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Abreu: el hombre que logró el boom musical latinoamericano

El maestro, así lo llamaban en Venezuela, dotó de educación con el Sistema de orquestas a cerca de dos millones de niños y jóvenes de tres generaciones

Jesús Ruiz Mantilla
El músico José Antonio Abreu charla con miembros de la orquesta de Caracas en enero de 2009.
El músico José Antonio Abreu charla con miembros de la orquesta de Caracas en enero de 2009.THOMAS COEX (AFP/Getty Images)

Cuando a un niño que habita en un barrio marginal de cualquier urbe latinoamericana le proporcionas un instrumento musical, le estás dando un arma para salir de la pobreza. Es algo de lo que estaba profundamente convencido José Antonio Abreu, muerto el sábado en Caracas con 79 años. Lo sabía bien. En verano de 1975 había creado su propio arsenal en un local paupérrimo de la capital venezolana. Allí se juntaron 11 pioneros de un Sistema de orquestas que hoy ha dado educación en más de 300 conservatorios fundados por ellos a cerca de dos millones de niños y jóvenes de su país: tres generaciones de intérpretes y alumnos salidos en un 85% de las capas más castigadas de la sociedad.

Ese ha sido su legado. Por ello logró en 2008 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes o fue varias veces candidato a Nobel de la Paz. Un método de educación y acción social cuyo virus traspasó Venezuela para implantarse en Latinoamérica, Estados Unidos, Europa y Asia. Quería lograr en música clásica, conscientemente y en sus propias palabras, un fenómeno equivalente a lo que fue boom literario en su continente. Pero con orquestas de primer nivel surgidas de la marginación. Fuera de las élites. Con el objetivo de alcanzar otras capas y extenderse a nuevos públicos.

Para ello, partió de una base y un principio irrenunciable: “La cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura”. Luchó toda su vida por obtener recursos que acompañaran esa formación. Y el caramelo para las familias representaba algo muy apetecible. En las zonas donde cualquier día podía sorprenderte un tiroteo, o incluso la muerte sin buscarla por una bala perdida, los núcleos del Sistema atraían a niños y jóvenes por su seguridad y la certeza de lograr, al menos, una comida al día. Así que en vez de una escuela común, se convertían en una especie de segunda casa donde pasaban tres o cuatro horas al día: una enorme fábrica de virtuosos que ha exportado después músicos a las mejores formaciones del mundo.

“La cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura”, aseguraba Abreu

Pero el método fue diseñado al contrario de la tradición. Desde que era niño, a Abreu le interesó lo que él llamaba “efecto demostración”. El contagio, para entendernos. La culpa la tuvo en su caso Pastora Guanipa. Una niña que se sentó en el atril de al lado cuando Abreu tenía 10 años. ¿Su primer amor? A juzgar por lo que mostraba su rostro cuando la recordaba, no cabía duda. Por querer impresionarla, se aplicó. Algo que después fue comprobando en otros. “El hecho de sentarse en un atril junto a alguien mejor, me impulsaba a crecer, a mejorar”. Así que forjó un método en el que la música en conjunto acompañaba a la formación individual. En un crescendo que contagiaba, primero a los músicos mismos y luego, por exhibición, a la comunidad,

La propia música, la notoriedad que esta proporcionaba, conducía a otro estado fundamental: la identidad y la dignidad. “Lo más terrible de ser pobre no es sólo no tener para comer. Es no sentirse nadie”, comentaba. Aquello provocaba una implicación absoluta de los entornos. Una identificación, un orgullo al que después resultaba difícil renunciar.

Si además aquello traspasaba fronteras, como así fue a comienzos del siglo XXI y aglutinaba a estrellas como Simon Rattle, Claudio Abbado, Plácido Domingo, Giuseppe Sinopoli, Valeri Gergiev o Juan Diego Flórez, que lo ha exportado a Perú, entre otros, el éxito quedaba garantizado. Hoy se cuentan por centenares las escuelas en diferentes países que piden asesoría al Sistema e implantan su método, completamente ajeno al tradicional.

Un método que Abreu, austero, firme, carismático, hábil extendió a la dirección de orquesta. Aparte de economista y político, el podio fue su dedicación más entregada. Y creó una escuela de la que no sólo salió la figura de Gustavo Dudamel. También la de Diego Matheus, Christian Vásquez o Jesús Parra, el más joven de todos ellos, con apenas 23 años. Los formó personalmente. En base a tres cualidades: “Ambición de liderazgo, musicalidad y oído perspicaz”.

Toda su obra queda en juego ahora mismo. La crisis en la que anda envuelto su país ha provocado una fuga de talentos hacia el exterior. No llegan los recursos y su excesiva dependencia del chavismo en los últimos años, pese al apoyo constante de nueve presidentes, les ha pasado factura. Queda saber cómo testamentó su relevo. Gustavo Dudamel ha reafirmado sin fisuras su compromiso. Pero las muy tensas relaciones del director con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, como mínimo, lo dificultarán.

Abreu se negaba a tomar vacaciones. Cuando algunos de sus más estrechos colaboradores se lo echaban en cara o lo pedían para sí mismos, siempre les decía lo mismo: “Para descanso, el descanso eterno”. Sólo cabe esperar que si desde alguna parte, este perseverante e inefable creyente observa su legado, las circunstancias de la Venezuela de hoy no dañen de muerte su obra de vida hasta el punto de hacer que se revuelva en su propia tumba.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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