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20 años pletóricos de Teatro Real

El coliseo celebra dos décadas de reapertura con una gala en la que se interpretó 'La Favorite' en versión concierto con el mexicano Javier Camarena

Jesús Ruiz Mantilla
El ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo (en el centro), con el presidente del Patronato del Real, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis (delante, primero por la izquierda), y otros de sus miembros y de su consejo asesor, ayer antes del comienzo del concierto.
El ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo (en el centro), con el presidente del Patronato del Real, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis (delante, primero por la izquierda), y otros de sus miembros y de su consejo asesor, ayer antes del comienzo del concierto. Julián Rojas
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Cuentan las crónicas que en 1850, cuando abrió por primera vez sus puertas el Teatro Real, la cola de carretas llegaba hasta la Puerta del Sol. Este martes, los coches de alta gama rodeaban la plaza de Oriente y desde pasadas las seis de la tarde, a la caída del sol, un extraño desfile de fracs y alta costura se iban amontonando junto al edificio. También cuentan que en aquella ocasión, presidió la representación de La favorite, de Donizetti, la reina Isabel II y hace 20 años, los reyes Juan Carlos y Sofía acudieron a ver La vida breve, de Falla, cuando el lugar reabrió sus puertas. Pero esta vez, por más que justificadas razones de agenda, no hubo presencia real para admirar el canto de Jamie Barton y Javier Camarena en sus papeles protagonistas y en versión concierto de la ópera belcantista.

El vestíbulo se había iluminado de rojo. Aparte de la baja de los reyes, tampoco acudieron tres de los ministros que habían confirmado su presencia, ni la presidenta del Congreso, Ana Pastor. Representó al Gobierno el titular de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo. La actualidad con Cataluña al fondo quemaba y se notaba en los corrillos.

Sí se dieron cita personalidades fundamentales en el pasado del teatro, escoltados por los anfitriones del presente, como Gregorio Marañón, presidente del patronato; el director general, Ignacio García-Belenguer, o Joan Matabosch, director artístico, que hizo justo recuento: “Hoy toca recordar a las personas que han contribuido a situar al teatro donde se encuentra hoy. Primero a los trabajadores, algunos de ellos ya en activo hace dos décadas. A los cantantes y músicos del coro y la orquesta y a mis predecesores: el maestro García Navarro, Emilio Sagi, Antonio Moral y Gerard Mortier”. Eso en su apartado. Pero también acudieron algunos de los predecesores en la gestión de tiempos revueltos, como Juan Cambreleng, Inés Argüelles, que puso cierta calma y Miguel Muñiz, con quien el teatro comenzó su etapa más floreciente.

O también Elena Salgado, la sacrificada a manos de Esperanza Aguirre, cuando el torbellino neoliberal dirigía el ministerio de Cultura. Ella echó a andar el teatro, culminó unas obras de pesadilla y salió del despacho por orden de Aguirre antes de la inauguración. La decisión de cargarse a Salgado y luego a Stéphane Lissner, “el francés”, como lo llamaban ella y sus colaboradores, supuso un frenazo en el bautismo del teatro sólo remontado en la etapa de Moral y Mortier. “Luego, Lissner acabó en lugares como la Scala de Milán y la Ópera de la Bastilla, en París. Tan malo no sería, digo yo”, comentaba Salgado recordando aquellos primeros charcos contaminados de neocasticismo patrio.

Incluso un antiguo cargo del PP como Alberto Ruiz Gallardón hacía balance este martes de aquella primera etapa y lo que juzgó una deslucida inauguración. “De haber sabido que el Teatro Real iba a alcanzar el prestigio actual, no hubiese hecho aquella primera función de bajo vuelo. No nos creíamos entonces adónde podíamos llegar”. Cayeron del cartel ni más ni menos que un director como Lorin Maazel, que se había comprometido a formar a la futura orquesta durante un año y dirigir de partida el Parsifal de Wagner. Pero desde el ministerio de Aguirre se rebajaron las expectativas.

Eso supuso ralentizar el prestigio y la ambición de un teatro al que le costó mucho después hacerse hueco entre los grandes de Europa. Fue en la etapa de Mortier cuando se dio el salto definitivo en la internacionalización del teatro y así lo recordaban muchos ayer. O lo celebraban los miembros del patronato y los consejos asesores, como Mario Vargas Llosa, que acudió a la gala con Isabel Preysler. Veinte años atrás se vivían las ansias de ver sobre el escenario a las figuras consagradas. No había tiempo ni se soñaba siquiera por lanzar en ese escenario a los cantantes o músicos del futuro, como Pablo Heras-Casado, que también acudió a la representación con su esposa, Anne Igartiburu.

Por eso resultó más que pertinente escuchar en condiciones de astro al mexicano Javier Camarena. Un cantante que el Real ha ayudado a engrandecer, como al peruano Juan Diego Flórez. Voces de hoy. Voces que han supuesto el empuje latino en un panorama donde se contaban por excepciones los divos venidos de la América hispana. Hoy son cosecha propia y de futuro. No había más que ver la tableta con la que Camarena siguió la partitura. Pocos aúnan hoy con mayor brillantez talento, tradición, canon y pericia tecnológica.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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