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César Rendueles pone el capitalismo frente al espejo de la literatura

El autor de ‘Sociofobia’ critica en ‘Capitalismo canalla’ los excesos de la mercantilización y del consumismo. “La literatura es un trabajo de pocería al margen de discursos dominantes”

Javier Rodríguez Marcos
César Rendueles, en Madrid.
César Rendueles, en Madrid.Bernardo Pérez

La precocidad en literatura parece reservada a los trabajadores de la emoción y la imaginación, es decir, a los poetas. Como mucho, a los novelistas. El pensamiento, mientras, parece exigir tiempo de estudio y de decantación de lo estudiado. De ahí la rareza de que un menor de 40 años publique un primer ensayo que sea original en el fondo y brillante en la forma. Ese fue el caso del filósofo César Rendueles, que en 2013 se estrenó con Sociofobia (Capitán Swing), un trabajo sobre “el cambio político en la era digital” que tanto los críticos como los lectores de EL PAÍS eligieron mejor ensayo del año. Nacido en Girona en 1975 y criado en Gijón, Rendueles ejerce como profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid después de trabajar en el Círculo de Bellas Artes y de formar parte del colectivo Ladinamo, un semillero de la cultura alternativa que algún día será objeto de tesinas y tesis.

Sociofobia mezclaba el rigor de un estudioso de la modernidad con la chispa de un nativo digital y los servía en una prosa clara y bienhumorada destinada a desmontar las promesas de felicidad del fetichismo cibernético. Dos años después, César Rendueles publica Capitalismo canalla (Seix Barral), una “historia personal del capitalismo a través de la literatura” que no pretende ser, avisa su autor, “un canon estético ni ideológico”. Experto en la obra de Walter Benjamin, Rendueles conecta su nuevo ensayo con el Libro de los pasajes del pensador alemán: “Benjamin hablaba de ese trabajo como de ‘un cuento de hadas dialéctico’. Con material procedente de la fotografía, la poesía o la historiografía quería construir una historia alternativa del siglo XIX. Lo mío es mucho más modesto pero comparte esa idea: usar materiales heterogéneos como puertas traseras para acceder a dimensiones de la historia que a veces quedan ocultas”.

Lo que nos permiten las novelas es acceder no al mundo tal y como es sino a cómo lo vemos. Es un trabajo de pocería al margen de los discursos dominantes

Si esas dimensiones son el nihilismo destructivo al que conduce el consumismo o “la subordinación de toda nuestra vida social a las relaciones comerciales”, las puertas traseras para llegar a ellas son novelas como W o el recuerdo de la infancia, de George Perec; El disputado voto del Señor Cayo, de Miguel Delibes; o El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Rendueles sabe que esta última se ha leído como apología del colonialismo y, a la vez, como su crítica más feroz, pero no cree en la literatura como transmisora de las ideas dominantes: “Tal vez tiro piedras contra mi tejado, pero a veces hacemos lecturas demasiado exigentes de los textos literarios desde un punto de vista político. Yo mismo he dicho alguna vez que en la literatura española de los noventa desaparecieron las vivencias de las clases populares, pero creo que eso dice más de los lectores que de los autores. Lo que nos permiten las novelas es acceder no al mundo tal y como es sino a cómo lo vemos. Con ellas hacemos arqueología interior, vamos retirando capas hasta llegar a un magma maloliente. La literatura trabaja con la podredumbre. Es un trabajo de pocería al margen de los discursos dominantes”. ¿Y Conrad? “De Conrad me interesa la dimensión subjetiva de alienación, muchas veces compartida por los colonos y por los colonizados. En él se ve muy claro que la alienación –pasiva, repetitiva, violenta, sin sentido- es lo contrario de esa sensación inimitable de estar siendo uno mismo”.

En Capitalismo canalla reaparece una de las tesis centrales de Sociofobia. Lejos de ser el hábitat natural que nos parece ahora, el mercado fue tradicionalmente una excepción reducida a un lugar y un tiempo determinados: los días de mercado. “Es una idea que tomo de Karl Polanyi, que explica que la mercantilización es algo exótico y reciente. En sí mismo eso no es algo negativo –también la declaración de los derechos humanos lo es-, pero deberíamos pararnos a pensar cuando la mercantilización genera procesos destructivos como los que nos han llevado a esta crisis. Todas las sociedades han tenido relaciones mercantiles, pero siempre han ocupado un lugar si no marginal sí muy limitado. Siempre ha habido espacios que estaban al margen del mercado. Hoy lo único que lo está es la familia”.

Los periodos de mayor progreso social y moral han tenido que ver con el control de la mercantilización

Ajeno a todo adanismo, Rendueles no plantea, dice, un retorno atávico a un momento ideal de sociedades pasadas supuestamente más cordiales y comunitarias: “Para nada. Planteo que pensemos cuál es la dimensión que queremos dar al mercado en nuestra sociedades. Los periodos de mayor progreso social y moral han tenido que ver con el control de la mercantilización. Eso fue el keynesianismo después de la Segunda Guerra Mundial: la desmercantilización parcial de la sanidad, de la educación, del mercado de trabajo... No es extraño que hoy lo subversivo en las facultades de Economía sea Keynes: que el Estado regule el mercado, que paguen más impuestos las clases altas... Sus ideas ponen de los nervios a los neoliberales. Prefieren a un marxista radical explicando la teoría del valor”. De ahí que, al contrario que en mayo del 68, el 15-M no pidiera nada imposible sino una vuelta al Estado del bienestar, algo que ahora parece casi utópico. “En el fondo”, aclara Rendueles, “los revolucionarios siempre han tenido originalmente un objetivo modesto: dar comida y educación a la gente y liberarla del despotismo. No parece excesivo teniendo en cuenta nuestro nivel de desarrollo, ¿no?”.

Balleneros con contrato basura y 'hipsters' del siglo XIX

George Perec. "Su W es un país cuya vida social gira en torno al deporte. Perec imagina cómo sería una sociedad basada en la competencia extrema. Nos suena, ¿verdad?".

Herman Melville. "Moby Dick es básicamente la historia de un emprendedor enloquecido, el capitán Ahab, que construye una mitología nihilista en torno a un proyecto de exportaciones extractivas y arrastra en su caída a una plantilla de trabajadores precarios".

L. F. Céline. "El protagonista de Viaje al fin de la noche comprueba en África la continuidad entre la violencia colonial, el esclavismo y la disciplina laboral".

Jack Kerouac. "En el camino casi siempre se entiende al revés. Como influyó mucho en la contracultura de los sesenta se lee retrospectivamente como un anticipo de la Era de Acuario y los pantalones de campana. En realidad, se comenzó a escribir en 1948 y es, básicamente, un testimonio del final de la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva eufórica del bando ganador".

Geoff Dyer. "Yoga para los que pasan del yoga narra la depresión de un periodista cultural. Es un Fausto de hoy porque el Fausto de Goethe es un hípster del siglo XIX: busca satisfacer sus ansias de autorrealización individualista. Hoy todos somos así. En vez de un perro que se convierte en Mefistófeles tenemos escaparates. Nuestras almas 'rejuvenecen' con el consumo".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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