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Emilio Lledó: “En el conflicto catalán han sobrado ignorancia y pasión”

A punto de cumplir 90 años, el filósofo confiesa su desazón ante la evolución política

Emilio Lledó, en el salón de su domicilio en Madrid.
Emilio Lledó, en el salón de su domicilio en Madrid.Álvaro García
Tereixa Constenla

En los malos tiempos hay que celebrar las buenas historias. Empapado de la tristeza que impregna a parte de la sociedad en estos días, Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es ese sabio de origen andaluz que inspiró el poema Filósofo en la noche al catalán Joan Margarit. Otros tiempos. Lledó es también ese profesor que sacó una cátedra en Madrid y renunció a ella porque los estudiantes catalanes recogieron firmas para rogarle que siguiera en Barcelona. Otros aires. Y es Lledó ese paseante capaz de arrancar una margarita en el Retiro, a pocos metros de su casa en Madrid, para trasplantarla a una maceta del balcón y apreciarla con la misma admiración que le despiertan Kant o Aristóteles.

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Pregunta. Va a cumplir 90 años. ¿Cómo los recibe?

Respuesta. Con sorpresa. He sido un niño de la Guerra Civil, de la posguerra sobre todo, poco saludable y delgaducho. He estado en colas de una hora para comprar medio kilo de tomates. Que ese niño hambriento, que tenía bronquitis, haya llegado a los 90 años en un estado de salud relativamente bueno es una sorpresa.

P. ¿Cambia la percepción del tiempo con la edad?

Tratado del "desgénero"

En vísperas de su 90 cumpleaños —el 5 de noviembre—, Emilio Lledó ha releído El jardín de los frailes, de Manuel Azaña, para descubrir "la lucidez que encierra" y asombrarse de lo poco que se reedita. Son días en los que da vueltas a un nuevo concepto, "el desgénero humano", para explicar aquello que le parece impropio de los humanos, ya sean los incendios en Galicia o la guerra en Siria. "Estoy escribiendo ahora sobre el sentido del bien y de los grandes conceptos que han creado los humanos, la justicia, la bondad, la lucha por la igualdad, la inteligencia, la racionalidad, el enriquecimiento de la sensibilidad con el arte". "A pesar de que se diga que el hombre es un lobo para el hombre", expone, "la sociedad funciona cuando hay un principio de bondad. Lo realmente importante es el hombre que tiene poder. Un político indecente es la ruina del país".

R. Sí, cambia, y a veces te entra una pequeña veta de melancolía porque no quieres irte, pero entonces te asomas a los árboles y ves que las hojas se caen. Es el ritmo de la naturaleza, nace, florece y se agosta y, como por suerte somos hijos de la naturaleza, no tenemos más que asumir ese condicionamiento del tiempo.

P. ¿Cómo está la salud de la escuela pública?

R. No muy bien, pero hay que luchar por ella. Hay textos de la filosofía política griega que ya dicen que la enseñanza tiene que estar en manos del Estado. No tiene sentido que el dinero sea el que marque la diferencia. Es una injusticia. Me sorprendía que una conocidísima política hablase de la libertad de los padres para escoger el centro donde educar a sus hijos. ¿Qué libertad es esa? ¿Los trabajadores de Vallecas tienen libertad para mandar a sus hijos a los colegios de pago de las zonas ricas de Madrid?

P. En algunos institutos se han sustituido los libros por tabletas. ¿Ve riesgos en este camino hacia la dependencia de lo digital?

R. Vivimos en una época digital y es importante, pero puede haber una patología en todo esto. El libro, la lectura, necesita otro tipo de tiempo distinto de los fogonazos de los móviles, de las imágenes, y es insustituible, porque es la compañía, el diálogo continuo. Todos los libros de mi biblioteca son mi vida. Ese objeto fosforescente que te llega a los ojos y de pronto desaparece, no.

P. ¿Esperaba que después de 40 años de democracia pudiésemos llegar a esta situación?

R. Me ha sorprendido muchísimo, porque yo he estado de catedrático en Barcelona, desde el 67 hasta el 78 y, con la excepción feroz de una cosa personal, he sido muy feliz como profesor, me he sentido enormemente aceptado.

P. ¿Ha faltado filosofía tal como la concibe, como entendimiento del otro?

R. Por supuesto, y ha sobrado ignorancia y pasión. Yo no soy nacionalista, no sé lo que es. Nací en el barrio de Triana; a mi padre, que era militar, lo destinaron a A Coruña, a Vicálvaro, al acabar la Guerra Civil a la calle, después a Madrid. Cuando acabé la carrera y el servicio militar, en el 52-53, me fui a Heidelberg 11 años, tres en Valladolid, medio año en Alcalá de Henares, tres en La Laguna, 11 en Barcelona... ¿De dónde soy yo? Estoy orgulloso de haber tenido toda esta experiencia y de donde realmente soy hoy es de la lengua que puedo hacer con mi manera de pensar, de sentir, de querer, de aceptar a los otros. Esa es mi patria, esa es mi nación y ese es mi nacionalismo; por eso he sido feliz en todos los sitios en los que he vivido. En lo único que se me pudo notar algo de eso que llamamos nacionalismo es cuando estaba en Heidelberg. Me molestaba que hablasen tontamente con estereotipos de mi país, sobre todo porque he tenido la experiencia maravillosa de ser profesor de obreros españoles, la mayoría andaluces.

P. ¿Por qué cuesta tanto entender al otro?

R. Por prejuicios, por deformación mental. Qué duda cabe que pertenecer a una lengua tiene componentes sentimentales, pero ojalá yo fuera bilingüe o trilingüe, qué maravilla. Creo que es incultura, deformación, es el desgénero humano. Aristóteles inventa el verbo “ser humano”, que significa querer a los otros, proyectarte hacia los otros, entender a los otros, asimilarlos, hacerlos semejantes a ti. Solo nos diferencia la lengua matriz que hablemos, las ideas y la generosidad que podamos transmitir. Estos días, por estas razones de separatismo y no separatismo, me he sentido muy infeliz; hacía tiempo que no me sentía tan triste, desazonado, ¡hacía años! Creo que desde después de la guerra no me he sentido tan afectado, quizá se deba a que yo no tengo sentimiento nacionalista en este sentido.

P. ¿Qué recomendaría hoy un sabio griego para salir de esto?

R. Generosidad. Y darnos cuenta de que la globalización no es solo económica; hay que globalizar también los sentimientos, la aceptación, la riqueza... ¡Lo feliz que me sentí los años que estuve en Barcelona! Por eso no he querido ir ahora; sabía que se me haría un nudo en la garganta si iba a algún acto por la medalla de oro de la universidad que me han concedido. Tenía miedo a mí mismo; hay cosas que no se te olvidan.

P. ¿Las banderas le dicen algo?

R. Nada.

P. ¿Ayudan o entorpecen?

R. Creo que cualquier bandera entorpece. Lo que tenemos que tener es una bandera de justicia, de bondad, de educación, de cultura, de sensibilidad, de filantropía, otro sustantivo maravilloso de los griegos, el amor a los otros. Pero trazar fronteras me parece una equivocación. No lo entiendo. Ahora hay que ser un poco radical y un poco generoso, y entender y estudiar. Yo me sentí en mi país desde los Pirineos hasta la isla más al sur de Canarias. Me parece un terrible error, porque se están olvidando problemas mucho más importantes de nuestro país con esta historia de los nacionalismos, se están olvidando de la corrupción de un lado y de otro. Hay un gran señor de un nacionalismo que vendió su ideología y tiñó el nacionalismo de la patria y resulta que lo que verdaderamente estaba haciendo era llevándose el dinero a Andorra. Pues nadie habla de eso. Tampoco se habla de los Bárcenas ni de los Ratos.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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