El inglés que retrató sonrisas en la Guerra Civil
Publicado en español el libro del inglés Alec Wainman, conductor de ambulancia y fotógrafo de la retaguardia republicana
Ese joven que mira a la cámara con timidez detrás de sus gafitas redondas, en un tranvía de Barcelona, se llamaba Alec Wainman, un inglés que, impulsado por sus ideales, llegó a España en septiembre de 1936, con 23 años, para ayudar a la República en guerra como conductor de ambulancias, en la organización civil Unidad Médica Británica. Quien por sus creencias se definía como un "cuáquero apolítico", también era aficionado a la fotografía, así que con su Leica documentó durante la Guerra Civil el frente del Ebro o la llegada de la Brigada Lincoln a Barcelona, y retrató a civiles: campesinos, mujeres, niños, casi siempre sonrientes.
Cuando Wainman (1913-1989), enfermo de hepatitis, se marchó de España dos años después, el 8 de agosto de 1938, se llevó los rollos de película ocultos en el material médico, para evitar la censura republicana. Eran 1.650 imágenes de las que solo se dieron a conocer unas pocas con los años. Fiel a sus principios antifascistas, sirvió en la II Guerra Mundial, como oficial de inteligencia en el Ejército británico. La participación de los Wainman en guerras venía de lejos. A su tatarabuelo, un herrero, le pidió George Washington que forjase una cadena para detener a las embarcaciones inglesas en el río Hudson; su bisabuelo fue un oficial de caballería que combatió a las tropas de Napoleón y su padre había muerto en la I Guerra Mundial.
Wainman volvió a la vida civil como catedrático de estudios eslavos en la universidad canadiense de Columbia Británica (Vancouver) y esperó a la muerte del dictador Franco para entregar las fotos a una editorial de Londres que las publicase. "No hubo acuerdo y además el editor fue después a la quiebra", dice por correo electrónico su hijo, Serge Alternês (seudónimo de John Alexander Wainman, nacido en Vancouver, en 1961). El asunto empeoró: las imágenes se extraviaron y Wainman padeció alzhéimer sus últimos años.
"Casi cuatro décadas después, localicé las fotografías a raíz de una llamada telefónica de una extrabajadora de la editorial. Ella había guardado la colección en un maletín de cuero. Sentí un enorme alivio", añade Alternês, que logró, por fin, en 2015, que una pequeña editorial canadiense lanzase el libro del que ahora llega la versión en español. Almas vivas (editorial Milenio) reúne 210 fotos, prólogos, entre otros, del hispanista Paul Preston y del director del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet y capítulos del diario de Wainman que encontró su hijo "hace una docena de años entre sus efectos personales". "Sentí de alguna manera que volvía a colaborar con mi padre, lo que no pudimos hacer durante su enfermedad".
Entre las fotos merecen una mención especial las de los médicos y enfermeras que atienden a heridos en hospitales de campaña de las brigadas internacionales en el frente del Ebro. De su manera de fotografiar, Wainman le contó a su hijo que "a menudo, necesitaba una hora para componer la imagen".
Alí Babá y los cuarenta ladrones
El libro recoge anécdotas, como la de un inexperto Wainman que le pasa una lata de agua en vez de gasolina al conductor de una ambulancia entre la confusión por su insuficiente español. O sus primeros contactos con los comunistas en Cataluña: "Los hombres que custodiaban las barreras lucían largas barbas y se parecían a Alí Babá y los cuarenta ladrones". El inglés tuvo más humor para contar cómo aprendió a beber del porrón en un pueblo: "El novato se atraganta al primer intento, por tanto es aconsejable practicar con vino blanco en vez de tinto para evitar unas manchas feas en la ropa". Sin embargo, no elude los horrores de la guerra, como la llegada al hospital de un prisionero, un jinete marroquí, con "una herida gangrenosa en el muslo en la que podría caber un puño y cuyo hedor era insoportable". En abril de 1937 se traslada a Madrid, donde es espectador de los bombardeos sobre la Gran Vía: "La exposición continua de los madrileños a las bombas y proyectiles los había envalentonado hasta el límite de la temeridad". Ese año se implica más en el conflicto, tras ser nombrado jefe del departamento de Prensa Inglesa y Americana en el Ministerio de Estado.
"Con su cara afable y sonrisa dulce", como lo describió una amiga en uno de los pocos testimonios que hay de él, Wainman retrató alegres a milicianos, enfermeras, pueblerinas que acarrean leña y niños con el puño en alto. "Conseguía una conexión especial con ellos porque les hablaba en su lengua", sostiene Alternês. Sin embargo, entre sus últimas imágenes, sobresale la del vagón de un tren hospital con tres pisos de camastros donde se apiñan heridos con la mirada sombría y platos vacíos por el suelo. Los rostros de la derrota que llegó ocho meses más tarde.
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