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CRÍTICA | LA PILARCITA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuando Tennessee Williams besó a los Quintero

María Marull vuelve al mejor sainete, con interpretaciones sembradas de Mona Martínez y Anna Castillo

Javier Vallejo
Una escena de 'La Pilarcita'.
Una escena de 'La Pilarcita'.

La Pilarcita

Autora: María Marull. Intérpretes: Anna Castillo, Fabia Castro, Álex de Lucas, Mona Martínez. Luz: David Mínguez. Vestuario: Ana López. Escenografía: Chema Tena, David Mínguez. Dirección: Chema Tena. Madrid. Teatro Lara, domingos, hasta el 10 de septiembre

Un sainete, tan gracioso como los mejores de Arniches o de los Álvarez Quintero. Creíamos que el género había sido borrado del mapa cuando aparece María Marull (¡ale hop!) con esta historia milagrera, desencantada y cruel, pero jocosa, ambientada en Extremadura por sus adaptadores, que no figuran en el programa de mano: deberían, por su acierto al aclimatar una fábula de la Argentina profunda en el suroeste de la España rural.

La Pilarcita narra con desenfadado aliento dramático el encuentro entre Selva, mujer madura llegada desde la capital en busca de un milagro, y Lucía, mocita atada a su abuela y a un pueblo moribundo, que en verano resucita para celebrar la romería de una niña santa, tan quimérica como las apariciones virginales de Medjugorje y El Escorial. Ambas están prisioneras: una de sus orígenes, de un amor sin futuro la otra.

Por debajo de la levedad y de la alegría con la que todo sucede, en el patio de una casa que debió de serlo de labradores, corre un río de afectos no expresados, pasiones aletargadas e inercias lapidarias, en el que la textura del humor alvarezquinteriano confluye con naturalidad con el halo de desencanto característico de los dramas de Tennessee Williams: bromas y veras se dan la mano aquí.

Los intérpretes dicen sus diálogos sin énfasis alguno, como si anduvieran pasando texto, cosa que produce un beneficioso efecto paradójico: cada chiste es una sorpresa. Mona Martínez hace de la dama crepuscular un cruce entre la Ava Gardner de La noche de la iguana y la Gloria Swanson de El crepúsculo de los dioses, salpimentada con guiños de Esperanza Roy.

Anna Castillo, actriz de naturalidad desarmante y vis cómica absoluta, nos lleva de sorpresa humorística en sorpresa en su recreación de Lucía, Adelita alegre presa de invisible Bernarda Alba. La Luisa de Fabia Castro, vestida de negro, evoca eficazmente las estrecheces de la Martirio lorquiana, mejor humorada. Álex de Lucas encarna con solvencia vocal y buena presencia a Joaquín, el hermano repentizador de Lucía, cuyo papel se ciñe a cantar una serie de coplas, a modo de intermedios musicales, y un romance de ciego, donde resume lo que sucederá tras el fin del sainete.

Ni rastro queda del origen americano del texto original, en esta puesta en escena tan bien llevada por Chema Tena. Como toda la acción sucede en el mismo lugar y en horas veinticuatro, la función encaja perfectamente en la pequeña sala Membrives del Teatro Lara. Va a ser un éxito de largo aliento.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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