‘Mi sangre enarbolada’, el retrato íntimo de una familia mexicana
Llega a Europa este documental que resucita las ausencias afectivas de su director
“El día que tú te mueras, yo también me voy a morir”. Esa fue la improbable promesa de infancia que un niño llamado José hizo a su adorada hermana Ana Luisa en el México de 1963. El augurio se hizo realidad cuatro décadas después, mientras el hijo de ella registraba con su cámara los últimos momentos de esta especial simbiosis en el documental Mi sangre enarbolada.
El director Luis David Palomino Benítez (Ciudad de México, 1984) recurrió al cine para acompañar a su madre en plena lucha contra un fulminante cáncer de páncreas. “Había una ingenuidad muy grande en mí cuando comencé a grabar sus rituales cotidianos. Pensaba en mostrarle nuestra vida, la suya, sus amigos, su carrera profesional, como un incentivo para que mejorara su salud”, recuerda a El Espectador. Finalmente, el relato se convirtió en una exploración de su herencia emocional.
El documental mexicano viaja ahora a Europa y se proyecta entre el 29 de marzo y el 1 de abril el Festival de Cine de Newcastle (Reino Unido), después de haber pasado por los principales escaparates mexicanos y de parte de América Latina. Con él se recuperan gracias al cine dos importantes ausencias del director. Ana Luisa era chef y José era poeta, ambos estaban dispuestos a dejar su modesta huella en el mundo legando sus recetas y escritos, sin saber que sería una película la que les ayudaría a lograrlo.
“Mi tío José iba con nosotros a hacer la tarea en las tardes, comíamos con él y nos enseñaba de música, literatura, arte, cine. Después regresaba mi madre del trabajo y, antes de que él se fuera a su casa, los dos conversaban durante largo rato. Era una cercanía tan excepcional que a veces hasta caía mal de lo entregados que eran como hermanos”, recuerda.
Las últimas palabras de José fueron dedicadas a su hermana. Él había ocultado a todos que también padecía cáncer. Cuando sintió la presencia de la muerte, supo de inmediato que la hora de ella también había llegado.
De tan personal, el proyecto tuvo que encontrar su momento para florecer. El duelo por las muertes simultáneas de su madre y su tío lo relegó a un segundo plano en el calendario creativo del cineasta, aunque se resistió a desaparecer de su vida. Mientras tanto, Palomino logró hacerse un hueco con sus trabajos en grandes citas del cine como el Festival de Cannes, donde proyectó su cortometraje, El último velo.
Cuando retomó este documental biográfico, el paso del tiempo cambió la perspectiva que Palomino tenía del material grabado. La intensa relación de los hermanos y su fatídica promesa cumplida tomaron el papel protagonista. “Todo se llenó de significado, lo que había filmado, lo que había vivido, lo que familiares y amigos me contaban… se convirtió en algo mágico. Y así fue como lo que era una decepción transformó en una oda”.
Las circunstancias hicieron que el director entendiera a sus mayores con una nitidez prematura, siendo testigo de esos íntimos pensamientos que rara vez se comparten con un hijo. Palomino describe la experiencia como la ceguera que provoca el mirar al sol directamente a los ojos.
El tributo de Mi sangre enarbolada se extiende también a su abuela, cocinera de profesión que antes fue una madre coraje capaz de sacar adelante a dos hijos en solitario. Era el ancla y el referente común de los dos hermanos protagonistas del relato. “Crecí escuchando a mi madre admirar a mi abuela y a su origen. Lo viví tan de cerca que, de pronto, yo también admiraba a mi abuela. El acto de cocinar en ambas era el de dotar de significado lo cotidiano y transformarlo en belleza. Y ahora tuve la oportunidad de honrarlo”, afirma.
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