El escáner que se enamoró de la impresora
Daniel Canogar pone en perspectiva la aceleración del tiempo y la cantidad de información que inunda el día a día en la Sala Alcalá 31
Él cree que tal vez nadie lo vea, nadie repare en ello, pero cuenta que, separadas por un metro de distancia, dos de sus creaciones tienen una historia de amor: son CIS y CMYK, dos obras compuestas por piezas de un escáner y de una impresora. Una videoproyección que las ilumina desde arriba, en bucle, las recrea, las pone en movimiento, las hace trabajar; en esa resurrección, CIS escanea algunos fragmentos de CMYK y CMYK imprime alguna parte de CIS. A su lado, las plantas carnívoras del Super Mario inundan una pantalla, y un poco más allá, las letras de un teclado de ordenador, desparramadas, se incendian. Son los pequeños mundos de la serie Small Data (2014 – 2016), colocados sobre repisas blancas, de madera, en la Sala Alcalá 31, donde Daniel Canogar (Madrid, 1964) presentó a finales de noviembre su última retrospectiva, una que engloba su obra de la última década.
La llamó Fluctuaciones después de debatir con Sabine Himmelsbach, la comisaria, esos cambios drásticos de aquello con lo que trabaja. “Hemos pasado de lo puramente material a la datificación, de algo que teníamos en la palma de la mano a que todo esté en la nube”, dice antes de empezar a recorrer los largos pasillos de la sala, en un paseo por las 24 obras que componen la retrospectiva; el cambio, constante, ya no es algo reposado, es un presente continuo en el que las fronteras de lo virtual y de lo tangible se diluyen, y donde lo que ocurrió hace una hora ya es viejo.
Es de esas cosas desechadas de las que se fue nutriendo para generar algunas de las obras, todas vivas, algunas independientes y autónomas. "Basura tecnológica", apunta. Lo que compone las 12 piezas de Small Data lo encontró en la calle: una calculadora, algunos mandos a distancia, discos duros, un reproductor de dvd, una vieja Game Boy, unas placas, viejos móviles; la protagonista de la sala, Sikka Ingentium, tiene como esqueleto 2.400 dvd de todo el mundo encontrados en contenedores, en las aceras, en mercadillos y rastros, algunos fueron regalos y los que no, nunca costaron más de un euro; la pieza que abre la exposición es una maraña de cable telefónico iluminada y suspendida en medio de un hueco en la pared, una suerte de altar donde se venera esa ya antigua transmisión de información.
'Tendril'
Hace apenas un mes, Daniel Canogar inauguró en Tampa una instalación permanente creada para el Aeropuerto Internacional de la ciudad de Florida. Tendril es una escultura compuesta por pantallas LED con la sinuosa forma de una vid virtual enredándose alrededor de la estructura del aeropuerto y mostrando de forma ininterrumpida clips de vídeo de distintas variedades de parra del sur de Florida. Con el tiempo pueden añadirse más vídeos a las pantallas, haciendo de la escultura una suerte de jardín en el que pueden plantarse "nuevos contenidos". "No es un video en bucle. En su lugar, un programa de ordenador genera imágenes para la pantalla en tiempo real utilizando un algoritmo programado para decidir aleatoriamente sobre el ciclo de vida de las plantas representadas: velocidad de crecimiento, cómo las ramas se bifurcan, la densidad del follaje, el color y la forma de las hojas, etc", reza el dossier de esta pieza que se abrió al público el pasado 23 de junio.
“Se explora la obsolescencia acelerada del objeto de consumo electrónico. Y a su vez es también un autorretrato del ser humano, de la adicción a lo último, a lo más nuevo; algo que se convierte en una especie de desprecio de lo viejo. Te acabas cuestionando la vejez, la natural, la humana, y reparas en que es algo que se está negando”. El tiempo, el ritmo al que nos levantamos-trabajamos-dormimos-sufrimos-nos relajamos, lo que reflexionamos y lo que no, los datos, la velocidad a la que llegan...Y a la que se van. "Este es nuestro universo, digitalizado y empapado de big data".
Durante siglos, el arte ha generado mundos que, de alguna forma, tenían algo de imaginario, de irreal, de anhelo o de miedo. Las posibilidades de recrearlos empezó a ser más fácil con la digitalización, se multiplicaron y, de alguna manera, generan una ficción cada vez más completa. Para Canogar tiene mucho de atracción por lo onírico, por esa zona de fantasía y deseo que, según él, es parte de nuestra actividad y nuestra mente, “que siempre está un poco ahí, contaminada por otras realidades más irracionales, más inconscientes”.
Parte de la fascinación y el enganche con la tecnología es para el artista la capacidad de materializar y hacer lo intangible más aparentemente tangible: “Una realidad que está pero no está, la tecnología nos permite tener un diálogo con una conexión mayor”. Recalca, eso sí, que no es algo que haya surgido con lo digital. “Ha acompañado al ser humano desde el principio. Para mí es importante decir esto, ni la pintura es tan permanente como pensamos, ni la tecnología tan nueva”. El arte, a la vez disfraz y desnudo de la realidad, converge desde hace años con cables, dígitos y datos. Draft es el ejemplo más nuevo, la única creación realizada para esta muestra, de esa confluencia. Tres monitores que se alzan casi un metro y medio sobre el suelo, evocan un libro entreabierto; en sus pantallas aparecen frases y palabras de tres textos fundacionales —la Magna Carta, la Constitución de Estados Unidos y la Declaración Universal de Derechos Humanos—, en una especie de barrido que es la reacción, en tiempo real, a la dirección e intensidad del viento de las ciudades donde nacieron esos compromisos (Runnymede, Filadelfia y París).
Es solo uno de los cientos de ejemplos que Canogar ha creado a lo largo de los últimos años, sobre todo desde que la velocidad de los cambios ha cogido un ritmo a veces imposible de seguir. “En esta rapidez es más necesario que nunca que haya personas que intenten procesar, diagnosticar, entender mejor qué es lo que está ocurriendo, para asumirlo y para gestionarlo mejor”. Y no habla solo de artistas, también de filósofos, de sociólogos: “El arte es una herramienta más para esa reflexión que encierra muchos temas, sociales, políticos, ecológicos…”.
Nuevas narrativas que para él, de alguna forma, son “antinarrativas”: menos lineales, cada vez más telegráficas, que desaparecen una vez consumidas. “Son nuestra forma de simbolizar la realidad y posicionarnos ante ella; y quizás a estos sistemas antinarrativos les falta ese punto de reflexión que creo que es necesario y que no podemos condensar en 140 caracteres”. En ese maremágnum andaba pensando el artista cuando pergeñó Plexus, la obra que despide la exposición. Es su mano, repetida en una pantalla de 405 x 288 centímetros. "Una secuencia seriada, como un cortinaje, como una planta, como un patrón textil…". Canogar se queda mirando esa enorme pantalla; mientras, los técnicos arrancan el plástico del suelo, algunas sillas se retiran, se colocan los últimos cables y él se pregunta cuánta de su huella hay en su arte, y cuánta de la máquina.
'Fluctuaciones'
La retrospectiva de Daniel Canogar, compuesta por 24 obras, estará desde el 29 de noviembre hasta el 28 de enero en la Sala Alcalé 31 (calle de Alcalá, 31, Madrid); de martes a sábados, de 11.00 a 20.30 y domingos y festivos de 11.00 a 14.00 (cierra los lunes).
Entrada gratuita.
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