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Crítica | Cezanne y yo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La línea de la victoria y la derrota

La película se adentra en esa amistad, poderosa, volcánica y sincera

Javier Ocaña

Paul Cézanne era una anomalía de objetividad dentro de la subjetividad del impresionismo. Mientras sus compañeros de generación, con los que solía andar a la gresca, optaron por la impresión de la obra única, él aspiraba a la ausencia de mediación, a la eternidad del objeto. Émile Zola, observador y experimentador, era el capitán del naturalismo, y concebía que "las únicas obras grandes y morales son las obras de la verdad". Cada uno en una vertiente artística, venían a decir lo mismo. Quizá porque eran grandes amigos, quizá porque habían crecido juntos, vivido lo mismo, amado lo mismo, incluida una mujer: Alexandrine Gabrielle Meley, modelo del pintor, esposa del escritor. Hasta que un libro los separó.

CÉZANNE Y YO

Dirección: Danièle Thompson.

Intérpretes: Guillaume Gallienne, Guillaume Canet, Déborah François, Alice Pol.

Género: drama. Francia, 2016.

Duración: 117 minutos.

La película francesa Cézanne y yo se adentra en esa amistad, poderosa, volcánica y sincera, desde su encuentro apenas siendo unos críos de batalla colegial en el recreo, hasta (casi) su muerte. Una obra que, a pesar de la esencia de ambos artistas, apenas raya la superficie de su genio, de sus pasionales existencias, más por un problema de forma que de fondo. A la película de Danièle Thompson le sobran academicismo y limpieza, y le faltan valentía, crueldad, tremendismo. Los de sus personajes protagonistas. Es una película curiosa porque presenta aspectos puede que desconocidos de dos genios siempre interesantes. Pero apenas roza. Nunca duele.

"Ya no lees mis libros, los juzgas", dice Zola a Cézanne cuando éste se ve a sí mismo en el fracasado pintor Paul Lantier, el ambiguo personaje protagonista de La obra (1886). Los escritores, demasiadas veces, vampiros de las vidas que los rodean. "La literatura no es la verdad. Una novela no es verdad", se defiende Zola, contradiciendo en cierto sentido sus postulados básicos. Thompson, de carrera desigual como directora, aunque con una película formidable como coguionista, La reina Margot (Patrice Chéreau, 1994), apunta asuntos interesantes en los textos, con la presencia de las citas reales de ambos en su relación epistolar, expuestas con voces en off, pero la crudeza queda siempre en la superficie: el egoísmo autodestructivo de Cézanne, las dudas de Zola en su última etapa sobre su capacidad para recuperar la inspiración.

Con una banda sonora de Éric Neveux que marca demasiado el tono meloso, cuando estamos ante una película esencialmente dolorosa, y unos espantosos interludios entre secuencias subrayando el paso del tiempo, Cézanne y yo tiene, sin embargo, a dos excelentes intérpretes, Guillaume Gallienne y Guillaume Canet, estos sí, capaces de penetrar con energía en la rabiosa existencia de dos amigos que desfilaron por la fina línea que separa la victoria de la derrota. En la vida y en el arte.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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