La muerte inmortalizada
Una exposición descubre el arte de la fotografía ‘post mortem'. La muestra reúne imágenes entre 1850 y 2017
La falda oscura de la madre desborda los márgenes de la foto lo mismo que la pena de sus ojos enormes, que miran de frente a la cámara como preguntándole al mundo por qué le ha tocado a ella. Su bebé recién nacido parece dormir en sus brazos mientras la mujer le acaricia la mano. Pero lo cierto es que el niño está muerto; vestido con sus mejores, diminutas, ropitas blancas que ahora servirán de mortaja. Esta maternidad post mortem, esta imagen en formato tarjeta de visita de una madre huérfana de hijo, fue tomada por Antonio Selfa (Madrid), en una fecha imprecisa entre 1854 y 1873. El vástago fugaz permaneció así para siempre entre los recuerdos de la familia; el milagro de la fotografía podía hacerlo tan eterno como lo fuese el dolor y el amor de su madre. Este retrato es solo una de las historias íntimas que revive la exposición Imágenes de la muerte. Representaciones fotográficas de la muerte ritualizada, que permanecerá desde el día 20, durante seis meses, en el Museu Valencià d'Etnologia (Diputación de Valencia).
Será la mayor y la primera muestra organizada por una institución pública sobre la tradición del retrato funerario en España, con más de 80 fotografías originales datadas entre mediados del siglo XIX (el daguerrotipo de un adulto) y 1978 (una mujer vestida de religiosa), cuando ya no mueren tantos niños, crece la esperanza de vida y se pierde esa costumbre familiar al tiempo que muda la relación con la muerte. Su comisaria, Virginia de la Cruz Lichet, autora de la primera tesis doctoral sobre fotografía de difuntos (centrada en Galicia) y del libro El retrato y la muerte, trabajó con el museo desde 2014 para reunir y documentar este compendio recabado fundamentalmente de cuatro colecciones particulares.
Pero la exposición se guarda una sorpresa más: el conmovedor retrato inédito de unos padres catalanes, Rocío y Raúl, con su hija Nadia. Fue tomado el 20 de febrero de 2017 en la sala de dilatación de la Maternitat del Clínic de Barcelona por la fotógrafa y psicóloga Norma Grau. En Estados Unidos y gran parte de Europa se ha recuperado esta práctica a través de fotógrafos que colaboran con los hospitales, pero aquí no. La instantánea de Nadia es un hito, porque en estos tiempos de selfies a mansalva en España siguen falleciendo niños que jamás llegan a ser retratados.
El 80% por cierto de las fotografías históricas que integran la exposición (anónimas o de autor conocido) son de niños, sobre todo bebés que casi siempre aparecen entre cojines y almohadones, como dormidos, pero también sentados e incluso con los ojos entreabiertos, en un último esfuerzo por representarlos lo más vivos posible. Solamente tres aparecen dentro de sus ataúdes sin tratar de esconder su muerte. El catálogo de la muestra, que incluye material gráfico no expuesto, contiene 98 estampas de menores y unas 170 imágenes en total, la inmensa mayoría de la costa mediterránea y algunas extranjeras.
En las paredes del Museu d'Etnologia también se pueden ver sepelios de adultos y el velatorio de algún adolescente. Ángel Hernández-Cavo murió en Cartagena a los 15 años, en 1924. El retratista Casau captó al muchacho en su cama inundada de flores, y en torno a la cabecera colocó a los miembros de la familia contemplando, con la mirada baja, el rostro del difunto. Entre las piezas favoritas de la comisaria están la maternidad de Antonio Selfa y dos retratos diminutos que forman pareja: unos gemelos de plata en los que algún padre anónimo encargó que incrustaran las fotos de sus hijos, una niña viva y un bebé muerto, para llevarlos siempre con él.
Detrás del médico y del cura, el siguiente personaje al que algún pariente acudía a llamar era al fotógrafo. Era urgente captar el instante antes de que el rigor mortis se adueñase del cadáver. Este gasto era más importante que las flores, más necesario que la foto de la boda, y suponía un esfuerzo económico enorme para los más humildes, que sacrificaban buena parte de las ganancias del año en inmortalizar la serenidad de su desgracia.
"No acordarte del rostro de tu hijo es una tortura de por vida"
La fotógrafa Norma Grau lleva desde 2010 colaborando con varias asociaciones como voluntaria, ayudando a un centenar de familias de toda España a afrontar el duelo por sus bebés. Pero con su proyecto, bautizado como Stillbirth (un término inglés usado para los niños que nacen muertos), hasta ahora solo había podido captar los símbolos silenciosos (unos patucos, un peluche) que sobrevivieron en casa de esos pequeños que vinieron y se fueron.
"No hay peor sufrimiento que no acordarte del rostro de tu hijo, es una tortura de por vida", defiende Virginia de la Cruz. "Los padres que perdieron un neonato suelen lamentarse de que no tienen ni una foto". Hay muchas personas que consideran macabra la tradición de estas duras pero delicadas fotografías de difuntos, y más aún si son retratos infantiles. La comisaria de la exposición dice que ella nunca ha buscado eso, sino la "muerte ritualizada" y "el amor que rodea el acto" del último adiós. Recuerda que "la necesidad del culto a la memoria viene desde la antigüedad" y que cuando nació la fotografía, en 1839, se incorporó rápidamente como herramienta eficaz, porque la pintura y las máscaras funerarias no estaban al alcance de la mayoría.
Desde que empezó a investigar la fotografía post mortem, por las manos de Virginia de la Cruz han pasado miles de documentos guardados en el ámbito privado. Cuenta que hay algo en el aire de la imagen, pequeños detalles, que le hacen darse cuenta del lugar donde se disparó la cámara. Las fotos valencianas, por ejemplo, muchas veces se revelan por la vestimenta tradicional; las gallegas, por "los elementos religiosos y la presentación del velorio". Luego, "cada artista tenía su mirada" y su forma de abordar un trabajo que por lo general no les era grato.
El Museu Valencià d'Etnologia expone también tres álbumes completos de los años 50 del siglo XX. Reportajes de entierros de familias con posibles, como el del presidente de una falla, donde se captura toda la pompa y se identifican las calles por las que avanza el cortejo. El material expuesto fue cosechado en las colecciones privadas de José Huguet, Javier Sánchez Portas, Julio José García Mena y la propia De la Cruz Lichet.
Entre los profesionales que firman imágenes históricas en la exposición están los barceloneses Moliné y Albareda, Joaquín Soler Morell, Rafael Areñas y Lázaro Vert; el alicantino Carlos Palacio o los valencianos José Pérez Mercado, Eduardo Ruiz, Llopis, Verdés, Adolfo García y Talens Bas, estos dos últimos, de Xátiva. Otras muchas fotos del último viaje serán para siempre anónimas.
Babelia
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