El ‘glamour’ del fracaso
Los delirios de grandeza de The Hollywood Brats, legendario y fugaz grupo londinense
La locomotora del rock puede estar jadeando mientras sube la colina pero sigue transportando una fenomenal carga de historias ejemplares. Y no para de generar biografías y películas. Todo solista o grupo ha sido retratado, tanto triunfadores como figuras de culto.
Esperen, hay una variedad poco explorada: las crónicas de perdedores. Bueno, sí: en 2008 se estrenó Anvil: el sueño de una banda de rock, documental sobre un infeliz trío canadiense de heavy metal que insistía e insistía más allá de su fecha de caducidad. En libros abundan las memorias surgidas de la tercera división, a veces autoeditadas, que parecen redactadas por discípulos del mono que teclea incansable.
Felizmente, Te potaría encima, de Contraediciones, pertenece a otra categoría. Andrew Matheson, su arrogante autor, vive —entre 1971 y 1975— convencido de que el mundo se va a abrir de piernas ante el talento de su banda. Una fe conmovedora, teniendo en cuenta que generalmente se aloja en pensiones de las que se marcha subrepticiamente o en ruinosos edificios okupados.
Todo esto podría sazonar su mitología pero debemos añadir que roban para alimentarse, manipulan los contadores de electricidad y no tienen ni local para ensayar. Funcionan bajo el nombre de The Queen hasta que descubren que circula otro grupo casi homónimo, Queen. El conflicto se resuelve con un puñetazo en los morros de Freddie Mercury; aunque ganan esa pelea, deciden rebautizarse como The Hollywood Brats.
No solo el nombre alienta sospechas: también el aspecto y la actitud se aproximan a los New York Dolls. Si alguien sugiere que existen similitudes, Matheson vitupera a los neoyorquinos, sin más argumentos que su productor es Todd Rundgren (“No ha grabado un disco de rock and roll en su vida”) y que en la portada parecen transexuales. Prácticamente, Matheson solo tolera a los Kinks y los Stones de los 60. Desprecia la música de su tiempo y su consumo cultural tiende a limitarse a la contemplación catatónica de televisión. Su interacción con la humanidad se reduce a visitar pubs habitados por violentos trogloditas.
Pero Matheson y compañía viven en una urbe que sustenta una voraz industria del pop. Prácticamente sin actuaciones, atraen la atención de algunos tiburones que patrullan el Támesis. Hay cameos de Chris Andrews (compositor de éxitos para Sandie Shaw), Cliff Richard (muy cristiano, muy generoso) y Andrew Loog Oldham (que detecta en Matheson la torpeza social de Brian Jones).
No debería destripar el final pero digamos que hay una buena y una mala noticia. Londres aún recuerda el alboroto del glam rock y una agencia de management, con dinero mafioso, financia la grabación del primer LP de los Hollywood Brats, en los históricos Olympic Studios. Sin embargo, ninguna discográfica británica quiere editarlo, obviamente temerosas de su matriz empresarial. No ayuda el estribillo del tema principal, Sick on you: durante una bronca de enamorados, el protagonista amenaza con vomitar sobre su “nena”.
¿Qué eso sueno a agresividad punk? En realidad, este formidable relato tiene un epílogo con imperdible: llegan a conectar con Malcolm McLaren, que quiere incorporarles a un plantel que ya cuenta con los Sex Pistols. Matheson se marcha horrorizado. Da lo mismo: para la historia, los Hollywood Brats son hoy una nota a pie de página en cualquier enciclopedia del punk.
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