‘Maquinaria Panamericana’: la gran “comedia autodestructiva” del cine mexicano
La ópera prima de Joaquín del Paso se exhibe en Suiza y continúa su paso por festivales internacionales
El primer recuerdo que el cine tiene de su propia existencia es el del grupo de obreros saliendo de una fábrica. Lo registraron con su cámara los hermanos Lumière hace más de 120 años. En Maquinaria Panamericana, el mexicano Joaquín del Paso debuta como lo hicieron los pioneros cineastas franceses, rodando con empleados reales en el interior de su empresa. Con ellos construye una ficción de tono crepuscular, casi postapocalíptico, que hace muchas concesiones a la comedia absurda.
Es viernes por la mañana. Un grupo de trabajadores de una empresa descubre que el dueño de la compañía ha muerto. Deciden entonces, quizá por vez primera en toda su vida laboral, esforzarse en equipo y fingir que su jefe sigue vivo. Quieren ganar tiempo para encontrar los documentos necesarios que salven al negocio de la quiebra y que les evite un futuro incierto. Terminan vagando como almas en el purgatorio, sin trascender los muros del recinto industrial que da orden y sentido a sus vidas.
Esta “comedia coral autodestructiva con un permanente toque de ironía” y sin límites de género, tal y como define el cineasta a su obra, se proyecta estos días en el Festival de Cine de Zúrich. El certamen dedica una amplia retrospectiva al cine mexicano actual, incluyendo trabajos de Rodrigo Plá, Lucía Carreras y Michel Franco.
Mucho hay de Luis Buñuel y de El ángel exterminador (1962) en el retrato del México actual perfilado en Maquinaria Panamericana, que no llegará a las salas comerciales de su país hasta marzo. Desde que se presentara a principios de año en la Berlinale, no ha parado de recibir premios allá donde se ha proyectado, también en la competición de hasta cinco festivales de cine mexicanos, entre ellos Guadalajara y Guanajuato. Mientras que Buñuel encerraba a un grupo de burgueses en una mansión hasta que la desesperación hacía de ellos seres primitivos, los hombres y mujeres de clase trabajadora que muestra Joaquín Del Paso liberan sus bajos instintos ante el miedo a perder otro escalafón más en la complicada jerarquía social de México.
“Una vez visto el resultado final de la película me di cuenta de esa influencia, que había estado siempre presente de un modo subconsciente. De él siempre he admirado su modo de pensar el cine como un lienzo blanco en el que todo puede suceder y en el que a la vez nada sucede. De hecho, varias de sus películas tienen la palabra libertad en el título y con esa misma ausencia de normas quise tomarme este relato”, apunta Del Paso en una entrevista en la ciudad suiza. También reconoce haberse inspirado en otro español afincado en México, Luis Alcoriza, y en su cinta Mecánica Nacional (1972).
A medida que avanza la trama, los personajes de Maquinaria Panamericana quedan sin rumbo ante la desaparición de su jefe, que resulta casi una figura paterna o religiosa para ellos. El director jugó así con la forma tan particular que tiene su país de entender el trabajo: “Los mexicanos somos los que más horas dedicamos al trabajo en todo el mundo; es cierto que su gente se esfuerza mucho por salir adelante, aunque también es auténtico el mito que dice que somos perezosos y poco productivos. Somos los que pasamos más tiempo en la oficina, aunque eso no significa que sea trabajando. El concepto de tiempo libre apenas existe y, al final, la vida se desarrolla en la empresa”.
Las referencias al cine de los 60 y 70 no son casuales. “La película es también un canto a la nostalgia del pasado ante el nuevo orden que ha impuesto el capitalismo. De la seguridad de las empresas familiares se ha pasado a la frialdad de los gigantes corporativos”, destaca el mexicano, quien narra este relato desde una postura muy personal.
Entre la realidad y la ficción
Maquinaria Panamericana es de hecho el nombre de la empresa que lideró su abuelo y más tarde su padre, hasta que quebró hace décadas, “durante una de las muchas crisis económicas del país”, apunta. Para él y sus hermanos, las amplias estancias de una fábrica como la que aparece en pantalla, con grandes máquinas destinadas a la construcción de edificios, supuso el principal parque de juegos de su infancia.
En el proceso de reproducción de su primer largometraje, descubrió cerca del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México un espacio muy parecido al que albergaba en su memoria. Pero el lugar venía acompañado de una coincidencia tan emotiva como macabra: en cinco meses sería demolido ante el cierre de la empresa. Al borde de la extinción, como le ocurrió al hogar laboral de sus progenitores y de sus propios personajes, rodó a contrarreloj contratando como actores a muchos de los trabajadores que estaban a punto de perder su empleo y que compartían el sentimiento de desamparo de los protagonistas de esta ficción.
“Estaban tan familiarizados con esa situación, que tenían muchas cosas que aportar al guion y proponían todo el tiempo nuevas situaciones. Había cierto aire de tristeza en el ambiente, pero tuvieron una oportunidad con la que ningún empleado cuenta. En vez de empacar e irse sin más, pudieron divertirse imaginando que hacían algo tan surrealista y utópico como lo que se ve en la película y de ese modo cambiaron su proceso del duelo”, comenta Joaquín del Paso.
En su opinión, ha sido la necesidad de México de recurrir a la ironía la que explica la buena acogida que ha tenido la cinta en su país.”Seguimos viviendo en un estado de incertidumbre total. Ni siquiera sabemos quién puede sustituir a nuestro presidente. Por eso somos muy buenos resolviendo todo en el último minuto. Pero el público está harto de ver tantos asuntos negativos y violentos y demanda que se muestren de otra manera, con algo de sentido del humor, por ejemplo”, defiende.
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