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Crítica | El malvado zorro feroz
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sin pánico en la granja

Adopta el pretexto de la representación teatral para proporcionar un mismo marco narrativo a sus historias

Fotograma de 'El malvado zorro feroz'.
Fotograma de 'El malvado zorro feroz'.

EL MALVADO ZORRO FEROZ

Dirección: Benjamin Renner y Patrick Imbert.

Animación.

Género: comedia. Francia, 2017

Duración: 83 minutos.

En La queue de la souris (2008), cortometraje que reveló el gran talento para la animación del francés Benjamin Renner, un ratón se sublevaba frente a su tradicional condición de víctima y empleaba las armas de la argumentación para frustrarle el banquete al imponente león que pretendía devorarlo. En El malvado zorro feroz, largometraje de dirección compartida entre Renner y Patrick Imbert, un depredador intenta convencer de su feroz condición a sus potenciales víctimas –unos pollitos que le quieren, literalmente, como a una madre-, a un lobo sin problemas de autoestima, a un perro guardián que ejerce su trabajo sin excesivo celo y a unas gallinas dispuestas a sofisticar sus métodos de autodefensa. Adaptación de la historieta homónima publicada por Renner en 2015 –a la que se suman la de su anterior Un bébé à livrer, aparecida en 2011, y la aventura inédita Le Noël parfait, todas ellas ambientadas en el mismo universo imaginario de esa granja rica en cuestionamiento de roles-, El malvado zorro feroz es una delicia de principio a fin, en la que el cineasta parece afirmar con rotundidad una voz propia, tras la lección magistral de delicadeza que impartió junto a los belgas Stéphane Aubier y Vincent Patar al dotar de vida a las ilustraciones a la acuarela de Gabrielle Vincent en la sobresaliente Ernest & Celestine (2012).

Dispuesta a ser mucho más que la suma de tres brillantes cortometraje, El malvado zorro feroz adopta el pretexto de la representación teatral para proporcionar un mismo marco narrativo a sus historias. Vincular la idea de un montaje teatral amateur a la estética de la película sirve para reforzar la militancia artesanal de un trabajo, donde el dinamismo del trazo –entre Sempé y un Reiser para niños- y los preciosos fondos de acuarela crean la poderosa ilusión de asistir a un número de magia hecho a mano en el que, entre la ejecución y el resultado final, ha habido solo los mínimos pasos intermedios posibles. Renner recoge aquí la esencia del cartoon clásico, pero, sin caer en sensiblerías, privilegia la caracterización de personajes por encima del slapstick sádico.

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