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El tío de Miami de David Trueba

El director presenta en EE UU su película ‘Casi 40’ y conversa sobre el oficio con Nat Chediak, impulsor local del cine español desde los ochenta

Pablo de Llano Neira
Nat Chediak y David Trueba en el Coral Gables Art Cinema de Miami.
Nat Chediak y David Trueba en el Coral Gables Art Cinema de Miami.GIORGIO VIERA

Después de una hora conversando sobre el cine y las presiones comerciales que asfixian al oficio, David Trueba se pregunta: “¿Puedo hacer una película con los mínimos recursos y mantener la atención de los espectadores? Es decir: ¿Puede un tipo salir a un escenario y con dos palillos entretener una hora y media al público?”. Este es el reto que ha afrontado con su última película, Casi 40, que presentó el viernes en un nicho para el cine de autor en Miami, el Coral Gables Art Cinema, una rara avis local que dirige Nat Chediak, enciclopedista del jazz latino y cultivador de cinefilia entre palmeras.

“Para mí esta película es un ejemplo para los jóvenes con talento. Un cine que se respete y que agrade, aunque tenga pocos recursos. Y Casi 40, una película sin apenas presupuesto, es el colmo de esa actitud”, dice Chediak, hijo de un diplomático libanés, nacido en La Habana en 1950, exiliado en 1960 y graduado de secundaria en 1967 en Líbano en medio de la Guerra de los Seis Días. Íntimo y socio de Fernando Trueba desde los ochenta, es como el tío de Miami de David, al que recuerda de adolescente como “un chaval con gafas” que salía y entraba de casa de su hermano en Madrid devolviendo películas y llevándose otras prestadas, con discreto sigilo de contrabandista.

Para el cine español, Miami fue la puerta de entrada en EE UU a través de Chediak, que presentó en 1981 la primera película de Fernando Trueba, Ópera prima, y en 1984, como director del Festival Internacional de Cine, a Almodóvar con Entre tinieblas. El “chaval con gafas” llegó en 1997 con La buena vida, aunque antes había ido como guionista de Los peores años de nuestra vida y gozado del momento en que Guillermo Cabrera-Infante asistió a su imitación por parte de Gabino Diego: “Chico”, se arranca Trueba en correcto cubano, “para hablar de mis primeros recuerdos cinematográficos me tendría que remontar a cuando yo conocí a Rita Hayworth en La Habana…”.

Sentado en una butaca del Art Cinema, un cuarto de siglo después, David Trueba, de 48 años, reflexiona sobre Casi 40, rodada durante la gira promocional de su novela Tierra de campos (Anagrama, 2017), que también presentó en Miami. Es una road movie –una película de carretera– sobre una generación española, la que creció con la democracia y el bienestar, que de repente descubre que “le están quitando la carretera”, dice, la lenta vía ascendente por la que “empujaron” hacia arriba sus abuelos y luego sus padres y que ahora, según Trueba, “va hacia abajo”. “Por la película pulula esa desesperación de la clase media que va siendo devorada por una economía de élites”. La protagonizan Lucía Jiménez (39 años) y Fernando Ramallo (38), que interpretaron a dos adolescentes que descubren el amor en La buena vida y a los que Trueba rescata después de una década sin que rodasen una sola película. “La industria es de una crueldad alucinante”, dice. Con Casi 40 Trueba marca distancias con el sistema del cine español –“está en un atolladero de poderes, con mucho ejecutivo pero sin amor al arte”– y define su carril: “Yo hago lo que puedo, como puedo y en las condiciones que puedo, pero es lo que yo quiero”.

A mediados de los noventa estuvo en Miami en el rodaje de Two much (1995), una comedia de Fernando de presupuesto millonario y en la que fue guionista –es más: había sido el precoz David quien en los ochenta le señaló el potencial para el cine de la novela homónima en que se basó, de Donald E. Westlake–. Viendo a su hermano sufrir los rigores de una producción hollywoodiense con estrellas y mil líos, tuvo claro que lo suyo sería “un cine más cercano a la escritura literaria, más íntimo y que pudiera controlar”. De aquel rodaje recuerda el “maravilloso” concierto en la calle Lincoln Road con el que cerraba la película. “Claro”, dice Chediak, y cita a los músicos como a la delantera del Madrid de Di Stéfano: “Cachao, Paquito D’Rivera, Michel Camilo, Guarionex Aquino…”. Chediak fue el iniciador de Fernando al jazz latino, fue productor asociado de la película Calle 54 (2000) e hicieron juntos Lágrimas negras, el antológico álbum de Bebo y El Cigala.

Entre ellos también ha habido colaboración. Chediak recomendó que David fuera guionista del documental Balseros (2002, nominado a los Oscar). ­[Paréntesis ineludible: hablando de Cuba, relata la bizarra discusión que mantuvo con Fidel Castro en 1999 y en la que acabó defendiendo a Aznar, en nombre de la democracia española, ante un Castro que descalificaba a su presidente y le llamaba “caballerete”. “Me acuerdo del tono de tinte de su pelo, de sus zapatillas Nike negritas, como de reposo, y de que en un momento dado pidió un mojito, lo agitó, lo agitó y no lo probó”, comenta]. Para la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz? Trueba dio un cameo a su tío Chediak como un cónsul de EE UU en Budapest, muy pelma, empeñado en hacerle llegar un guion suyo a Penélope Cruz.

Chediak y Trueba en Miami.
Chediak y Trueba en Miami.G. VIERA

Rechazan el cine de presupuestos ciclópeos que no cuida la calidad y aborrecen la nueva categoría de Oscar a la película más popular. “Es el reflejo de la sociedad americana, donde la cultura va en franco descenso”, opina Chediak. “Es un atajo para premiar lo impremiable”, dice Trueba, que pone como referente “la cultura del cine americano de los grandes estudios” y sus primorosos taquillazos. Su modelo es El apartamento (1960), según él una suma “inalcanzable” de virtudes: “Escribir bien una película, rodarla mejor con los mejores actores posibles y que 50 años después sea considerada un ejemplo del oficio”. El de Chediak, Un ladrón en la alcoba (1932). “La única película que he visto donde todo lo que brilla en pantalla es absoluta perfección, y el galán, Herbert Marshall, es un actor cojo que se desliza con la gracia de un cisne. Había que rodarlo dando no más de uno o dos pasos para que no se viera como cojeaba”.

–Pata de madera –añade Trueba–. Maravilloso.

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