Un ‘jazzman’ en la habitación de ‘Las meninas’
Para el pintor mexicano Francisco Javier Vázquez, la vida es un saxofón y la muerte un contrabajo. La editorial Turner dedica un libro a sus más de 40 años de carrera
Ha colocado un saxofón dentro del cuadro de Las meninas, entre las manos de las Señoritas de Aviñón, en un retablo de una iglesia, lo ha convertido en la torre de Babel, en el Empire State, en una casa de madera de siete metros para que jugara su nieto y ahora quiere transformarlo en el preservativo gigante de King Kong.
Para el pintor Francisco Javier Vázquez (Irapuato, 1951) la vida es un saxofón y la muerte es un contrabajo, “uno de esos que llevan cargando sobre los hombros en Nueva Orleans durante los cortejos fúnebres como si fuera un ataúd”, cuenta sentado en el centro de su estudio, con una batería a su derecha, un piano a su izquierda y rodeado de una montaña de cuadros sobre jazz.
El fondo azul, el saxo erguido y plateado. De la campana del instrumento explota un chorro de colores, como si eyaculara un arcoíris: saxo masculino. Y a la vez, “tiene esas curvas –apunta– que parecen caderas, es el más sensual. Hasta podría dormir con él, porque además, cada uno es distinto. El alto es una mujer nalgona, el barítono es delgada”: saxo femenino.
La vida es un saxofón, un oleo sobre tela de hace un par de años, es una de las obras que recopila Jazzamoart –su nombre artístico–, la soledad del pintor, un libro gourmet de arte editado recientemente por la editorial Turner como homenaje a sus más de 40 años de carrera.
A Jazzamoart le gustan las cantinas, los puros y las patas de los cangrejos a la brasa. De niño quiso ser –por este orden– torero, futbolista y músico de jazz. Prendió su primer cigarro a los cinco, a los seis se emborrachó con dos cervezas y mientras pasaba todo eso, empezó a manchar cuadros. Acabó siendo pintor, como su padre, pero un pintor jazz: “si Keruac decía que era un escritor bop, yo soy un pintor bop”.
Un Charlie Parker –dice uno de los textos del libro– obsesionado no con el saxofón, sino con los tubos de pintura, un neoyorkino nacido en Irapuato, un émulo mexicano de Goya que se hubiera dejado pervertir por la gestualidad libérrima del expresionismo abstracto, un Siqueiros postmoderno que en lugar de la militancia política escogiera las escabrosidades de la vida bohemia.
El libro recoge también una genealogía de las relaciones sinestésicas entre música y pintura, entre el oído y el ojo. Desde “el sonido del color” de Alexander Scriabin, o “las cuerdas visuales” y los “conciertos sobre tela” de Kandinsky, hasta el Broadway Boogie Wogie de Mondrian. Jazzmoart escucha las notas de saxo de colores “amarillosos terrosos, verdes hierba, azules melancólicos”, porque “la pintura tiene ritmo, timbre, intensidad y tono igual que la música”
Solo de pintura es un retrato de un baterista, en primerísimo plano, con los rasgos deformados por emplastes y emplastes de óleo “Quería enfatizar el movimiento, y que las baquetas fueran como los pinceles que embarran y dejan caer la pintura sobre la caja, que podría ser también el lienzo, o la paleta de pintura”.
Si en su versión de Las meninas colocó en una esquina a John Coltrane soplando el saxo, al retratar a Velázquez le pone delante un toro. Porque, “la pintura es un toro que hay que poderle y la tela del cuadro en blanco antes de pintar es como la arena de la plaza antes de mancharse de sangre”. Cada 15 de mayo Jazzamoart viaja a Madrid para ver las corridas de la Feria de San Isidro y visitar sus Goya, Velázquez y Picasso favoritos.
Su padre le había enseñado a pintar pero a los 19 años, ya en la capital mexicana, ingresó en la Academia de San Carlos. Era finales de los 70 y sus espejos fueron el expresionismo alemán y estadounidense, y la pintura matérica española: Tapies, Saura, Canogar. “Hubo un momento que me deprimí mucho. Yo venía de pintar bodegones y paisajes en Guanajuato y en la escuela me sentía muy inferior intelectualmente. Hasta que conocí el jazz. Aquello fue un hallazgo que me permitió seguir trabajando”.
“El arte –continúa– te permite hacer travesuras”. Como invadir los clásicos del arte con jazzmen de colores, o como el nombre elegido para sus hijos a partir de contracciones de palabras importantes para él y Nora Smith, su mujer desde hace 45 años: Jazzamoart, Viart y Poettier.
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