Otro niño desaparecido
Con cierto estilo visual y el mantenimiento del punto de vista en la figura del padre, Christian Carion, su director y guionista, conmueve, cautiva y se compromete
La pura casualidad ha querido que el hecho trágico más abordado por los medios de comunicación y llorado por la sociedad española en mucho tiempo coincida con el estreno de una película francesa del año 2017, con su fecha fijada para nuestros cines desde hace bastantes semanas, cuya historia central coincide en temática, subtextos y, durante una parte de su relato, incluso en particularidades familiares e investigadoras con el amargo tema en boca de todos en los últimos días.
PERDIDO
Dirección: Christian Carion.
Intérpretes: Guillaume Canet, Mélanie Laurent, Olivier de Benoist, Marc Robert.
Género: drama. Francia, 2017.
Duración: 84 minutos.
De modo que resulta imposible acercarse a Perdido, con un niño de 7 años desaparecido en medio de la noche durante un campamento infantil y sus inmediatas consecuencias respecto de padres y policías, sin que el pensamiento del espectador se retuerza hasta alcanzar la dramática muerte del niño Gabriel Cruz. Algo que no tiene por qué ser negativo, ni en lo cinematográfico ni en lo social ni en lo moral, pues la película incluso puede hacer más comprensibles ciertas emociones y comportamientos relacionados con algo tan terrible como la desaparición de un hijo.
De hecho, cuando las concomitancias entre la película y nuestro hecho luctuoso son más sorprendentes en sus circunstancias —padres divorciados pero que mantienen una buena relación; reticencias del niño con la nueva pareja de la madre; comportamiento harto sospechoso de este durante las horas y días siguientes a lo que puede ser un secuestro, una huida o un asesinato—, es justo cuando Perdido mantiene toda su fuerza y su interés intacto. Ahí donde el drama exterior se une a cuestiones en principio ajenas al caso, pero con evidentes rozaduras emocionales: los celos, la culpa, el remordimiento, la misericordia, la impotencia.
Con cierto estilo visual, mantenimiento del punto de vista en la figura del padre, aunque con el apoyo de un puñado de vídeos domésticos, y un diseño sonoro y musical de corte minimalista, Christian Carion, su director y guionista, conmueve, cautiva y se compromete. Sin embargo, cuando la película desemboca, más que en el drama, en el thriller de investigación y supervivencia, la película se torna más convencional. Más cerca de un sucedáneo de la soberbia Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013) que del apasionado encontronazo con el resquemor que estaba siendo hasta entonces.
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