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TIPO DE LETRA
Columna
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Literatura electoral de urgencia

Delibes y Chaves Nogales demostraron que también en caliente se puede escribir un gran libro

Javier Rodríguez Marcos
Francisco Rabal en la adaptación al cine de 'El disputado voto del señor Cayo'.
Francisco Rabal en la adaptación al cine de 'El disputado voto del señor Cayo'.

Parece que fue ayer lo de Lehman Brothers, pero pronto hará diez años que la crisis produjo un aluvión de libros que trataban de explicar el pinchazo de la burbuja, el empobrecimiento de los pobres y el enriquecimiento de los ricos. Muchos de esos libros eran novelas empeñadas en contar microhistorias aplastadas por la macroeconomía y, de paso, sortear la tonelada de eufemismos –desaceleración, brotes verdes, regulación de empleo- con los que los gobernantes trataron de tapar sus vergüenzas. Paradójicamente, más que el análisis de los expertos, fue la ficción la que cayó bajo sospecha. Acostumbrados a escribir para la eternidad, los novelistas tuvieron que justificar sus incursiones en la llamada literatura de urgencia.

Los fiscales de la poesía pura se olvidaban de que Chaves Nogales publicó A sangre y fuego, uno de los grandes libros sobre la Guerra Civil, en pleno 1937, hace ahora 80 años. O que Miguel Delibes hizo lo propio con El disputado voto del señor Cayo en 1978, solo meses después de los hechos que trata: las Elecciones Generales de 1977, las primeras de la democracia. Forma ya parte de la leyenda que durante la Transición se fantaseaba con la posibilidad de que a la muerte de Franco salieran de los cajones todas esas obras maestras que la dictadura habría impedido publicar. Como no fue así –se habían publicado en México-, hubo que ponerse a escribirlas. Es lo que hizo Delibes con la historia de Cayo Fernández un anciano que se resiste, junto a su esposa, a abandonar un pueblo castellano del que todos se han ido. Allí van los políticos a pedirles el voto.

En apenas 180 páginas la novela retrata sobre la marcha la España de la época: el abismo entre ciudad y campo, el recuerdo del 36, las bravatas setenteras de la extrema derecha, la discriminación de las mujeres y una brecha generacional que se expresa tanto en los gustos musicales –zarzuela contra rock sinfónico- como en la forma de hablar. Enternece leer a Delibes avisando a su editor del uso de expresiones como joder, coñazo, tío o tía. “Quiero rogarte (con objeto de no espantar al lector pusilánime) que hagáis constar en la solapa que he empleado el lenguaje crudo y desenfadado de la juventud actual sin ñoñerías”, pide a Josep Vergés, el capo  de Destino

Pese a las precauciones, Delibes intuía que su libro –que fue un rotundo éxito- daría más que hablar por el fondo que por la forma: “Tengo la impresión de que armará algún ruido. El enfrentamiento de la cultura político-intelectual con la secular cultura campesina (ya muerta) no creo que pase sin más ni más, aunque el tema no está más que apuntado”. Con el tiempo, lo que su autor consideraba solo apuntado es la piedra angular para lectores jóvenes que ya no dicen ‘demasié’ ni conducen un Seat 124. Ahí está el rastro de El disputado voto del señor Cayo en Capitalismo canalla, de César Rendueles, o en La España vacía, de Sergio del Molino. Uno nació en 1975. El otro, en 1979, cuando la novela de Miguel Delibes llevaba un año en la calle. Urgente o no, la buena literatura nunca tiene prisa.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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