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Crítica | Ternura y la tercera persona
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sabor de barrio

Llorca toma aquí algunas decisiones de riesgo que condicionan la eficacia del conjunto

Un momento de 'Ternura y la tercera persona'.
Un momento de 'Ternura y la tercera persona'.

En todo barrio obrero confluyen dos tipos de historias: las de quienes lo concibieron, determinando el sector social que iba a ocuparlo, y las de quienes lo habitan, construyendo nuevos tipos de relaciones —y, por tanto, de narrativas— ajenas al control del plan preestablecido por el promotor inmobiliario de turno. En ocasiones, un barrio puede delimitar un territorio de tan marcada singularidad en el tejido ciudadano que, incluso, puede ser visto como territorio exótico digno de ser visitado con la mirada del extranjero deslumbrado por esa ciudad extraña que, de hecho, estaba en su misma ciudad, aguardando a ser redescubierta. Esa es la mirada que aplica sobre un barrio del sur de Madrid uno de los personajes de Ternura y la tercera persona, última película de Pablo Llorca: una reportera de suplemento dominical que descubre en ese mundo de bulliciosas corralas y cafeterías atestadas de parroquianos un inesperado estímulo para el turismo interior.

TERNURA Y LA TERCERA PERSONA

Dirección: Pablo Llorca.

Intérpretes: Celia Bermejo, Cristina de Inza, Mario Gas, Miranda Gas.

Género: comedia. España, 2018

Duración: 64 minutos.

Ternura y la tercera persona parece sumarse, en su empeño de proponer una nueva cartografía humana de la ciudad (y sus alrededores), a otros trabajos recientes de este cineasta que ha ido acentuando cada vez más su condición de francotirador progresivamente desvinculado de los convencionales modos de producción: Llorca se sitúa cerca de Recoletos (arriba y abajo) (2012) o Un ramo de cactus (2013), películas en las que también se manifestaba el gusto por rematar el relato con la elíptica contundencia y brillantez que aquí también se manifiestan.

Situándose en un punto donde la desnudez estilística se confunde con la despreocupación formal, Llorca toma aquí, no obstante, algunas decisiones de riesgo que condicionan la eficacia del conjunto. Por un lado, la convivencia entre actores profesionales y actores no profesionales se salda con desajustes demasiado evidentes, que desembocan en momentos claramente chirriantes. Por otro, Ternura y la tercera persona desea ser una comedia, pero los momentos en que ese tono aparece más marcado –la introducción del personaje de Luciano (Mario Gas) y la tensa cena con el novio mexicano- se revelan las notas más forzadas en un conjunto rico en retratos humanos y valiente en sus decisiones narrativas.

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