El desastre pop de Andy Warhol
El Museo Jumex de Ciudad de México inaugura una retrospectiva sobre la fascinación por la muerte y la tragedia del artista estadounidense
El corazón de Andy Warhol literalmente se paró durante unos segundos en un hospital de Nueva York en 1968. La escritora esquizofrénica Valerie Solanas le había tiroteado a bocajarro en medio de una fiesta. Los médicos lograron reanimarle, pero aquellos tres balazos fueron un punto de inflexión en su vida: “En el momento de los disparos, y a partir de entonces, supe que estaba viendo la televisión. Los canales cambian pero todo es televisión”.
El chico de oro del arte pop, el provocador irónico y tímido alrededor del que giraban freaks y famosos, el dandi de piel transparente, Andrew Warhola, hijo de inmigrantes eslovacos católicos, redoblaría la apuesta frívola. Tenía 40 años y su obra no volvería a coquetear con la muerte.
“A principio de la década, mientras trabajaba en las imágenes de Marilyn o Liz Taylor, a la vez estaba haciendo serigrafías sobre accidentes y sillas eléctricas —explica el curador Douglas Fogle—. Son las dos partes de la cultura de los mass media de los sesenta, es un retrato de esa América. Las celebrities y la sangre de las noticias sensacionalistas de los periódicos. Pero a partir del intento de asesinato, ya solo le interesaron los famosos”.
Las celebrities y la sangre de las noticias sensacionalistas de los diarios son parte del retrato de esa América
Sobre esa década, los 10 primeros años de su carrera, pone el foco la exposición Andy Warhol. Estrella Oscura, inaugurada este viernes en el Museo Jumex, uno de los epicentros del arte contemporáneo en Ciudad de México. La retrospectiva ha inundado las tres plantas del museo con más de 200 obras del artista provenientes de 18 museos internacionales. Del Guggenheim de Nueva York al Stedelijk de Ámsterdam. “Nunca antes se había preparado una muestra tan completa sobre este periodo de Warhol, el más radical y el más experimental de su trayectoria”, apunta el curador de la selección.
En la tercera planta, uno de sus botes rojos de sopa Campbell. Al lado, una serigrafía sobre lienzo, Gran lata de sopa Campbell rasgada. Enfrente, una nueva serigrafía en blanco y negro, La señora McCarthy y la señora Brown. El desastre de las latas de atún: cuatro franjas con las latas envenenadas y las dos amas de casa que murieron al comérselas. Del icono impoluto de la cultura de consumo, pasando por el fetiche roto, hasta llegar a la siniestra paradoja del espectáculo: la señora McCarthy y la señora Brown alcanzaron sus cinco minutos de fama en las portadas de los periódicos sólo porque estaban muertas.
Las tres obras son de principios de los sesenta, cuando Warhol había dejado ya su exitoso trabajo en una agencia de publicidad y paulatinamente iba abandonando el dibujo por los trabajos en serie usando un proceso fotomecánico de reproducción. Repetir y repetir y repetir, como en las cadenas de montaje de las fábricas. Así plasmó su obsesión por Marilyn Monroe tras su muerte en 1962. En Marilyn Monroe en banco y negro, de ese mismo año, aparecen 25 imágenes repetidas de la actriz. Sonriente. En cada retrato, se va perdiendo la definición de la imagen. Marilyn se va difuminando hasta casi perder el rostro. “Es una metáfora para el prototipo de la trágica estrella”, apunta el curador. Un objeto creado y arruinado por Hollywood. El impulso caníbal de la sociedad de consumo. La cultura del espectáculo devorando a sus hijos.
Enfermo desde niño por un desorden neurológico que le afectaba también a la pigmentación de la piel, Warhol nunca fue el deportista de la clase. “Pasaba largas temporadas en la cama y se aficionó a los cómics y a las revistas del corazón. Su interés por el reverso oscuro de la fama comenzó a partir de un accidente de avión en Nueva York que tuvo mucho impacto en los medios”. Su amigo e historiador de arte Henry Geldzahle llegó al estudio con el periódico del día: “mueren 129”.
Años después el propio Warhol reconocería: “Me di cuenta que todo lo que estaba pintando tenía que ver con la muerte. Era Navidad o el Día del Trabajo, cada vez que encendías la televisión o la radio decían algo como ‘van a morir 4 millones’. Así empezó todo”. Así empezaron las reproducciones de accidentes de coches, sillas eléctricas, los entierros de gánsteres o la serie de Jackie Kennedy con fotos del periódico, antes y después del magnicidio.
Babelia
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