“La mafia tiene hoy el rostro de un padre de familia”
Letizia Battaglia, legendaria fotógrafa de los años de plomo sicilianos, expone su obra en Roma y denuncia la presencia del crimen organizado en las instituciones italianas
Era domingo de Reyes de 1980 y Letizia Battaglia (Palermo, 1935) volvía a casa de una reunión dando un paseo con el fotógrafo Franco Zecchin y su hija Patricia. A la altura de la calle Libertà, se toparon con un grupo de gente gritando alrededor de un Fiat 132 con las lunas rotas. Se acercaron, ella metió la cámara instintivamente por la ventanilla del conductor y disparó prácticamente a ciegas. La imagen, convertida en un hito documental de la historia reciente de Italia, muestra a un hombre sacando por la otra puerta el cadáver del político democristiano Piersanti Mattarella, asesinado minutos antes en presencia de su mujer y su hija cuando se dirigían a misa. Quien tiraba penosamente del cuerpo era su hermano Sergio, actual presidente de la República Italiana. El mismo hombre que el pasado domingo, 38 años después y ante decenas de víctimas con la herida abierta, ha reconocido que la mafia sigue todavía muy viva en Italia.
Battaglia, 82 años, mirada y espíritu de la rebelión de aquellos años de plomo en Sicilia, está de acuerdo. El rostro del mal se ha transformado. “Hoy la mafia es todavía más peligrosa. Está dentro de las instituciones, en las empresas, manda a los hijos a estudiar a EE UU. Está interesada solamente en el dinero, en la corrupción. Es más peligrosa porque no da miedo y solo se matan entre ellos. Están en los holdings y, por supuesto, ya no solo en Sicilia”, explica por teléfono desde su casa de Palermo. Por eso aquel mundo edificado sobre cadáveres ensangrentados, policías y detenciones de capos, pero también sobre la dignidad de fiscales y jueces asesinados como Giovanni Falcone, se ha vuelto hoy tan difícil de fotografiar. “Está fuera de los estereotipos. El mafioso tiene la cara de un padre de familia, de un hermano o un hijo. Ya no tiene los rasgos del mundo de la violencia. Es como si toda la sociedad se hubiera mafiosizado”.
A Weegee, descarnado e indiscreto fotógrafo de sucesos neoyorquino, le parecía que era inevitable mancharse con la crónica negra de las calles. Pero en las imágenes de Battaglia, madre de tres hijas y que en sus años como fotógrafa para L’Ora vivía pegada a la emisora de radio de la policía para llegar siempre la primera, no hay rastro de ningún adorno de sangre. Sus retratos —pueden verse en una amplísima retrospectiva en el museo MAXXI de Roma hasta el 17 de abril— van más allá del suceso, son también un viaje al submundo cultural palermitano que perdía y recuperaba el ánimo al ritmo de sus fiestas y tradiciones. Pero también al de las prostitutas, los niños que juegan con pistolas el Día de los Muertos, los camellos o la marginación festiva de los transexuales. Un retrato, en suma, de la devastadora pobreza económica y cultural de un pueblo masacrado por la indiferencia de un Estado parapetado durante décadas en la coartada de la distancia para olvidar los problemas del sur.
Y puede que el mal sea inevitable, pero la contribución política en este escenario, dicen las fotos de Battaglia, fue crucial. “¿Cómo es posible que mientras a nosotros nos mataban en Palermo el Estado no nos ayudase? ¿Cómo es posible que un Estado con tres tipos de policías no pudiese coger a cuatro capos que había en los años cincuenta? Un gobierno nunca, nunca,… lo hubiera aceptado, si no fuera por sus propios intereses. Querían tener un sur pobre e ignorante que votase los partidos del Gobierno. La Mafia obligaba a los pobres a votar a esos políticos”.
Elementos de una historia en los que, como decía Diane Arbus de sus fotografías, nadie habría reparado si no se hubiesen cruzado en la sencilla cámara con angular que la Battaglia todavía lleva colgada. Hoy un fiscal siciliano investiga la vinculación del Estado y la Mafia, la fotógrafa habla de él con devoción. Por si no estuviera claro lo que piensa de ese supuesto pasteleo, muestra en la exposición a un Giulio Andreotti —entonces primer ministro italiano— desenfocado, granulado, de pie junto al mafioso Nino Salvo. Pero también están quienes se comprometieron, como el artista Renato Guttuso fumando un cigarrillo con Leonardo Sciascia, uno de los escritores que mejor describió la niebla moral y política siciliana en novelas como El día de la lechuza (1961) y A cada cual lo suyo (1966).
Aquella literatura quizá dio pie a otros cronistas del mismo mundo, como Roberto Saviano y su icónica Gomorra. Battaglia tiene sentimientos encontrados. “Es complicado, muy complicado. Saviano es un tipo muy bueno y ha escrito un libro maravilloso. Sin embargo, las versiones televisivas sobre la mafia o la camorra me dan miedo porque sacan a personajes fascinantes. En Gomorra, por ejemplo, hay dos o tres tipos que son interesantes y pueden ser un modelo para chicos más pobres que no han estudiado y no saben resolver sus problemas. Estoy a favor de la libertad de pensamiento y artística, pero temo que las capas más débiles de la sociedad puedan fascinarse por estas películas”.
Nadie que meta ahí sus narices, como el propio Saviano, escapa a la amenaza. Y en ese contexto es imposible elegir no tener miedo, cuenta Battaglia. Queda, eso sí, no mostrarlo. Puede que por eso a ella nunca la rozasen. “No creo, yo no era tan molesta. Lo son quienes tocan directamente sus intereses, pero no con elementos culturales como hacía yo. Hoy quizá son más cultos y educados y lo entienden. Pero entonces no se enteraban de nada. A mí me han robado tres veces en casa y nunca se llevaron las fotos ni los negativos. Pero bueno, está bien que no me hayan matado, ¿no cree?”.
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