El restaurante que ayudó a evitar una guerra nuclear entre EE UU y la URSS
La cita en Washington entre un coronel del KGB y un periodista estadounidense contribuyó en 1962 a desactivar la crisis de los misiles de Cuba
John F. Kennedy atisba el infinito. Cruza su mirada con la de Martin Luther King, quien eleva sus ojos. Las del presidente estadounidense y el líder de los derechos civiles de los negros son dos de las casi 1.200 fotografías que abarrotan las paredes del restaurante Occidental de Washington. Casi desde sus comienzos en 1906, este elegante establecimiento del centro de la ciudad inició una tradición: colgaría retratos de las personalidades que se hubiesen sentado a sus mesas.
Ese imponente mar de imágenes ha sido testigo de muchos secretos del poder y de la trastienda de la historia de EE UU del último siglo. A una cuadra de la Casa Blanca, el Occidental fue un día escenario relevante en el momento más convulso de la corta presidencia de Kennedy. Una conversación en una de sus mesas ayudó a desencallar la crisis de los misiles de 1962, que puso a Estados Unidos y la Unión Soviética al borde de una guerra nuclear después de que Washington descubriese que Moscú estaba instalando lanzaderas de misiles en Cuba.
“En esta mesa, durante los momentos de tensión de la crisis cubana de los misiles, el misterioso ruso Señor X trasladó al corresponsal televisivo de ABC John Scali una oferta rusa de retirada de los misiles de Cuba. Sobre la base de esa cita, se evitó la amenaza de una posible guerra nuclear”, reza una placa dorada que luce en el lugar.
La inscripción, como la reunión que recuerda, es discreta. Está casi escondida en una pared al fondo del restaurante, colgada al lado del tipo de mesa en que, el 26 de octubre de 1962, Scali (Canton, 1918-Washington, 1995) almorzó con Alexander Fomin (Moscú, 1914-2007), entonces consejero de inteligencia de la Embajada soviética en EE UU.
Dos días después, la crisis de los misiles quedaba resuelta. La identidad de Fomin no se divulgó hasta más tarde. “Quería almorzar conmigo”, contó en 1964 Scali, que era el corresponsal de la cadena ABC en el Departamento de Estado y más adelante sería embajador de EE UU ante la ONU. “Yo ya había almorzado cuando me llamó, pero su voz sonaba tan urgente e insistente que decidí ir inmediatamente”, agregó.
El mensaje de Fomin, un coronel del KGB, era claro. Una vez se alejó el camarero, le comunicó a Scali, según el relato de este: “La guerra parece estar a punto de estallar, debe hacerse algo para salvar la situación”. El periodista le contestó: “Deberíais haber pensado en eso antes de meter los misiles”.
El diplomático ruso le preguntó entonces si Kennedy aceptaría la siguiente solución, que fue la que se acabó acordando: Moscú retiraría los cohetes y sus lanzaderas y se comprometería a no volver a instalarlos. Y Washington prometería no volver a intentar una invasión de Cuba tras el fracaso, un año antes, del desembarco en la bahía de Cochinos. “Le dije que no sabía, pero que estaba dispuesto a intentarlo y descubrirlo”, rememoró Scali. Durante el resto de la comida, apenas volvieron a hablar.
El periodista mandó inmediatamente un memorando a un alto cargo del servicio de inteligencia estadounidense. “Me pidió preguntar al [Departamento de] Estado y hacerle saber. Me dio el número de teléfono de su casa para que pudiera llamarle esa noche si era necesario”, reza la nota, ahora desclasificada. Y, ante todo, Scali decidió no informar del almuerzo, evitando la que hubiera sido la exclusiva de su carrera. “En momentos como ese, un reportero no tiene opción. Cualquier cosa que pueda hacer para evitar la destrucción de la humanidad, debe hacerla”, esgrimió después.
Cuenta Travis Gray, el gerente del Occidental, que es frecuente que algún comensal pregunté por la mesa en la que almorzaron el diplomático y el periodista. Hay incluso un tour turístico de Washington que hace parada en el restaurante. “Es un orgullo estar en un lugar en el que se puede contemplar la historia de la nación”, señala.
La clientela del restaurante Occidental —cuyos platos llegan a costar 48 dólares— es ecléctica y el ambiente es relajado. Hay desde turistas hasta empleados de la Casa Blanca, congresistas y jefes de Estado, que comen en salas reservadas. El gerente sostiene que les atrae la “historia y la proximidad” del restaurante a los centros de poder. Asegura que no es insólito que acuda personal del Servicio Secreto para inspeccionar el local pocos días antes de la visita de una personalidad.
La sombra rusa de Trump
Lo que por ahora no ha visto Gray es ningún encuentro parecido al de Fomin y Scali. El presente político de Washington evoca ecos de ese pasado. Cinco décadas después, Rusia vuelve a monopolizar el debate. Esta vez no es la amenaza de una guerra nuclear o del comunismo sino los lazos con Moscú del entorno del presidente estadounidense, Donald Trump.
Las reuniones no reveladas con el embajador ruso en Washington Serguéi Kislyak han costado el cargo al primer consejero de Seguridad Nacional del republicano, el exgeneral Michael Flynn, y han puesto contra las cuerdas al fiscal general, Jeff Sessions. Hay investigaciones en curso para dirimir si Trump se coordinó con el ciberataque ruso que buscaba ayudarle a ganar las elecciones presidenciales.
El restaurante, propiedad de un grupo inmobiliario, siempre ha sido un termómetro de la capital estadounidense. El Occidental nació hace 111 años de la mano del adyacente hotel de lujo Willard y se convirtió en un imán de famosos. Vivió la escasez de comida durante las guerras mundiales. Y superó su propio declive: en 1971 cerró por problemas sanitarios y la pérdida de clientes por la acuciante inseguridad en el centro de la ciudad. Reabrió en 1986 a pocos metros de su ubicación inicial.
También se palpa ahora en el restaurante el clima de Washington. Frente a unos retratos de Trump y los últimos presidentes, los propietarios colocaron hace dos semanas una réplica del cuadro Libertad de expresión, de 1943 de Norman Rockwell. Todo un alegato ante la cruzada de Trump contra sus rivales políticos y los medios de comunicación. Cerca del cuadro, cuelga una fotografía de Scali con una irónica dedicatoria que dejó escrita sobre el Occidental: “Sirve intriga extranjera así como comida superior. Buena suerte”.
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