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“¿Qué hacer con el Valle de los Caídos? Nada, dejarlo ahí”

Reproducción íntegra del diálogo de EL PAÍS con el escritor a partir de su última novela, 'El Rey recibe'

Eduardo Mendoza, el pasado 31 de agosto, en Barcelona.Vídeo: JUAN BARBOSA / EPV
Juan Cruz

Cuando ganó el Cervantes, hace dos años, e hizo su discurso ante los reyes en Alcalá de Henares, Eduardo Mendoza le dijo a Don Felipe que en ese momento estaba escribiendo una nueva novela, cuyo título era El Rey recibe. “¿Recibe qué?”, le preguntó el rey. Aquí está el resultado: la historia de España (y del mundo) desde 1960 a 1975, contada por uno de los grandes narradores españoles de posguerra. El libro, publicado por Seix Barral como todos los suyos, engrosa la lista abierta por La verdad sobre el caso Savolta, el primer libro reseñado (por García Hortelano) por EL PAÍS en su historia. En todos sus libros, incluido aquel, este barcelonés de 75 años se muestra como lo describió aquí Javier Rodríguez Marcos cuando hizo aquel discurso ante la pareja real: “Zumbón y melancólico”. En El Rey recibe esas dos características se acentúan. Y en esta entrevista la melancolía aparece gravemente sobre todo cuando, al final, habla del momento que ahora vive Cataluña.

Pregunta. Parece una novela más escrita por la persona Eduardo Mendoza que por el escritor de su nombre.

Respuesta. Sí, hay algo de eso. No quería escribir novela. Me propusieron escribir unas memorias y así empecé. Pero mi estilo es la novela y lo cambié a un personaje que no tiene nada que ver conmigo. Las anécdotas son inventadas, aunque hay un recorrido por mi vida. Pero insisto en que el personaje no soy yo, ni siquiera soy yo disfrazado.

P. ¿Ese Rufo “felizmente insatisfecho” no es un poco Eduardo Mendoza?

R. No. El balance que hago de esos 25 años de mi vida es muy positivo. Soy egoísta pero no egocéntrico. Todo me parece poco para mí, pero me doy cuenta de la enorme suerte que he tenido.

P. Sobre los sesenta del siglo XX escribe usted: “En aquella época las personas todavía se comportaban de una manera irreprochable”.

R. Sí, claro, son frases muy simplificadas para ver si conseguía dar una idea general, no una descripción sociológica, sino una sugerencia comparativa. Es verdad que ahora nos parece que la sociedad española era tremendamente obediente, circunspecta, se comportaban todos muy bien y el que se comportaba mal era sabido, señalado. Afortunadamente, eso ha cambiado.

P. Su personaje viene a Barcelona antes de la Transición, en Navidades, regresa a Nueva York para el fin de año, y se da cuenta de que en ambos sitios va a empezar una fiesta de la que él se queda fuera.

R. Hay dos palabras que brotan, fiesta y aventura. Esta es mi experiencia y la que se resume al final del libro. Dejo Barcelona porque España es invivible, es una pecera donde te ahogas, y me voy a Nueva York, donde se me abre el horizonte. Pero se produce la Transición y pienso: ¡Vaya, una vez más me he equivocado y la fiesta estaba allí y no aquí! Pero ya no tengo remedio, no puedo ir colándome en todas las fiestas. Es la sensación con la que acaba el libro y con la que se abrirá la segunda parte: en España está habiendo una fiesta en la que se paga una cara entrada, pero es una fiesta de ilusiones y de futuro, a la que estamos privados de participar los que nos fuimos.

P. ¿En aquel preciso momento tuvo envidia de lo que ocurría aquí?

R. Envidia no, tuve la sensación de perdérmelo. Vine en ocasiones, claro, no renuncié totalmente. Lo vi y quizá me llevé una impresión un poco de turista accidental, porque los que estaban aquí me decían un poco lo mismo pero al revés: “Si tú supieras lo que es esto…”. Pero yo llegaba y veía unos cambios tremendos.

P. ¿Cuándo volvió, en 1983, sintió que las proclamas de desencanto eran reales o que nos estábamos quejando de vicio?

R. Las dos cosas. Había habido una etapa preparatoria de acumulación de ilusiones que por fuerza tenía que desembocar en desencanto. Sí es verdad que en seguida se produjo un retroceso muy rápido y muy fuerte, el desencanto lógico de las ilusiones puestas en un sistema político que no dejaba de ser humano. Coincidió con momentos muy críticos de la segunda mitad del siglo XX, el SIDA, la plaga de la droga… Todo eso pasó una enorme factura. Por donde nadie lo esperaba apareció el enemigo: ¿quién iba a esperar una plaga bíblica cuando se discutía si había que hacer o no la reforma industrial?

P. Es una mirada periodística muy melancólica. Más de Eduardo que de Rufo.

R. En realidad el libro tiene tres narradores. El protagonista narra a ras de suelo lo que a él le va pasando. El segundo narrador, que soy yo, es el que cuenta lo que pasa históricamente. Y un tercero (siempre soy yo, claro, porque yo he escrito el libro) que es el fantasioso, el que vive esta aventura de reyes que quieren reconquistar reinos medievales, que es algo que me ha acompañado toda la vida…

P. Pero, siendo risueño como casi siempre, tiene usted aquí un tono de pérdida de tiempos que quizá pudieron ser distintos…

R. Es el pasado, y se han producido también pérdidas personales reales… Vuelves a la sociedad que conoces y en la que has vivido y ves que es otra, paseando por Barcelona veo que me apropié de una ciudad que ahora no encuentro. Siempre hay una pérdida.

P. Cuarenta años después la Transición ha sido revisitada por jóvenes que la consideran un fraude…

R. La historia es el derecho a equivocarse de cada generación. Si querían algo perfecto, esa es una reclamación absurda. Lo que se hizo se hizo muy bien, todos recordamos momentos de una gran incertidumbre, de un equilibrio muy precario y finalmente las cosas salieron bien porque la gente las hizo bien. Me resisto a aceptar esta visión tan desdeñosa y tan fraudulenta de lo que pasó en aquellos años.

P. Rufo Batalla es el periodista que dice algo que podría haber dicho Mendoza: “Periodismo es todo lo que será menos interesante mañana que hoy”.

R. La frase no es mía, el problema es que no recuerdo de quiénes son las citas que incluyo.

P. ¿Qué concepto tiene del periodismo que se hace hoy? En su libro escribe del periodismo que se hacía en los setenta, ahí se identifica el Manuel Vázquez Montalbán de Por favor, y otras publicaciones de la época…

R. Es verdad que aquella época la definió el periodismo serio, pero también el periodismo de revistas, frívolo y canalla. Si quieres saber cómo fueron aquellos años tienes que ir al periodismo. En otras épocas no. No sé si dentro de unos años, estos quedarán reflejados por quien los quiera descubrir. Tengo la impresión de que ya no será así. Como el cine o el teatro, el periodismo cumple otra función, no sé cuál ni tampoco sé cuáles son los límites del periodismo. ¿Es periodismo un blog, Instagram, la telerrealidad?

P. ¿Cuál es el que le satisface a usted como ciudadano?

R. Yo sigo siendo lector de periódicos y, sobre todo, de revistas, un género que está desapareciendo, no me refiero a las revistas de actualidad y famoseo, sino las de actualidad cultural y política que de vez en cuando hacen balance de la semana, del mes o de lo que está ocurriendo en algún sitio. Soy un gran lector de revistas básicamente extranjeras porque en España apenas hay.

P. Usted escribe aquella frase: “En aquella época las personas todavía se comportaban de una manera irreprochable”. ¿Cómo se comportan ahora las personas?

R. Fatal. Las personas se comportan muy mal y el mundo las jalea.

P. Un buen titular.

R. Es la sensación que hay: antes la gente se rasgaba las vestiduras, ahora llaman listillo al que chulea y éste tiene muchas posibilidades de ser elegido para un alto cargo… Pasa en todo: incluso creo que hay políticos que fuerzan el escándalo porque si no parece que sean muy aburridos y que van a perder el interés de la gente. Creo que se finge, que simulan hechos dudosos para generar interés, para que la prensa y las redes sociales se fijen en ellos.

P. Eso se podría conjuntar con esta frase de su libro: “Bajo la piel de un príncipe que se diría salida de un cuento de hadas se oculta una triste historia de rabiosa actualidad política”.

R. Ja, ja. Haciendo balance de las personas que han recorrido el último siglo en España con una intervención pública importante podríamos ver al Rey, primero como un príncipe que va detrás de Franco; de repente, cuando todo el mundo piensa que es un figurón que no sirve para nada es el artífice de la Transición, el héroe nacional que salva la democracia. Pasan los años y otra vez vuelve a ser un personaje acartonado a quien todo el mundo mira entre desdén y condescendencia. ¡Qué historia más larga, más completa, casi diseñada por un arquitecto!

P. Rufo Batalla le hace decir a Mendoza, o al revés: “Lo que sí tenía claro es que el periodismo no me interesaba como profesión”.

R. Sí. Es una de las profesiones que me planteé en su día porque me gustaba escribir y no me gustaba Derecho, lo que me tocaba hacer por tradición familiar y por estudios. En aquella época no era difícil sacarse el título de Periodista teniendo una carrera, y lo estuve sopesando como sopesé otras posibilidades para ganarme la vida. Nunca pensé que me la fuera a ganar escribiendo.

P. Pero en el libro usted cuenta con mucha precisión periodística: el periodo de Fraga en el franquismo, la Primavera de Praga, Mayo del 68, otros acontecimientos nacionales o mundiales… Es como la crónica general del desaliento de un país, España, que está quedando “diferente”…

R. Hay momentos en los que suceden cosas importantísimas y en España lo vemos en el No-Do. Eso es terrible. Por ejemplo, Mayo del 68 fue muy importante y aquí lo vemos como un espectáculo que se está dando en París. O la Primavera de Praga y antes Hungría, importantes como acontecimientos y también por lo que suponen de cambio de perspectiva, como la valoración de un comunismo que nos había parecido un sueño posible, una salida interesante… Todo eso lo vemos a través de periódicos, sabiendo que no nos han invitado a la fiesta.

P. Dice que Mayo del 68 se veía como “una estéril travesura de niños consentidos, ácratas del presente que serían banqueros del futuro”. También habla de las relaciones de los comunistas con los que no lo eran, como en esa conversación en la que acaban acusando a uno de ser de la CIA porque no era muy comunista. ¿Vivió todas esas cosas?

R. ¡Todas, todas! El viaje a Praga lo hice en aquel momento para ver cómo era el comunismo del que tanto se hablaba, tuve esos encuentros y conversaciones, saqué estas impresiones, pero eran impresiones de turista. La lectura de periódicos extranjeros, con corresponsales y enviados especiales, te permite una impresión superficial, pasajera, de los hechos. A veces lees en un periódico inglés artículos sobre lo que está ocurriendo en estos momentos y piensas: ¡Vaya, podría decir esto o lo contrario!, no tiene nada que ver. Por eso soy muy consciente de que las impresiones que saco me las puede rebatir cualquiera.

P. El resumen de la época lo hace explícitamente Rufo, a quien podríamos llamar ahora ya Rufo Mendoza: “En España estos acontecimientos acrecentaron el sentimiento de lejanía, estábamos perdidos en el lodo franquista”.

R. A esas alturas ya el lodo no era franquista: lo daba la tierra. Como he seguido escribiendo ahora ya no sé qué parte de lo que recuerdo está en este libro o en el siguiente de la trilogía; pero hay un momento en que Franco desaparece, viene a ser otra vez un extra de la película porque la película ya funciona sola y vivimos en una España muy conservadora que ha renunciado a cualquier posibilidad. Luego se produce el cambio, pero de momento parece que estamos metidos en un cauce sin ningunas ganas de salir. Claro, ibas al extranjero, veías en los demás países que estaban pasando cosas y volvías a España pensando: ¡Qué tristeza, qué falta de vitalidad tenemos! Esto era lo más preocupante, más que la falta de libertad (que también), el conformismo con la situación. Yo salí en seguida al extranjero. Primero conseguí una beca, luego trabajé unos años, siempre procuré vivir bastante tiempo fuera, lo iba comparando con lo que ocurría en España y pensaba: “Esto es hospitalario”. Luego cambió y me pilló fuera, en mi afán por encontrar la isla del tesoro me pasé de largo.

P. Pero resalta que gracias al feminismo y el turismo minaron los cimientos del franquismo, por lo menos mientras vivió Franco…

R. Sí, estaban creado una opinión pública que luego iba a ser intolerante con muchas cosas y estaba preparada para afrontar una serie de riesgos. La historia muy injusta con esta prensa que ya ha desaparecido de la memoria colectiva, la revista Triunfo, TeleXprés, todos aquellos que emprendieron una lucha tremenda, primero contra la censura, la opresión, pero también por interesar a un público muy dormido.

P. En medio de aquella “felicidad insatisfecha” que vive el personaje aparecen los Beatles y Sgt. Pepper's. “Algo estaba cambiando”, escribe usted, y esa canción fue el síntoma. ¿También fue importante para usted?

R. Mucho. Fue mi primer gran contacto con el mundo exterior. Me fui a vivir a Londres y coincidí con aquel swinging London… La minifalda, los Beatles…, todo de una enorme frivolidad, pero estaban abriendo paso a una nueva manera de pensar, de enfocar la vida. Poco antes de hacer las maletas para volver, compré ese disco que acababa de salir, llegué aquí comentando lo bueno que era y lo bonita que era la portada, un collage de personajes en el que estaban los propios Beatles, pero también Freud, Tarzán, Oliver y Hardy…

P. Desde Nueva York Rufo hace un viaje a Madrid, que recuerda a los suyos. ¿Cuál es su relación con Madrid?

R. Entre las pinceladas importantes quería incluir a Madrid porque para mí tiene una gran importancia. Es la primera ciudad que visito porque mi padre iba a menudo a ver a su hermano y es cuando descubro que Barcelona es una ciudad y Madrid es otra, pero además que ésta es completamente distinta, que no se parecen en nada, una es Las Ramblas, el puerto, los barcos, y Madrid tiene unos edificios muy imponentes, museos… También es parte de mi vida porque voy a casa de mi familia, luego conozco a gente de Madrid en Barcelona, establezco una relación muy personal con otra ciudad y me doy cuenta de que soy bilingüe de ciudades. Después estableceré relaciones con Londres, París, Nueva York, Roma, Viena…, pero Madrid es otra cosa, es como el bilingüismo para mí. He nacido con un pie en cada ciudad, están las dos en mi vida y siempre he querido que pareciera en mis novelas. Está ahí y creo que no se entiende la vida de un barcelonés sin Madrid, igual que no se entiende el Barça sin el Real Madrid.

P. En el último viaje del libro —Per Nadal tots a casa…—, usted deja Nueva York y viene a la Navidad de Barcelona… Ahí extrae esta conclusión previa a la Transición: “Y ahora el objetivo prioritario era recuperar la presencia de una Cataluña democrática y progresista doblemente sojuzgada por el régimen dictatorial. Con este fin, las fuerzas del catalanismo se habían agrupado en un frente común en el que tienen cabida todas las tendencias de carácter democrático, desde los feroces anarquistas de viejo cuño hasta los mansos católicos posconciliares”.

R. Es cuando se constituye como fuerza política sin una ideología muy marcada y el PSUC que anda por ahí y no sabe muy bien qué papel le toca jugar…, nunca lo ha sabido muy bien, pero en ese momento el desconcierto es grande.

P. ¿Cómo se refleja la historia de ese momento en la actualidad?

R. No lo sé y no lo entiendo. Dedico mucho tiempo a pensar en esto. Leo lo que se publica, porque quiero entender de dónde viene, si esto es aquello, si viene de otra cosa distinta. Si ha habido un momento en el que se produjo una ruptura y luego se recupera desde el presente, tergiversándolo, buscando unas raíces donde quizá no están. Me cuesta identificar el movimiento actual con aquellos movimientos, con aquellas diadas pidiendo el Estatut. Pero a lo mejor entonces yo no veía las cosas como eran.

P. ¿Qué sensación le produce no entender?

R. Es muy incómodo, porque quieras que no soy un intelectual. Un intelectual tiene que explicar, no ya a los demás, sino a sí mismo, las cosas que está viendo y muchas no las sé explicar, precisamente las que tengo más cerca, quizá porque tengo más datos, porque me preocupan más, tal vez porque mi propio interés condiciona la visión.

P. Es un momento duro.

R. Sí, porque no lo entiendo, no veo a dónde va. Me preocupa. Me da miedo.

P. Es el único momento de la entrevista en que no ha sonreído.

R. A mi edad las cosas son menos preocupantes porque mi futuro está a la espalda. Pase lo que pase poco me va a afectar, pero bueno… A ver cómo va la cosa. No sé, no sé.

P. En este libro (aún) no se muere Franco. Sin embargo, él se conduele (o no) del asesinato de Carrero y ya se empieza a resquebrajar la dictadura. Ahora otra vez está de actualidad Franco por el asunto del Valle de los Caídos. ¿Cómo está viendo este renacimiento del muerto?

R. No le presto mucha atención porque me parece bastante marginal. Está bien cualquier forma de revisión de la historia, siempre que no sea un símbolo que distraiga la atención de otras cosas, para que por fin y de una vez por todas haya un consenso general en decir que Franco fue un criminal. Me parece bien. Pero, vaya, sacar a pasear unos huesos me trae sin cuidado. ¿Qué hacer con el Valle de los Caídos? Nada, dejarlo ahí.

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