Una zumbada memorable
En esta estupenda película de Paolo Virzì, la interpretación grandiosa es la de la volcánica Valeria Bruni Tedeschi
LOCAS DE ALEGRÍA
Dirección: Paolo Virzì.
Intérpretes: Valeria Bruni Tedeschi, Micaela Ramazzotti.
Género: tragicomedia. Italia, 2017.
Duración: 118 minutos.
Antes recibían el temible nombre de manicomios. Ahora la titulación es más académica. Se llaman clínicas de rehabilitación. Algunos de sus moradores se rehabilitan provisional o duraderamente. Abandonan sus adicciones, se sienten menos solos, expulsan o adormecen a los monstruos que asediaban a su cerebro y a su corazón, reúnen fuerzas para poder sobrevivir mejor o peor en el mundo exterior, se integran en la normalidad. Otros retornan a lo que les destruía, o permanecerán colgados de sus fantasmas, perdidos en sus volcanes íntimos hasta el final.
Recuerdo películas inquietantes que transcurren en territorios tan ingratos. Samuel Fuller comenzaba la febril e impresionante Corredor sin retorno con esta frase de Esquilo: “A quien los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco”. Milos Forman mostraba la fugaz y vitalista rebelión de los zumbados contra el sistema y su implacable derrota en Alguien voló sobre el nido del cuco. Rossen extraía un lirismo enfermizo en la última película que rodó, la enfermiza y fascinante Lilith. Scorsese retrató a los habitantes de las tinieblas en la perturbadora aunque también fallida Shutter Island. En el cine español recuerdo la notable La guerra de los locos, en la que Manolo Matji situaba a un grupo de enfermos mentales en medio de la Guerra Civil.
El director italiano Paolo Virzì sitúa su manicomio en una antigua casa nobiliaria de la preciosa Toscana. Su película se titula Locas de alegría. Y sus dos protagonistas lo están a veces, pero también están locas de desesperación, acorralamiento, soledad, pérdida, miedo. Una de ellas es un ciclón, agotadora, tragicómica, un volcán verborreico, siempre acelerada, aristócrata en la ruina aunque clasista, finalmente, asumiendo su bajón y su desamparo. La otra perdió lo que más amaba, está desolada, pero se dejará enganchar por su compañera en una huida vertiginosa hacia ninguna parte. Es muy trágico lo que cuenta Virzì, pero lo hace con gracia esperpéntica, con ternura contenida, huyendo de la sensiblería en situaciones que se prestan a ello. La esquizofrenia, la bipolaridad, la psicosis, pueden ser aterradoras, pero él se las ingenia para hacernos reír o sonreír con el disparatado viaje de sus tronadas, las visitas a sus desquiciados familiares, la necesidad de buscarse el pan dando palos jocosos. También ofrece la posibilidad de que nos asalte una lágrima furtiva en su emotivo final. Es una película bonita, vital, imaginativa, desgarrada, alegre y triste.
Hay personajes secundarios muy sabrosos, pero el resultado final está en función de lo que ofrezcan sus dos protagonistas, siempre en plano. Micaela Ramazzotti, guapa, llena de tatuajes, es creíble en su atribulamiento, su silencio, su pavor, el vacío que provoca la abstinencia, el sentido de culpa. Pero la interpretación verdaderamente grandiosa es la de esa señora volcánica y guapa, sexy, desprendiendo clase y formidable actriz llamada Valeria Bruni Tedeschi. Su personaje es de una intensidad que podría atacarte los nervios, pero es imposible que te desentiendas de ella en ningún momento. Te divierte y también la compadeces. No sabemos qué ocurrirá con ambas. Dudo que recuperen la cordura, suponiendo que alguna vez la tuvieran, pero sospecho que el calor mutuo que se otorgan va a durar. El precioso plano final y la sonrisa que aparece en sus rostros lo hacen presagiar.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.