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Crítica | Una vida a lo grande
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hacia un ideal de sociedad

La premisa de Payne y de su coguionista habitual, Jim Taylor, es una genialidad; sin embargo, su desarrollo es desigual en hallazgos y premioso en su ritmo

Javier Ocaña
Kristen Wiig y Matt Damon (en el centro), en el filme.
Kristen Wiig y Matt Damon (en el centro), en el filme.

UNA VIDA A LO GRANDE

Dirección: Alexander Payne.

Intérpretes: Matt Damon, Hong Chau, Christoph Waltz, Kristen Wiig.

Género: comedia. EE UU, 2017.

Duración: 135 minutos.

La necesidad de reinventarse, de dejar atrás las penurias, sobre todo las mentales, para abrazar una nueva forma de conciencia interior, de estado natural —aunque sea impostado por el esfuerzo y el simulacro de su consecución—, es un clásico del fin de año, o incluso del fin del verano. Deseos de ruptura y de logro, objetivos a corto plazo que lleven hasta el largo, que nos conviertan en otras personas, quizá mejores, siempre más satisfechas. Ideales que pocas veces duran más de unas semanas pero que, de una forma quizá un tanto cotidiana y rudimentaria, integran modos de pensamiento y de comportamiento relacionados con la psicología, la filosofía y hasta la ciencia cognitiva.

Y hasta allí se dirige, pero a lo bestia, la película estadounidense Una vida a lo grande, nueva apuesta por su sempiterno humanismo del siempre atractivo Alexander Payne. La posibilidad de reinventarse llega así en forma de sátira de ciencia ficción: la reducción de tamaño hasta una miniatura de nosotros mismos, por medio de un método descubierto años atrás por un científico noruego, lo que no solo revierte en beneficio propio sino también de la comunidad, poniendo freno a la superpoblación mundial y a la escasez de recursos.

La premisa de Payne y de su coguionista habitual, Jim Taylor, es una genialidad. Sin embargo, su desarrollo es desigual en hallazgos, premioso en su ritmo, reiterativo en cada una de sus tramas, estirado en el tiempo e inconstante en su tono, esta vez demasiado melifluo. La formidable esencia de la película —que el sistema actual resulta imposible de cambiar, incluso desde dentro, y que el nuevo orden social simplemente será el mismo, pero repetido y en pequeño— no acaba de encontrar eco en cada una de sus irregulares bifurcaciones, cayendo en su punto más bajo en la trama del vecino interpretado por Christoph Waltz, y en su punto más manido en la de los refugiados y la solidaridad con los desfavorecidos.

Aun así, Una vida a lo grande, una especie de Frank Capra del nuevo milenio protagonizada por otro Juan Nadie que no es sino el mismo de siempre, sigue conteniendo chispazos con el talento del autor de A propósito de Schmidt y Nebraska, apuntando con bala a la dictadura de las corporaciones y estableciendo interesantes reproches al creciente individualismo. Pero solo es rotundamente certero en su tramo inicial, antes de la cuesta abajo de una película en modo alguno desdeñable, pero fallida dentro de sus virtudes. Y quizá la peor —o la menos buena— de toda su carrera.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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