Espionaje, bailes y seducción: un siglo de la muerte de Mata-Hari
EL PAÍS selecciona de su hemeroteca un reportaje sobre la mítica espía holandesa publicado por el escritor y periodista Julio Llamazares en agosto de 2005
La primera versión del artículo original titulado "La leyenda de la mujer fatal" se publicó en EL PAÍS el 11 de agosto de 2005. En él, Julio Llamazares se adentra en la casa natal de Mata-Hari (la espía más famosa del siglo XX), en la localidad holandesa de Leeuwarden, al norte de Holanda.
Leeuwarden, la capital de Friesland, en Holanda, es un lugar muy tranquilo. Lo prueban su aspecto idílico y ganadero (la región de Friesland produce casi el 40% de la leche de todo el país) y sobre todo las esculturas que presiden sus paseos y sus plazas principales. Al revés que en otros lugares, donde estas rememoran normalmente el nombre de militares y de políticos, en Leeuwarden las estatuas son mucho más apacibles. Y originales. Hay una al caballo frisón, típico de la región; otra a un niño futbolista; otra a una vaca, apodada Nuestra Madre, que al parecer dio ella sola en vida, a mediados del siglo XIX, la nada desdeñable cantidad de 13.800 litros de leche, y otra, en fin, al borde de uno de los canales que atraviesan la ciudad de parte a parte, a la frisona más conocida en el mundo, por encima incluso de las vacas: Mata-Hari.
La casa de Mata-Hari está en el centro de la ciudad, en el número 28 de la Grote Kerstraak, y hoy alberga el Museo Literario de Friesland, cuya bandera de franjas blancas y azules, con siete corazones rojos, ondea en el balcón de la fachada. El museo no tiene gran interés (salvo para los interesados, supongo, en la cultura frisona), pero permite al viajero la emoción de entrar en la casa en la que nació y vivió la que sería pasado el tiempo la más famosa espía del siglo XX. Esa a la que en dos vitrinas (con unas pocas fotografías, unos cuantos objetos personales y el cartel de Greta Garbo en el que interpretó su vida para la gran pantalla) el museo rinde también homenaje, casi por obligación. Se ve que sus promotores están más interesados en difundir la cultura frisona que la leyenda de su compatriota.
Y, sin embargo, Margaretha Geertruida Zelle, hija de un comerciante de sombreros cuyo destino parecía ser el de una chica más de Friesland, casada con otro comerciante o un ganadero y dedicada a criar sus hijos igual que hizo su madre, se convertiría por causa de su destino en la espía más famosa de la historia y en la imagen de la mujer fatal. De ahí la fascinación que sigue ejerciendo casi un siglo después de ser fusilada cerca de París, y de ahí la peregrinación que Leeuwarden continúa recibiendo cada año, pese a que siempre se avergonzó de ella.
Por sus brazos enjoyados y su cama pasaron infinidad de hombres, todos rendidos a su belleza
Mata-Hari, no obstante, nació en Java, hacia donde la joven Grietje, como la conocían familiarmente en Leeuwarden y en su familia, se encaminó junto a su marido, un oficial del Ejército holandés destinado en las Indias orientales al que conoció por un anuncio en el periódico tras sufrir en el internado en el que la metió su padre, a la muerte prematura de su madre, el acoso del director, que se había enamorado de ella. No era el primero ni sería el último, pues la joven, según parece, era de una belleza espectacular. Pero su matrimonio resultó un fracaso. Violento y bebedor, el oficial de Indias que se casó con ella a través de un anuncio en el periódico sometió a la joven Grietje a un infierno de celos y agresiones, motivados según él por su absoluta amoralidad y adicción al sexo —"¿Cuándo podré librarme de esta zorra sin que me quite a mis hijos?", llega a escribir a su hermana—, hasta que aquella consiguió el divorcio, muerto ya el mayor de sus dos hijos.
Pero Margaretha Geertruida Zelle, aunque regresó a Europa, no estaba dispuesta a volver a Holanda y a la provincia. Durante su estancia en Java, la ya más madura Grietje había aprendido los secretos del sexo y de las danzas orientales, por las que siempre sintió gran fascinación, y ello, unido a su ambición, la llevó a instalarse en París, ciudad en la que se convirtió en seguida en la bailarina más famosa y deseada por los hombres.
Con una vida inventada, bailando semidesnuda, salvo los pechos, que siempre llevó cubiertos (dicen que a causa de la falta de pezón en uno de ellos, que le arrancó su exmarido, el violento oficial de Indias, de un mordisco), cubierta de brazaletes y de exotismo, Mata-Hari, la Pupila de la Aurora, como ella misma se bautizó para subrayar aquel, cautivó a todos los hombres de París tras su estreno en el Museo de Arte Oriental, en función promovida por el coleccionista Guimet.
"Siempre he amado a los militares. Prefiero estar con un militar cualquiera que con el banquero más rico de la ciudad", declaró
Por sus brazos enjoyados y su cama pasaron infinidad de hombres, todos rendidos a su belleza. Políticos, militares, poetas, compositores, toda la aristocracia de la preguerra, con contadas excepciones, sucumbió a su misterio y a su exotismo, que ella misma se encargó de alimentar inventándose una vida que no tuvo. Contaba que era hija de una bailarina hindú, del templo de Kanda Swany, que murió a los 14 años, al nacer ella. Decían que dominaba todas las técnicas del Kamasutra, un ejemplar del cual fue encontrado, a su muerte, cuidadosamente anotado en el apartamento en el que vivía. Sus contorsiones y sus miradas eran famosas en toda Europa. Eran los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, y el mundo era un cabaret en el que mujeres de largas piernas cantaban canciones militares y profanas para un público que se acercaba al abismo sin darse cuenta.
Pero la fama de Mata-Hari fue también su perdición. Su fama y su pasión por los militares ("Siempre he amado a los militares. Prefiero estar con un militar cualquiera que con el banquero más rico de la ciudad", declaró ante el tribunal que la juzgó), por los que siempre dijo sentirse irresistiblemente atraída. Y le daban igual sus nacionalidades: alemanes, franceses, austriacos, italianos... Con todos se acostó y a todos los volvió locos con sus caprichos y sus desdenes y su conocimiento del sexo y de la miseria humana. Cuando estalló la Guerra Mundial, actuaba ocasionalmente en Berlín y era la amante del jefe de policía de la ciudad. Luego lo fue del cónsul alemán en Ámsterdam, quien la introdujo, al parecer, en los servicios secretos de su país como la agente H-21. Pero ella, inconstante en los afectos igual que en los amores, se convirtió en agente doble, también para los franceses.
Maquillada como para una ceremonia murió en el campo de tiro de Vincennes, cerca de París, al amanecer del 15 de octubre de 1917. Nadie reclamó el cadáver
Ante el Tribunal de Guerra que la juzgó dijo que solo se acostaba con los militares por placer, no por sacarles información. Quizá fue la única vez que no mintió en su vida, pero no la creyeron. Maquillada como para una ceremonia, con los ojos abiertos y despidiéndose del pelotón que la ejecutaba mirándolos fijamente (hay quien dice que se abrió el abrigo negro, bajo el que estaba completamente desnuda, para confundirlos, e incluso quien asegura que solo cuatro soldados lograron acertar a causa de ello), murió en el campo de tiro de Vincennes, cerca de París, al amanecer del 15 de octubre de 1917. Nadie reclamó el cadáver.
En Leeuwarden, mientras tanto, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo de París, la gente seguía a lo suyo, ordeñando a las vacas y alimentando a los caballos, además de a sí mismos y a sus familias, sin sospechar que aquella famosa espía de la que hablaban todos los periódicos era la hija del sombrerero Zelle, conocido en la ciudad por su imaginación y por su afición a contar historias que nunca fueron verdad, pero que él aseguraba haber vivido en persona. En eso se pareció seguramente a su hija. Extraña más por ello la pequeña figura de la muerte con guadaña que un pintor de brocha gorda de Leeuwarden que se encontraba pintando la casa de Mata-Hari la mañana de su fusilamiento pintó debajo de la escalera con la fecha grabada y bien visible junto a ella: 15 de octubre de 1917.
Los responsables del hoy museo, más preocupados por la literatura y la cultura de Friesland, tienden a pasar de ella, pero allí sigue como un extraño testimonio de que el misterio y la fantasía continúan persiguiendo a Mata-Hari después de muerta como lo hicieron toda su vida y como lo seguirán haciendo, pues es ya uno de los arquetipos de nuestra historia y de nuestra imaginación: el de la mujer fatal, que tanto atrae a los hombres.
Babelia
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