David Rieff contra la dictadura de la memoria
El politólogo alerta en el libro 'Elogio del olvido' sobre los riesgos del uso del recuerdo como imperativo moral
El título del libro es Elogio del olvido pero también podría haber sido El exceso del recuerdo, o de manera alternativa sucesivos juegos de palabras en torno a la memoria. Y es eso, la memoria pero sobre todo sus excesos y sus trampas —y la fatalidad de su condición de imperativo moral— lo que se encuentra en el meollo del muy lúcido ensayo del periodista y analista político David Rieff (Boston, 1952), autor de un extenso y esclarecedor artículo sobre la cuestión el pasado domingo en las páginas de EL PAÍS.
El viejo cronista de guerra que contó el horror desde infiernos puntuales como Bosnia, Ruanda, Liberia, Sierra Leona o Kosovo no escribe de cualquier cosa. Rieff sabe bien el material que tiene entre manos. “Al principio yo pensaba como George Santayana”, comenta en relación a la célebre frase del ensayista y filósofo hispano-estadounidense: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Pero su opinión cambió o, al menos, se matizó: “En todos esos lugares pude ver los efectos nefastos del uso de la memoria como arma de guerra”, explicaba ayer Rieff durante el acto de presentación de Elogio del olvido (Debate) en el espacio Bertelsmann de Madrid.
En el debate, moderado por el periodista Juan Cruz, fueron poco a poco cruzándose los argumentos encendidos, las dudas y los puntos de encuentro suscitados por las páginas del hijo de la escritora Susan Sontag. La exdirectora de Instituciones Penitenciarias Mercedes Gallizo expuso su convencimiento –sus temores- sobre el peso de la memoria colectiva y su mal uso “en la construcción de sistemas identitarios reaccionarios que hoy vemos y que quieren prescindir de elementos culturales, étnicos, etcétera, y que pretenden actuar a menudo sobre un pasado que no existe”. Gallizo ensalzó el libro de David Rieff, si bien reconoció su prevención al entrar en él, “debido a que en España la memoria histórica ha tenido como objeto una reparación moral”. Sin embargo, reconoció que, en sintonía con el autor estadounidense, “la memoria no tiene que ser necesariamente un acto de justicia ni un deber moral”, y alertó contra “el peso del rencor y de la venganza, que suelen ser más potentes que el deseo de reconciliación”.
Y del deseo de reconciliación habló el historiador José Álvarez Junco. El catedrático emérito de la Complutense se mostró convencido sobre un punto: “El exceso de memoria puede detener el avance de las naciones, y esa es desde luego la tesis principal de este libro, un libro muy conveniente para un país como España”, dijo. Álvarez Junco aludió al precio a pagar por según qué dosis de memoria, y por según qué usos de la memoria histórica: “¿Es siempre necesario pedir verdad y justicia? Sí, salvo que eso afecte a la paz y a la convivencia en democracia”, comentó el historiador.
Sobre esta cuestión, el propio David Rieff confesó cómo algunos de sus amigos argentinos y chilenos se había enfadado mucho con este libro (el telón de fondo eran, indudablemente, las conocidas como leyes de punto final), “y yo entiendo que se enfaden, pero este es el papel del escritor y del historiador, salvo que quiera caer en la corrección política”.
El germen y la nuez del debate fue, como ocurre en gran medida con el propio libro, la frontera entre la memoria individual y la colectiva, y cierto aire de alegato contra lo que podría denominarse el militante furor por el pasado. Hubo quien, como el escritor y diplomático José María Ridao quiso poner las cosas en su justa medida, y desmentir ciertos tópicos relativos al pasado, su estudio y los frutos de ese estudio: “El conocimiento”, explicó el autor de La elección de la barbarie, “no vence a la fuerza, porque podemos saberlo todo y que la fuerza nos derrote; y al revés, puede ocurrir que gente no cultivada e ignorante –como ocurrió por ejemplo con los rescatadores durante la ocupación nazi en Francia- se opongan a la fuerza por razones morales”.
La historia y la memoria, y las lecciones aprendidas… o no: “Yo no estoy convencido, por ejemplo, de que la lección de Auschwitz vaya a perdurar”, dijo David Rieff. Quien en un pasaje de Elogio del olvido ya se preocupoa por lo que llama “el asesinato del recuerdo”, en referencia a la postura de los revisionistas y negacionistas del Holocausto evocada en su día por el historiador francés Pierre Vidal-Naquet.
Ridao apuntó también sus armas dialécticas hacia el riesgo de amplificación y distorsión, desde un plano histórico, de los conceptos de víctima y verdugo. “Extender el concepto de víctima”, dijo, “significa extender el concepto de verdugo, y una sociedad donde ya no es el individuo el responsable de crímenes, sino el individuo y su entorno, es una sociedad inquisitorial que ya no sabe muy bien resolver quién cometió el crimen”.
Babelia
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