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Otra vuelta al verano del amor

Ayahuasca, microdosis de LSD, psilocibina... las drogas psicodélicas gozan de una nueva vida con fines terapéuticos medio siglo después de la explosión ‘hippie’. Varios libros relatan este resurgir

DIEGO QUIJANO

Cuando Albert Hofmann descubrió por accidente los efectos del LSD o dietilamida de ácido lisérgico en 1943 poco podía imaginar que su hallazgo iba a marcar varios veranos en el calendario de la historia cultural. Aquella mañana de marzo de hace 75 años, iba en bicicleta y a su lado había una mujer de 21, Susi Ramstein, asistente del químico suizo en los laboratorios Sandoz de Basilea. Hofmann quiso saber después si la sustancia tenía efectos agradables. Así que se fue con una amiga —probablemente Ramstein— a un bosque cercano a la ciudad. Él tomó una dosis de 50 microgramos y a ella le dio 100. No sabemos si era generoso o un miedica.

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Veinticuatro años después, California vivió una explosión de música psicodélica, moda hippie, liberación de las costumbres y consumo de LSD que marcó un hito en la contracultura y se conoce como el Primer verano del amor. Aquello supuso la popularización de una sustancia que en los cincuenta y sesenta se había estudiado más bien en los laboratorios, para asuntos como el tratamiento de las adicciones o en casos de cáncer terminal. En 1968, en plena resaca de aquel verano y en medio de un clima de presión de la prensa y los padres aterrados al ver a sus hijos dejar el nido en masa, las autoridades colocaron a gurús como Timothy Leary en el punto de mira, y a la tenencia de LSD en la casilla de los delitos graves. Pese a que se permitieron algunos experimentos aislados hasta finales de los años setenta, aquello supuso el regreso al underground de los fármacos psicodélicos.

Medio siglo después, y sin explosiones colectivas de júbilo, este verano la psicodelia ha parecido dar un salto en términos de aceptación por parte de la cultura anglosajona dominante, en parte, gracias al libro del periodista Michael Pollan How To Change Your Mind, que la editorial Debate publicará en septiembre con el título de Cómo cambiar tu mente, y lleva por subtítulo: Lo que la nueva ciencia de la psicodelia nos puede enseñar acerca de la conciencia, la adicción, la depresión y la trascendencia. Mezcla de ensayo, libro de viajes y memorias, ofrece un periplo en busca de aquellos que han peleado en este tiempo por hacer que la psicodelia vuelva a los laboratorios.

El psicólogo estadounidense Timothy Leary, uno de los símbolos de la explosión psicodélica de los sesenta, en 1967.
El psicólogo estadounidense Timothy Leary, uno de los símbolos de la explosión psicodélica de los sesenta, en 1967.J. Bulmer (Getty)

Debutante a los 60

El texto, y la reputación del periodista (que se atreve a los 60 con drogas que no cató de joven), ha desencadenado una cascada de portadas sobre el ácido en publicaciones tan prestigiosas (y poco sospechosas de incitar al consumo) como Times Literary Supplemet o el dominical de The New York Times.

Esta insospechada presencia mediática se une a los artículos que vienen dando cuenta de la popularización del uso de las microdosis de LSD en entornos como Silicon Valley. No se trata de una nueva sustancia, sino de una nueva forma de tomar una vieja droga. En lugar de un viaje en toda regla, el consumidor toma una cantidad muy pequeña, que no le hace alucinar, sino que, dicen los conversos, fomenta la creatividad o la concentración.

Papel secante conmemorando el día en que se descubrió el LSD.
Papel secante conmemorando el día en que se descubrió el LSD.EL PAÍS

Otra droga psicodélica, la ayahuasca (DMT), decocción de plantas amazónicas manejadas desde hace siglos por chamanes, vive por su parte un boom como herramienta “para desbloqueos emocionales, para reajustar cuentas con el pasado o para salir de una adicción”. Según cálculos publicados por la revista The New Yorker, unas cinco mil ceremonias de ayahuasca se celebran cada fin de semana en la costa Este de Estados Unidos. Susana, de 44 años, residente en el País Vasco y trabajadora en la gestión de proyectos sociales participó en uno de esos rituales “en 2013”, en una “época en la que atravesaba una crisis”. La liturgia es recurrente: la ceremonia la oficia un chamán, quien, a cambio de unos 60 euros por persona, prepara el brebaje para un grupo de gente. “Antes de tomar nada tuve una entrevista con él, le conté mis miedos y mi objetivo. Al día siguiente se celebró la ceremonia, todos tumbados, casi a oscuras. La protección y el respeto del chamán con el grupo son importantísimos”, recuerda Susana, que describe el resultado como “una liberación”.

La psilocibina, principio activo de los hongos alucinógenos, se investiga por sus efectos terapéuticos para la ansiedad y la depresión en enfermos terminales, mientras que la ibogaina, alcaloide extraído de un arbusto africano, se postula para eliminar el síndrome de abstinencia que conlleva el consumo de opiáceos. El problema es que muchas de estas sustancias —y sus supuestos efectos beneficiosos— se toman, salvo en experimentos clínicos determinados como los conducidos en la New York University o el Imperial College de Londres, con la guía de personas que carecen en la mayor parte de los casos de titulación científica. Pollan explica en su libro que no se conocen casos de adicción o sobredosis de LSD (aunque reconoce los peligros de su consumo en personas con trastornos mentales). Sí se han registrado muertes asociadas con la ayahuasca; cinco desde septiembre de 2015 en Perú, según The Guardian, que compara esa cifra con las muertes por sobredosis de opiáceos en Estados Unidos (63.632 en 2016).

‘Acid house’ y veteranos de guerra

El MDMA es el principio activo del éxtasis. Su consumo dio lugar a lo que la prensa bautizó en 1988 en Reino Unido, con la experiencia hippie en mente, como segundo verano del amor. En lo musical se asoció fama del acid house.

El pasado mes de mayo, The Lancet Psychiatry publicó una investigación conducida en Estados Unidos con veteranos de guerra que sufrían trastorno de shock postraumático de forma crónica y que fueron tratados con MDMA (sustancia que no todos los expertos sitúan en la categoría de las drogas psicodélicas). La mayoría de los participantes en el experimento, en combinación con la psicoterapia, redujeron los síntomas, mejoraron el sueño y la concentración. Este año, tras la aprobación por parte de la Food and Drugs Administration (FAD), empezarán los ensayos en fase III. El éxtasis podría convertirse en un nuevo fármaco

José Carlos Bouso, director científico del ICEERS (International Center for Etnobotanical Education Research and Service), con sede en Barcelona, cree que vivimos una nueva revolución en los psicofármacos, dado que los ansiolíticos, antidepresivos y sedantes convencionales, dice, ya no funcionan bien y se recetan a espuertas. “En EE UU, la FDA –lo que sería aquí la Agencia del Medicamento– ha autorizado su uso en psiquiatría. Y en Europa, la farmacéutica Compass Pathways y la organización de investigación clínica Worldwide Clinical Trials desarrollan un ensayo, también en fase III, con esta sustancia como antidepresivo”.

Este doctor en Farmacología añadió el pasado mes de abril un generoso aparato crítico al clásico de la literatura sobre drogas de Albert Hofmann LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo (Arpa).

Bouso advierte que la moda de las microdosis tal vez no sea tan nueva, pues Hofmann ya había especulado con la posibilidad de que el LSD en dosis bajas (25 microgramos) actuara como euforizante y antidepresivo.

Lo difícil es calcular “la dosis exacta”, dice Mireia Ventura. “Lo que para uno es una microdosis, para otros es algo más y acaban ‘colocándose’. No hay protocolos”. Ventura es coordinadora del servicio de análisis de Energy Control, colectivo con casi tres décadas de trabajo reduciendo riesgos en el consumo de drogas. Esta experta ha detectado que no son los clásicos psiconautas los interesados en la microdosificación, “cada vez más gente pregunta por ellas”.

La escritora estadounidense Ayelet Waldman es una de esas personas. Diagnosticada con trastorno bipolar del tipo II, acaba de publicar Qué día más bueno. Tomar LSD en microdosis me cambió la vida (Reservoir Books), que explica su experimento con el ácido. En el ensayo asegura que dos gotitas (5 microgramos por gota) de aquel frasco azul cobalto dejado en su buzón por un viejo profesor universitario acostumbrado a las microdosis sirvieron para mejorar su vida. En un mes tomó diez veces esas microdosis. A ellas llegó Waldman a través de La guía del explorador psicodélico, de James Fadiman. Este psicólogo, que antes fue abogado de oficio, establece en ese tratado un método de consumo, lo que le ha convertido en un gurú de las dosis subperceptuales de LSD.

Maja Kohek, miembro de la European Coalition for Just and Effective Drug Policies, explica: “Tras recopilar muchos datos y testimonios, la conclusión de Fadiman es que los psicodélicos en dosis tan bajas pueden generar más energía y estimulación, sensibilidad a la luz, agilidad mejorada, así como la eliminación de las cefaleas en racimo. A nivel emocional, los que habían experimentado vieron disminuir la ira. Y a nivel cognitivo, los sujetos informaron haber mejorado la resolución de problemas, la memoria y la productividad. Aunque no todos los que probaron las microdosis sufrieron cambios”.

Pese a lo difícil de cuantificar el consumo de las microdosis en España —el Plan Nacional sobre Drogas aún no ha metido mano en este asunto—, suelen ser personas que han experimentado antes con psicoactivos los principales usuarios, así como algunos terapeutas. “Su uso se está extendiendo desde Silicon Valley a las salas de estar de personas comunes”, afirma Kohek.

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