimiento del primer humano híbrido, la hija de dos especies diferentes del género homo, se estrenó Alpha, una película que relata la aventura de un adolescente y un lobo al final de la Edad de Hielo. El filme de Albert Hughes se ha convertido en el éxito de taquilla inesperado del verano –alcanzó los 900.000 euros en su primer fin de semana y se mantiene tres semanas después entre los diez más vistos– y demuestra una vez más la fascinación que despiertan las recreaciones imaginarias del pasado remoto de la especie humana.

El cine cavernícola es escaso y, en general, muy poco atinado

Para llevar la prehistoria al cine con cierta verosimilitud es tan importante la imaginación como la ciencia porque los investigadores disponen de datos fragmentarios y casi siempre difíciles de interpretar: sabemos mucho, pero nos falta mucho. De hecho, la historia que relata el filme, la domesticación del perro, sigue siendo uno de los temas más debatidos entre los especialistas. Todos los investigadores tienen claro que, como ocurre en la película, los perros nos ayudaron a sobrevivir como especie, pero las hipótesis sobre la horquilla temporal en la que se produjo la domesticación varían mucho: desde los 10.000 a los 38.000 años. La prehistoriadora francesa Marylène Patou-Mathis, que fue asesora del filme AO. El último neandertal, confiesa no haber visto todavía la película, pero señala: "La estrecha relación entre un hombre y un lobo hace 20.000 años me parece un gran tema".

Aunque la posibilidad de secuenciar ADN fósil ha permitido avances espectaculares, las lagunas siguen siendo enormes. Y, como insiste Patou-Mathis, "la ausencia de pruebas no es una prueba de la ausencia". En otras palabras, que no se haya descubierto algo no significa que no exista. Pero los humanos prehistóricos dejaron abierta una ventana enorme hacia su universo en forma de imágenes. El arte parietal, un fenómeno universal que aparece en diferentes partes del mundo más o menos de forma simultánea, nos muestra cómo veían su entorno aquellos humanos que vivieron hace miles años, por ejemplo su profundo conocimiento de los animales que les rodeaban como demuestran las cuevas de Altamira, Chauvet o Lascaux.

Ante la ausencia de contexto, los misterios que rodean al arte parietal nunca podrán aclararse

Los científicos han renunciado hace mucho a su interpretación y se limitan a su clasificación porque, ante la ausencia de contexto, los misterios que rodean este arte nunca podrán aclararse: ¿Qué significaban las manos que pintaban en las paredes? ¿Y los signos como puntos o rayas que se repiten en muchas grutas? ¿Por qué pintaban animales y no paisajes? ¿Por qué algunos animales, como los bisontes o los renos, se repiten en muchas cuevas y otros, como los felinos, son mucho más raros? ¿Por qué en la gruta de Rouffignac hay dibujados 100 mamuts, un animal que seguramente sus autores no habían visto nunca –no había en esa zona– y que es muy escaso en el arte parietal?

La literatura que imagina la prehistoria es enorme y empezó a producirse desde el nacimiento mismo de la paleontología, a finales del siglo XIX y principios del XX. En cambio, el cine cavernícola es escaso y, en general, muy poco atinado. Con perdón de la familia Picapiedra y de la saga Ice Age y de lo que nos depare un filme titulado The last neanderthal que, según Variety, preparan los hermanos Joe y Anthony Russo (directores de Avengers: Infinity War), la referencia sigue siendo la versión cinematográfica dirigida en 1981 por Jean-Jacques Annaud de En busca del fuego. Preguntado sobre su película sobre la prehistoria favorita, el periodista Gregory Curtis, autor del ensayo Los pintores de las cavernas (Turner), elige La cueva de los sueños olvidados, un magnífico documental de Werner Herzog sobre la gruta de Chauvet.

En busca del fuego es, en cambio, pura ficción: se trata de una adaptación bastante libre de la famosísima novela que los hermanos belgas que firmaban como J.H. Rosny Aîné publicaron en 1909 y que no se ha dejado de leer ni de editar desde entonces. Annaud fue capaz de rodar sin efectos digitales hasta mamuts con una ambición científica de la que en gran medida se inspiró Hughes para el suyo.

Desmond Morris y Anthony Burgess

Annaud contrató al etólogo Desmond Morris para diseñar los movimientos de sus personajes y al escritor Anthony Burgess, el autor de La naranja mecánica, para que se inventase los dos lenguajes que aparecen en la película, el de la tribu neandertal protagonista y el de los sapiens con los que se cruzan. Albert Hughes ha seguido un camino parecido ya que encargó a la antropóloga canadiense Christine Schreyer, experta en la revitalización de lenguas, que se inventase un idioma para la película. Es imposible saber qué se hablaba hace 20.000 años en Europa, así que, según ha relatado a la prensa canadiense, Schreyer decidió trabajar con tres protolenguas, idiomas reconstruidos por los lingüísticas que podrían estar en el origen de los hablamos ahora.

"Investigué varias protolenguas que podrían haberse utilizado más o menos en la época en la que transcurre la película, el proto-nostrático, el proto-euroasiático y el protodené-caucásico. Y me tomé unas cuantas licencias creativas", ha explicado Schreyer. Cuando le puso a trabajar en el guion de Tierra de faraones, William Faulkner llamó desesperado al director Howard Hawks para preguntarle: "¿Cómo diablos hablaban los faraones?". No llegó a escribir una sola línea, aunque aparece como guionista porque no era cuestión quitar a un premio Nobel de literatura de los créditos. Es imposible saber cómo demonios hablaban los prehistóricos, en qué pensaban o cómo era su vida cotidiana –no muy cómoda, seguramente, al menos según la esperanza de vida–. No podremos saber nunca si fue cómo nos lo cuentan, pero lo importante es salir del cine con la sensación de que sí pudo haber sido así.

Annaud, Burguess, Morris y sus mamuts sin efectos digitales fueron los primeros en conseguirlo. El filme de Annaud fue criticado en su momento porque, al final (si se puede hacer un spoiler de una película que transcurre hace 80.000 años y estrenada hace casi cuatro décadas) la pareja que forman un neandertal y un sapiens tiene descendencia, algo que entonces parecía imposible porque se trata de dos especies diferentes. Hoy la genética ha demostrado que fue así.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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