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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Bajo el mostrador”

'La guerra civil española', del fallecido Hugh Thomas, ayudó con su venta clandestina desde 1961 a levantar la pesada losa bajo la que yacía nuestro pasado

El historiador Hugh Thomas, en una calle de Madrid.
El historiador Hugh Thomas, en una calle de Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ
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Eran unos tiempos en que los alumnos de nuestras facultades de Historia no llegaban más acá, si es que llegaban, del fin de la Restauración; mejor si se quedaban en la crisis del 98. Tierra vedada, todo lo que sucedió después quedaba bajo el duopolio de las pastorales de obispos y los discursos del Caudillo, aquel enviado de Dios que cada año repetía, y toda la prensa reproducía, sus largas peroratas en el Consejo Nacional o en las Cortes. Eran los tiempos de la cruzada, la guerra santa emprendida por héroes y mártires para la salvación de la patria. Tiempos de culto a los caídos por Dios y por España.

Y en esto llegó Hugh Thomas con su The Spanish Civil War, publicado en 1961 y que vino como agua de mayo a un pequeño grupo de exiliados en París en su intento de lanzar una editorial, Ruedo Ibérico, que ayudara a levantar la pesada losa bajo la que yacía nuestro pasado. Convencieron a su autor de que serían capaces de burlar la aduana e introducir en España muchos ejemplares que podrían venderse en las librerías apropiadas, "under the counter", como escribió Thomas, bajo el mostrador, aunque en realidad desde la trastienda: los mostradores no fueron suficientes a partir de 1962 para esconder el creciente flujo de libros que, a pesar de los sabuesos de Manuel Fraga, alcanzaban las playas de nuestros libreros preferidos.

Así accedimos al Thomas, al Jackson, también, aunque ya sin mostrador que los ocultara, al Malefakis, al Carr, todos libres de la ganga mítica que lastraba lo publicado sobre “nuestra guerra”, como la llamaban quienes habían sido sus testigos o protagonistas: nuestra guerra. No era, claro, la de ellos y seguramente por eso podían adentrarse en su horror manteniendo una discreta distancia y libres de la niebla que siempre acaba por cubrir la memoria de testigos y protagonistas. Querían entender por qué unas gentes que en sus primeras visitas, allá por los años 50, les habían parecido tan generosas, tan terriblemente atractivas, se habían enzarzado en una guerra tan cruel e interminable, la peor sufrida en un país europeo en muchos siglos, según decía el mismo Thomas.

Lo entendieron documentándose en todas las fuentes disponibles y contándolo con buena pluma. Leerlos, además de muy instructivo, fue un placer: aprendimos mucho y, por vez primera leyendo cosas relativas a la guerra de nuestros padres, nos sentimos a gusto con lo leído. Tanto que quizá no caímos en la cuenta de que aquellos libros, y más que siguieron, transformaban todo lo ocurrido antes de la guerra civil en su origen, deslizándonos por la trampa del post hoc ergo propter hoc. La República, la dictadura, la Restauración, todo el siglo XIX se entendía como “the origins of the civil war” (los orígenes de la guerra civil). Todavía hoy, el más distinguido discípulo de Thomas, Paul Preston, arranca su Guerra civil española afirmando que “sus orígenes se remontan siglos atrás en la historia del país”. ¿Cuántos siglos? ¿Hasta el de Indíbil, como creía Menéndez Pidal?

Levantada la losa sagrada de la memoria histórica impuesta por los vencedores quedaba, pues, por despejar la falacia del estaba escrito, del carácter de los españoles, de los orígenes, y continuar la búsqueda en el punto en que nos la encontramos hacia finales de los años sesenta. Pero esa es ya otra historia que ciertamente debe mucho a la obra titánica y pionera de Thomas, de Jackson, de Carr, de Malefakis…

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