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Crítica | Pacific Rim: insurrección
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La anodina destrucción

La película es un volcán de nadería en medio de los destructores fuegos de artificio y de un par de subtextos clásicos en las películas de academia militar

Fotograma de 'Pacific Rim: insurrección'. En vídeo, el tráler de la película.Vídeo: YOUTUBE
Javier Ocaña

PACIFIC RIM: INSURRECCIÓN

Dirección: Steven S. DeKnight.

Intérpretes: John Boyega, Scott Eastwood, Cailee Spaeny, Tiam Jing.

Género: acción. EE UU, 2018.

Duración: 111 minutos.

Buena parte de la gracia que pueden tener las películas de bestias de otro mundo, las englobadas en el término japonés kaiju, está en el espectáculo de la destrucción, en ese espíritu casi elevado que puede tener un edificio derrumbándose o la tierra resquebrajándose desde sus entrañas. Sin embargo, la devastación en el cine también puede ser anodina, y no por unos efectos especiales de baja calidad sino por un equivocado manejo de las imágenes, de su intensidad, de su tiempo en pantalla.

En Pacific Rim: insurrección hay un plano paradigmático: el villano de turno, asomado al precipicio del cataclismo, con la mirada fija en su criatura y la de esta en él, al borde del fin del mundo. Es una imagen con posibilidades, quizá la única con una estética de la puesta en escena que se salga de lo convencional y con una intención simbólica en un producto de usar y tirar. Pero su director, el novel en cine aunque ya bregado en la televisión Steven S. DeKnight, la desperdicia en menos de un segundo, con apenas unos fotogramas que, al contrario que la película, pasan como una exhalación.

Secuela un tanto tardía de Pacific Rim (2013), de Guillermo del Toro, Insurrección es una suerte de juguete globalizado en una época en la que ya ni siquiera se adivina el origen oriental del subgénero, mezclado, como en la primera entrega, con el de las películas de robots o vehículos gigantes, el llamado mecha. Con una trama general que los guionistas no han logrado estructurar, lo que la hace casi incomprensible en sus objetivos más básicos, la película es un volcán de nadería en medio de los destructores fuegos de artificio, y de un par de subtextos clásicos en las películas de academia militar: la estratificación en clases sociales, y el complejo del hijo del héroe muerto al que se le resulta imposible alcanzar el mito paterno.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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