Deep Purple: mientras la llama no se extinga
La banda tocó anoche en Madrid con un disco recién estrenado bajo el brazo, 'Infinite'
¿Un concierto de Deep Purple en 2017? Así es, y con un evidente prurito de orgullo entre los oficiantes, así sumen alguna que otra centuria sobre el escenario. Los viejos bucaneros del metal británico, los eternos precursores de las guitarras y órganos más asilvestrados del circuito y los firmantes de uno de los dos o tres discos en directo más impepinables de la historia del rock podrían enrocarse en los himnos de 40 años atrás y nadie se sentiría defraudado. Llámenlos orgullosos, culos inquietos o profesionales aguerridos, pero los Purple se presentaron anoche ante 5.000 almas en el WiZink Center madrileño con disco recién estrenado bajo el brazo, Infinite, y la manifiesta intención de certificar que las nuevas canciones no eran un capricho de jubilados ociosos.
Conste que ya la entrega anterior, Now what?!, fechada cuatro años antes, también gozó de sus minutos de gloria, incluso a costa de llevarse por delante el clasiquísimo Highway Star. Y que más de un rockero de chincheta y sexenios, de carné oficial y raída camiseta negra, se tiraba de la melena como para arrancársela de cuajo. Pero así de cruda es la vida, incluso si el destino te hizo heavy: renovarse para sobrevivir.
Una noche con los actuales Purple (una formación, quede claro, más que decente), solo permite vagas elucubraciones sobre el sentido último de esta gira, titulada El largo adiós. Como la despedida es intrínseca a nuestra condición animal, podríamos deducir que la prolongarán hasta que el rigor biológico la haga inaplazable. Ayer, con un Ian Gillan desgastado pero airoso a sus casi 72 años, no se barruntaban motivos para la prisa. El tema inaugural pertenecía a los estrenos, el batallador Time for Bedlam, mientras que Uncommon Man y la progresiva y excelente The Surprising, otro clásico improbable para el siglo XXI, se erigieron en dos de las piezas más complejas y sobresalientes de la velada.
El himno del Atleti
Al final, como siempre, todo depende de la perspectiva. Gillan ya no anda para manierismos y faltan Ritchie Blackmore y el fallecido Jon Lord, que para los estándares del rock duro eran Messi y Cristiano en la misma escuadra. Pero el organista presente, Don Airey, comparte escuela y dedos fulgurantes. Esta vez (tuit urgente a Puigdemont) no intercaló Els segadors, pero sí... ¡el himno del Atleti! Y, oigan, solo por verificar el medio siglo de magisterio a la batería de Ian Paice, enorme, la cosa habría tenido su gracia.
Tranquilos. Como colofón antes de los bises llegó Smoke on The Water, madre y hasta abuela de todos los himnos, y quedó claro que de aquellas míticas llamaradas de Montreux aún provienen algunas volutas de humo. Suficiente para que el fuego no se extinga antes de tiempo.
Babelia
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