El difícil equilibrio de Jimmy Kimmel en los Oscar
El presentador repasa con rapidez en su monólogo todos los temas más esperados de la gala: acoso sexual, control de las armas o mayor inclusión, además de las películas nominadas
Tras presentar los Oscar por primera vez, Jimmy Kimmel aprendió una lección. “El anfitrión ha de mantenerse a un lado, el público no está ahí para ti”, contaba en los días previos. Dicho, hecho: el cómico lo aplicó a rajatabla en su segunda vez consecutiva al frente de la gala. Su monólogo inicial buscó pasar con equilibrio por todos los temas previstos: el acoso sexual, el control de las armas en EE UU, el error final de los Oscar de 2017, la 90ª edición de la ceremonia y, claro, las nominadas. Lo logró. Y ya por ello mereció un aplauso. Que dejara huella, eso sí, es más discutible. Lo único memorable quizás fuera un chiste sobre las prisas: enseñó un cronómetro y prometió regalar una moto acuática al agradecimiento más breve de la noche.
“Este año cuando oigan su nombre no se levanten, esperen un poco”, empezó Kimmel en los Oscar. Al fin y al cabo, el presentador no podía no aludir a lo que hizo histórica su primera gala: el error que asignó a La La Land un Oscar a la mejor película que era para Moonlight. Primer tema liquidado. Así que Kimmel fue a por los siguientes. Empezando por el más esperado. El presentador se acercó a la gigante estatua dorada en el escenario y soltó: “Oscar es el premio más querido y respetado. Miradlo: las manos donde deberían verse, nunca dice palabrotas y, sobre todo, no tiene pene. Es, literalmente, un estatuto de limitaciones. Es el tipo de hombre que necesitamos ahora mismo”.
“Recuerdo una época en la que los principales estudios no creían que una mujer o una minoría pudieran crear una película de superhéroes y la razón por la que recuerdo esa época es porque era marzo del año pasado", continuó Kimmel, en referencia a los taquillazos Wonder Woman y Black Panther. El presentador recordó que solo el 11% de las películas de Hollywood está dirigido por mujeres, y agregó: “Si luchamos por acabar con el acoso sexual en el cine, en el trabajo, las mujeres solo tendrán que lidiar con ello en el resto de ámbitos de su vida”.
He aquí el nuevo Kimmel. El año pasado, la elección de Kimmel para los Oscar dejó frustrados a unos cuantos: ¿qué hacía un presentador que no baila, no canta y rehúye los chistes políticos hirientes en la gala más visible del año? Finalmente, con su receta de tipo normal, aprobó la noche hasta el punto de ganarse el derecho a repetir. Pero el Kimmel que lideraba los Oscar este año era otro. El punto de inflexión se coloca en mayo de 2017: tras semanas de ausencia, el cómico regresó a su propio show semanal con un monólogo que cambió su carrera. Contó que su hijo había nacido pocos días antes con un problema al corazón, lloró mientras rememoraba las horas más duras de su vida, dio las gracias al personal sanitario que había salvado a su bebé y usó su experiencia para lanzar un alegato a favor de una sanidad que no se base en el dinero ni excluya a nadie. Aplausos unánimes, millones de visitas y espectadores conmovidos. El triunfo se repitió en los meses siguientes con sendos monólogos sobre el control de armas tras las masacres de Las Vegas y Parkland. El anodino Kimmel era ahora “la conciencia de EE UU”, según la CNN.
Así, el presentador se refirió a la desigualdad salarial, citando el caso que se hizo público de la distinta retribución para Mark Wahlberg y Michelle Williams para volver a rodar secuencias de Todo el dinero del mundo. Y soltó el nombre y apellido del elefante en el armario: Harvey Weinstein. Recordó su expulsión de la Academia de cine, aunque denunció que "llegó tarde", celebró el valor del movimiento #MeToo y afirmó: “No podemos permitir este tipo de comportamiento”. Kimmel también celebró a Meryl Streep, nominada por 21ª vez, y a Rachel Morrison, primera directora de fotografía que opta a un Oscar en la historia, anunció una donación a Time’s Up, el fondo que ya acumula más de 22 millones de dólares para apoyar a víctimas de acoso, y agregó: “Gracias a La forma del agua recordaremos el año en que los hombres la cagamos tanto que las mujeres empezaron a salir con anfibios”.
El presentador también aprovechó otras películas nominadas para reírse de la administración que dirige EE UU. Dijo que el presidente Donald Trump había declarado Déjame salir como “las mejores tres cuartas partes de una película estrenadas este año”, ya que en la mayoría del metraje los supremacistas blancos atormentan y torturan al protagonista negro. Y aplaudió Call Me By Your Name, sobre un idilio homosexual: “No hacemos filmes así para ganar dinero, sino para molestar a Mike Pence [el vicepresidente]”.
"La primera ceremonia duró 15 minutos", recordó Kimmel. Así que animó a todos los ganadores a hablar de lo que quisieran durante sus discursos —"incluido el reciente tiroteo en el instituto de Parkland"—, pero que lo hicieran rápidamente. Fiel a su lección, el presentador se apartó de su ceremonia. Dejó el protagonismo a otros. Pero nunca apagó el cronómetro.
Al final, Kimmel reapareció para anunciar el último ganador de la noche: Mark Bridges. Tardó solo 30 segundos en su agradecimiento. Así que se marchó con el Oscar al mejor diseño de vestuario por El hilo invisible, y a bordo de una moto acuática.
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