“En Europa no estamos en una situación prehitleriana”
Claude Lanzmann presenta en Cannes su nuevo documental, ‘Napalm’, rodado en Corea del Norte sin el consentimiento del régimen
Camina apoyado en un bastón por una lesión en la rodilla. Tiene el cuerpo dolorido y el alma en luto. Su único hijo, Félix, falleció en enero a los 23 años tras un cáncer fulminante. Pero Claude Lanzmann sigue siendo, pese a todos los malos tragos que le ha dado su existencia, una fuerza de la naturaleza. “La vida gana siempre”, sigue creyendo a sus 91 años. El cineasta francés, autor del legendario documental Shoah, que reunía los testimonios de víctimas y verdugos del Holocausto en nueve horas de metraje, se encuentra en Cannes para presentar su nueva película, Napalm. En ella, Lanzmann relata una historia de juventud que ya abordó a lo largo de una veintena de páginas en su novelesca autobiografía, La liebre de la Patagonia (Seix Barral): la historia de amor inconclusa que vivió en los cincuenta con una enfermera norcoreana.
El encuentro se produjo en 1958, durante un viaje al país asiático de la primera delegación de intelectuales occidentales invitados por el régimen tras la guerra de Corea (1950-53), que terminó con la división del país en dos. Durante su estancia, Lanzmann se sintió agotado, por lo que las autoridades encargaron a una joven practicante, Kim Kim-sun, que le inyectara una dosis diaria de vitaminas durante una semana. Cuando llego el séptimo día, se habían enamorado. El director recuerda “su cuerpo espléndido y sus ojos brillantes”, pero también “su deseo amordazado”. “Era una belleza formidable y una gran profesional. Siempre recordaré el momento en que empezamos a besarnos, con una terrible violencia, sin saber nada el uno del otro”, recuerda desde un ático con vistas sobre la Croisette. “En otra vida, tal vez habría podido casarme con ella. Quién sabe…”.
Si no sucedió, fue porque las autoridades no les permitieron consumar su romance. El régimen asedió a la joven pareja hasta detener a la enfermera, a quien Lanzmann nunca volvería a ver. Solo recibió una carta de agradecimiento, meses después de su visita, que conserva religiosamente. Esta historia le ha atormentado durante 60 años. “Y eso que he conocido a bastantes mujeres a lo largo de mi vida…”, se cacarea Lanzmann, quien fue pareja de Simone de Beauvoir y de la escritora alemana Angelika Schrobsdorff.
En 2015, el cineasta regresó a Corea del Norte para filmar los cambios acontecidos en el país y rememorar esta historia, que relata durante tres cuartos de hora en su documental, con el recuerdo como único recurso fílmico. Descubrió numerosos cambios en un país por el que había sentido, en un tiempo lejano, cierta “simpatía política”, como reconoce en su película. “Había sido comunista durante la guerra y luchado junto al Partido Comunista contra las alemanes. Incluso maté a alguno”, explica Lanzmann. “Pero ahora no puedo decir que sienta ninguna simpatía política. Regresé una primera vez en 2004, cincuenta años después de mi primer viaje, y lo que vi me pareció absolutamente terrible. Corea del Norte no es una democracia en ningún aspecto. Pero tampoco los odio. Para mí, no forman parte del eje del mal”, afirma el cineasta, usando la expresión acuñada por George W. Bush y resucitada ahora por Donald Trump.
Napalm arranca con imágenes del Pyongyang actual, que le cuesta reconocer a causa de su modernización, aunque la veneración de los autóctonos por los padres fundadores siga siendo la misma. Tras esperar varias semanas en Pekín, Lanzmann logró que el régimen le concediera la autorización para rodar en el país. “Les dije que estaba haciendo un documental sobre el taekwondo”, sonríe. En Napalm, el cineasta está perpetuamente acompañado de un soldado que se convirtió en su sombra, controlando todo lo que capturaba su cámara. “No me dejaba ni un segundo. Fue como rodar esposado y tuve que pelearme todo el rato. Hicieron todo lo posible para que no hablara con la población. Ni siquiera me dejaban salir del hotel. Pero luego nos hicimos prácticamente amigos…”, sonríe. Nunca mencionó a su enfermera, ni tampoco la fue a buscar. No quería verla como una mujer anciana. Preferí conservar la imagen de 1958”, confiesa el director.
Lanzmann, que ha vivido varias guerras en sus carnes, no se muestra preocupado por el actual clima político en Europa. Tampoco el auge de los populismos le inquieta, porque no cree que nos hallemos en una escalada similar a la de los años 30. “No creo que estemos en una situación prehitleriana. En Francia no es lo que veo, al revés. No me da ningún miedo”, asegura. Lanzmann se quedará poco tiempo en Cannes: le aguarda la posproducción de su próxima película, Las cuatro hermanas, sobre cuatro mujeres víctimas del Holocausto. Con ella vuelve a un territorio conocido. De hecho, Napalm es el primero de sus documentales que no habla del exterminio nazi o del Estado de Israel. De repente, viene al recuerdo una conversación previa, a principios de esta década, en su domicilio en París. Preguntado sobre qué otros temas le gustaría tratar en sus películas, Lanzmann respondió sin meditar: “El amor y el sexo, para poder decir que son las cosas más importantes que existen en la vida”.
Babelia
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