Apocalipsis con fallo de ‘tracking’
Los directores proponen un elaborado juego referencial que fetichiza el espíritu analógico del terror de los ochenta para tributar una ofrenda a John Carpenter
EL VACÍO
Dirección: Jeremy Gillespie y Steven Kostanski.
Intérpretes: Aaron Poole, Kenneth Welsh, Daniel Fathers, Kathleen Munroe.
Género: terror. Canadá, 2016
Duración: 90 minutos.
Que una de las listas más prestigiosas de balance del año –la de la revista cinematográfica Sight & Sound, que convoca a 188 críticos de todo el mundo- esté encabezada por una ópera prima de terror como Déjame salir, de Jordan Peele, puede ser visto como puntual excentricidad fruto de un cierto azar o como interesante indicio; una señal de que, en el interior de un género sistemáticamente subestimado, están ocurriendo cosas realmente interesantes. Y es cierto que el cine de terror se está afirmando como un inesperado territorio para la reflexión y para la experimentación, para el manierismo y el cuestionamiento y reevaluación de sus formas. La lectura fácil sería argumentar que vivimos tiempos terroríficos –afirmación no exenta de razón-, pero todo parece estar relacionado más bien con cierta conquista de la autoconciencia por parte de un género que, tradicionalmente, ha estado guiado por la intuición y lo pulsional. Además de Déjame salir, este ha sido el año de películas como Mother!, de Darren Aronofksy, Personal Shopper, de Olivier Assayas, Tren a Busan, de Yeon San-ho, The Love Witch, de Anna Biller, Pieles, de Eduardo Casanova y, sobre todo, la tercera temporada de Twin Peaks.
El vacío, primer largometraje dirigido en tándem por Jeremy Gillespie y Steven Kostanski, miembros del colectivo / productora independiente Astron 6, no es un trabajo ni tan excelente, ni tan ambicioso como los citados, pero en él funciona un complejo dispositivo de pastiche posmoderno. Eliminando la ironía que Astron 6 convirtió en marca de fábrica, Gillespie y Kostanski proponen un elaborado juego referencial que fetichiza el espíritu analógico del terror de los ochenta para tributar una generosa ofrenda sobre un hipotético altar levantado a honra y gloria de John Carpenter. El vacío desearía ser una película reproducida en un roñoso aparato de VHS con el tracking desajustado: la pareja de cineastas se esfuerza para que sus formas induzcan esa ilusión perceptiva, mientras va cobrando forma un relato que funciona por acumulación: asedio, crímenes, partos, mutaciones, sectas, invocaciones lovecraftianas... No estamos ante una película de terror inocente, sino ante un experimento que privilegia la sensación al sentido.
Babelia
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