‘Porky’s’ para padres e hijas
La comedia acumula virtudes en su exposición social e incluso moral con una trama de lesbianismo desarrollada con tacto, convicción, naturalidad y credibilidad
#SEXPACT
Dirección: Kay Cannon.
Intérpretes: Leslie Mann, John Cena, Kathryn Newton, Gideon Adlon.
Género: comedia. EE UU, 2018.
Duración: 102 minutos.
Desmadre a la americana, de John Landis, y la posterior Porky’s, de Bob Clark, articularon un modelo de comedia que, con mayor o menor eficacia, se ha venido repitiendo desde entonces con puntualidad, para gozo de sucesivas generaciones de chicos en edad de confusión hormonal y alborozo cafre respecto del sexo y el rechazo a la autoridad. Un arquetipo en el que, en sus últimos acercamientos, se han ido incorporando las chicas desde su inicial papel de comparsas, hasta alcanzar el pleno protagonismo en la estupenda #SexPact, comedia de Kay Cannon en la que sus personajes adolescentes hablan de sexo con la misma naturalidad que sus antecedentes masculinos, y que además añade en su historia una trama protagonizada por dos padres y una madre que, en puridad, bien podrían ser aquellos que en su día se carcajearon con las inolvidables paridas de la fiesta toga de Landis o la Chichi Forever de Clark.
Asentada en el pacto de tres chicas para perder la virginidad en la noche de graduación del instituto, y en los ridículos intentos de sus padres por evitarlo, la película enlaza en su espontaneidad femenina con la histórica Aquel excitante curso, de Amy Heckerling, también dirigida por una mujer, y acumula virtudes en su exposición social e incluso moral: la diversidad racial en las parejas, algo no demasiado habitual en el cine estadounidense; una trama de lesbianismo desarrollada con tacto, convicción, naturalidad y credibilidad; unos niveles de madurez en las chicas muy por encima del de sus precedentes masculinos; y una sana y ácida crítica a la excesiva sobreprotección de los actuales padres respecto de los hijos.
Y todo ello sin dejar de ser lo que es: una comedia descacharrante que deja de lado las referencias cinéfilas ochenteras para abrazar las de los millennials, con vertiginoso ritmo secuencial, clásica vomitona comunitaria con la que carcajearse, y una clase maestra de cómo filmar el slapstick en plano general.