Móviles prohibidos y programación sorpresa: así funciona el antifestival secreto de Berlín
PEOPLE se consolida en su segunda edición como una celebración ajena a las modas festivaleras
Hace dos dos años Justin Vernon de Bon Iver, Aaron Dessner de The National y el magnate hotelero alemán Tom Michelberger decidieron montar un festival de música completamente diferente, una experiencia distinta a la habitual que permaneciese en la retina y el corazón de cualquier amante de la expresión musical en todas sus formas. La ciudad elegida fue Berlín, capital contracultural europea donde conviven lo hippie, lo punk, lo reciclado, lo moderno y lo hispter de manera sorprendentemente armónica.
Un festival sin promoción alguna, que te iba informando de las convocatorias y últimas novedades por correo electrónico manteniendo así su carácter reservado y minoritario. El que se enterase se enteraba y, afortunadamente gracias a una avispada amiga que lo descubrió y me invitó, tuve la inmensa fortuna de poder asistir a la primera edición de PEOPLE en 2016.
Las premisas no podían ser más excitantes: en vez de un cartel con grupos conocidos habría más de 80 músicos procedentes de diferentes bandas: Alt-J, The Staves, Bon Iver, The National, Polica, Kings of Convenience y figuras de primera mano FLIcomo Lisa Hannigan, Damien Rice, Woodkid ó Sam Amidon que durante una semana colaborarían y convivirían en armonía artística para mostrarnos después sus creaciones durante dos jornadas con horarios de los que no tendríamos ni idea hasta estar allí presentes.
En crucero y sin colas
La cosa pintaba bastante bien y desde luego lo estuvo. Fueron dos días difícilmente olvidables, con todos sus aciertos y (pequeños) errores resultó una experiencia inédita y trascendente. PEOPLE se convirtió en el festival de culto imprescindible, el típico con el que abrasabas a tus amigos y amigas a la vuelta del viaje. Afortunadamente este año se anunció la segunda edición. Esta vez sería en agosto para poder disfrutar del calor Berlinés y para volver como vuelven las segundas partes: con más músicos (alrededor de 150 en esta ocasión), más escenarios, más sorpresas, más de todo. Y con nuevas y excitantes incorporaciones como las de Feist, Jenny Lewis, Kurt Wagner, músicos de Sigur Ros, Parcels, Arcade Fire, Liima y un sinfín más.
Así que allí nos plantamos otra vez, utilizando de nuevo el minicrucero, que para eso ya vamos a los demás festivales en metro y autobús y esto mola bastante más, la verdad. Ya en la cola del barco la organización te obsequia con un periódico que resume su filosofía, cómo han ido los ensayos, etc y este año incluso te animan a que envíes dibujos, fotos y textos para colaborar en el resumen general que se hará del festival a posteriori. Hasta aparece de repente Erlend Øye de Kings of Convenience para amenizarnos la subida al barco a base de ukelele en mano y soleadas melodías en su voz nórdica. Igualito que el Primavera Sound o el Madcool, vamos.
Al llegar, las colas para obtener la pulsera son moderadas y fluyen con rapidez, de manera que entras a la Funkhaus y el primer subidón proviene de la ausencia total de patrocinadores, cosa que hace que tu mente esté relajada al no recibir el bombardeo comercial de turno. Es una sensación maravillosa y muy recomendable y debería ser casi obligatoria.
Sin móviles
La dinámica durante el día es la siguiente: dividen a los asistentes en seis grupos (cada uno con su pulsera numerada) y nos dan un folleto con cuatro conciertos sorpresa asignados cada día en los diferentes estudios. Este año también han añadido un pequeño escenario en el bosque y algunos showcases sorpresa que descubrirás a lo largo de las dos jornadas en diferentes salas del recinto mientras el escenario del hall principal está preparado también para recibir a todo el mundo cuando acaben desembocando para los conciertos nocturnos.
Cuando te diriges a los estudios para ver lo que te han asignado, una chica con un megáfono y unos carteles grandes con distintos números te espera en la entrada y te invita a pasar. La expectación es notable mientras por todos lados te recuerdan que no utilices el móvil y que estés ‘mentalmente presente’ para así disfrutar completamente de la experiencia. Y todos nos sentamos ordenadamente en el suelo para ver las actuaciones en absoluto silencio. Idílico, ¿verdad?
En todos las conciertos es muy palpable la buena energía entre los artistas, están haciendo algo diferente de su rutina habitual y eso se nota, la complicidad y las sonrisas les delatan. Ni siquiera el equipo técnico pone una mala cara ante el pifostio que tienen que hacer entre actuación y actuación y algunos hasta sonríen. Todo un misterio ejemplarizante.
Y la verdad es que es difícil que no se te encoja el corazón cuando puedes disfrutar de manera tan cercana las maravillosas voces aterciopeladas de artistas femeninas como Feist, Jenny Lewis ó Lisa Hannigan o ver a Justin Vernon con los gemelos Dessner de The National completamente entusiasmados presentar su nuevo proyecto Big Red Machine; flipar con Damien Rice tocando en el pequeño escenario del bosque mientras el público corea las canciones con orgásmica satisfacción. Por esto es por lo que hemos pagado y por cosas como éstas amamos la música tan profundamente. Y no puedes evitar pensar en como molaría que Dylan, Neil Young o Patti Smith se apuntasen a esta experiencia algún día.
Mientras tanto el follón de músicos que viene y va es notable, en un momento estás viendo a miembros de Sigur Ros haciendo noise envolvente islandés en una pequeña habitación repleta de amplis y en otro sala te tumbas en el suelo de una sala con los ojos cerrados mientras disfrutas de una experiencia sónica de 360 grados y muchas veces no sabes muy bien a quien estás viendo, a veces te fijas y piensas: ‘ah vale ese del contrabajo es el de Arcade Fire, ese de la trompeta es el de Beirut y ese guitarrista africano es Sinkane!’ añadiendo a la experiencia un juego extra de reconocimiento facial e instrumental.
Durante dos días el festival se convierte en un maravilloso cajón de sastre multidisciplinar de música clásica, rap, danza contemporánea, folk, country, electrónica, etc en el que te dejas llevar por las propuestas sónicas que te ofrecen, no puedes elegir la mayoría de las veces, lo que lo convierte todo en un ejercicio zen de aceptación instantánea muy saludable para tu espíritu. Y no puedes evitar abandonar el recinto completamente agotado, pero con una tremenda satisfacción y con ganas de volver a repetir.
No se sabe cuando será la siguiente edición pero lo que queda claro con PEOPLE es que otro modelo de festival es posible y, sobre todo, necesario. Una experiencia, que con todos sus aciertos y errores, se convierte en algo más real y auténtico, mas personalizado y menos borreguil, más interactivo y con menos posturero. Esta propuesta artística y cultural creada por y para que la gente y los músicos experimenten la música de otra manera marca un (difícil) camino a seguir pues requiere de mucho esfuerzo y de gente muy comprometida para realizarlo. Pero es posible.
Babelia
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