Hallado un ‘banco de ADN prerromano’ en una gruta de 60 metros de profundidad en Asturias
La sima fue utilizada como “espacio ritual” entre el Neolítico y el siglo I y en ella se han encontrado desde restos de caballos a panoplias militares relacionadas con las guerras astur-cántabras
En el límite entre Asturias y Cantabria, en la localidad de Suarías, se abre una gruta de unos 60 metros de profundidad en la que durante miles de años se arrojaron o depositaron cuerpos humanos. Un equipo científico ―dirigido actualmente por Susana de Luis Mariño, del Museo Arqueológico Nacional― lleva excavando allí, y estudiando sus materiales, desde 2020. Los especialistas interpretan este lugar como un “espacio ritual” utilizado “para depositar cuerpos desde el Neolítico (8000 a. C.) hasta la Tardorromanidad (siglo V), lo que lo convierte en un lugar “liminal, es decir, un espacio donde se unen y separan el mundo terrenal y el más allá”.
De momento, se han localizado los huesos de, al menos, “nueve individuos de distintas cronologías”. Lo más importante es que de estos cuatro corresponden a la Edad del Hierro y pertenecían a individuos de la tribu cántabra de los orgenomescos ―ebrios por matar, en antiguo celta―, una población que ocupó la actual Asturias Oriental y la Cantabria Occidental. Esto permitirá realizar análisis genéticos, algo inhabitual porque las tribus célticas ―y las íberas― no enterraban a sus muertos, sino que los incineraban.
Además de los restos humanos, se han localizado otros de fauna mezclados con recipientes cerámicos fabricados a mano, un puñal de filos curvos con su cinturón, cuatro puntas de lanza con sus regatones, un cuchillo, una navaja de afeitar y una fíbula omega. “Puede que se tratase de depósitos rituales, enterramientos con ajuar o, incluso, sacrificios humanos”, señalan los investigadores.
Todo comenzó en 2016 cuando se localizaron piezas arqueológicas en la superficie de la gruta, conocida como La Cerrosa-Lagaña, lo que motivó una primera intervención arqueológica. Dio como resultado el hallazgo de objetos relacionados con las Guerras Cántabras (29 a. C- a 19 a. C.), una campaña bélica emprendida por el emperador Augusto para acabar con la resistencia de las tribus astur-cántabras. Así, en la primera excavación de 2020 se recuperó, entre otras piezas, la citada panoplia guerrera, única en el norte peninsular. Pero este fue solo el primero de los descubrimientos que sorprenderían a los arqueólogos en los siguientes años.
Entre los restos de la Edad de Hierro, destaca el hallazgo del “mayor depósito arqueológico de la cavidad, que consiste en una ingente cantidad de huesos de fauna mezclados con fragmentos de recipientes cerámicos fabricados a mano y restos de varios cuerpos humanos de mujeres”. No existe en todo el norte peninsular un depósito de estas características que, además, se esté estudiando de manera tan exhaustiva. Los expertos interpretan que todo esto puede corresponderse con “un acto ritual desarrollado, bien en un único momento, o bien a lo largo del tiempo en un periodo que abarca los siglos VIII a. C. a V a. C.”.
Si se tratase de un depósito simbólico, los arqueólogos creen que los recipientes hallados serían ofrendas, al igual que los animales. ¿Y los cuerpos de las mujeres jóvenes? De momento, el equipo multidisciplinar que estudia la gruta (más de una veintena de especialistas del CSIC, Universidad Complutense de Madrid, Autónoma de Barcelona, Santiago de Compostela, País Vasco o Instituto Sautuola) no puede dar una respuesta definitiva. “Desconocemos si su muerte [de las mujeres] fue natural o si se trató de un sacrificio al modo que pudo ocurrir con los animales que aparecen a su alrededor”, señalan. “Continuar investigando es lo que hará que estemos más cerca de conocer lo que ocurrió”.
Los investigadores indican que en “un momento tardío de la Segunda Edad del Hierro” (siglo I a. C.) “este espacio se volvió a utilizar, esta vez para depositar una panoplia compuesta por un puñal de filos curvos con su cinturón articulado ―”ejemplo único en todo el Imperio que une el mundo indígena con el romano”―, cuatro lanzas, un cuchillo, una nava de afeitar y una fíbula omega”. Los arqueólogos recuerdan que junto a estos elementos se halló también un hueso largo humano de la misma época, sin haberse determinado aún si es de un hombre o de una mujer. “Tanto la tipología metálica como el carbono 14 indican una fecha coincidente con el episodio de Guerras Cántabras, un momento de crisis en el que la población volvió a realizar rituales en las cuevas y en el que solían elegir espacios subterráneos ya usados en el pasado. En este sentido, puede que se tratase de un depósito ritual, un enterramiento con ajuar o un sacrificio humano”.
Los arqueólogos se centran ahora en “realizar estudios relacionados con los antiguos pobladores de la actual zona de Asturias oriental, ya que cueva de La Cerrosa-Lagaña es “uno de los escasos lugares en los que aparecen restos humanos de la Edad del Hierro inhumados”. “Dado que las necrópolis de la Edad del Hierro existentes en el resto de la Península son de cremación, apenas pueden realizarse estudios sobre los huesos. Por ello, estos individuos cobran una gran importancia para conocer datos como la dieta, la movilidad, la ascendencia, la edad del destete o posibles paleopatologías. Estos individuos se han convertido en un referente para conocer datos muy relevantes sobre los indígenas de la Edad del Hierro que no pueden estudiarse en gran parte de la Península”.
“Gracias a los análisis de ADN”, indica la directora Susana de Luis Mariño, “sabemos que todos los cuerpos analizados hasta ahora son mujeres [lo que no descarta que pueda haber varones]. Los resultados completos aportarán información de la ascendencia de los difuntos y su posible relación familiar. Con el análisis de isótopos conoceremos la dieta de los individuos depositados en esta cavidad. Esto, unido al análisis de contenido cerámico, ayudará a conocer los alimentos utilizados por los usuarios de este yacimiento: la comida de los difuntos y las ofrendas para los dioses”.
Los primeros análisis, además de determinar el sexo de los fallecidos, ofrecen datos sobre la cabaña ganadera del momento: cerdos, bóvidos, cabras y ovejas, y también de otros animales como caballos, perros y osos, convirtiéndose en un lugar de referencia para el conocimiento de la fauna en la Edad del Hierro. “Incluso se han realizado estudios de ADN de los caballos de la Segunda Edad del Hierro, que han dado como resultados preliminares la presencia de yeguas”, indican. En cuanto a los recipientes, el análisis de sus restos señalan que se utilizaron para la preparación de comidas con ingredientes que contenían grasas de rumiantes (oveja, cabra y vaca) para elaborar un guiso. Quizás fuera la última comida ofrecida a los muertos o sacrificados en una profunda gruta asturiana.
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