El arte de vivir y el arte de morir
Javier Gomá reflexiona en 'La imagen de tu vida' sobre la posteridad, la ejemplaridad y la figura del padre
Así a priori, en la dictadura viscosa e hiperconectada del corto plazo que rige hoy las cosas no parecen ni la posteridad ni lo perdurable conceptos ganadores. Es cierto: los adalides de lo primero tienen a su favor la falta de tiempo, o peor, el hecho irrebatible de que este se ha ido diluyendo hasta que –como contaba un día en su casita de Cambridge el sabio profesor George Steiner- “los jóvenes ya no tienen tiempo de tener tiempo: una tragedia”. Pero los militantes de lo segundo, entre los que está Javier Gomá (Bilbao, 1965), porfían en el intento.
La palabra mágica es “quedar”. Que algo quede, y si es posible bueno, frente a la fatalidad de la nada o, peor, de un algo indecente. Viene a ser una cuestión de orden moral: tender a… tratar de… esforzarse por… No está garantizado el éxito, pero sí –considera el autor de La imagen de tu vida- la satisfacción personal e intransferible de esos últimos días, esas últimas horas, delante de los tuyos, quien los tenga, que esa es otra.
Este librito (en la forma) de complejas confrontaciones (en el fondo) editado por Galaxia Gutenberg consta de cuatro partes. La primera de ellas, Humana perduración, fue escrita ex profeso para la ocasión. La segunda parte, La imagen de tu vida, tiene su germen en una conferencia pronunciada por Gomá en Módena (Italia) en 2014. La tercera, Cervantes. La imagen de su vida, habla del autor del Quijote como el compendio moral –idealismo, cortesía y humor- que para sí quisiera el propio autor. Fue publicada dentro del catálogo de la exposición Cervantes: de la vida al mito organizada el año pasado por la Biblioteca Nacional. Por último, el monólogo Inconsolable, escrito por Gomá tras la muerte de su padre, fue publicado íntegramente por el diario El Mundo en el verano de 2016 y llegará al escenario del teatro María Guerrero el próximo 28 de junio.
Militancia de lo perdurable, frente a todo y contra todos, parece decir el ensayista y director de la Fundación Juan March: “Lo importante no es tanto perdurar como hacer algo digno de que perdure, extraer de lo humano aquellos gérmenes que tienen dignidad y que hacen de la muerte una injusticia”.
Un modo de posteridad ejemplar que alude a lo que podría llamarse perspectiva sobrevuela las páginas del volumen. Arte de vivir, arte de morir. “El arte de vivir es sacudirte las tentaciones del escepticismo, el descreimiento, el cinismo, a los que parece que estamos abocados con el paso del tiempo. Y luego está el arte de morir. Es decir, que la última gran contribución que puedas proporcionar a tus hijos sea un arte de morir si es posible matando un poco a la muerte, ahorrándoles angustia, desterrando de sus corazones el exceso de pavor ante la muerte”, explica Javier Gomá.
Sin embargo… ¿no estará cayendo en un narcisismo inconsciente (o no) quien considere que puede o debe legar algo al mundo? Dicho de otro modo: ¿Quién soy yo para pensar en legar nada? En su más celebrada obra, Tetralogía de la ejemplaridad, el ensayista ya tocaba este tema y aludía a una irremediable red de influencias mutuas: “No nos podemos sustraer al hecho de que, nos guste o no, nuestra vida es una propuesta positiva o negativa para tu mujer, para tus hijos, para tus vecinos, para tus amigos, para tus compañeros de trabajo… por eso yo he llegado a argumentar que no existe la vida privada”.
Y detrás de todo, la figura del padre. Y la relación con el hijo. Los silencios. Y esa corrosiva dilución del tiempo. Quien no cuente con él para leer este libro revelador siempre podrá echar un vistazo a esa foto de un Javier Gomá adolescente rodeado por el brazo de su padre. Se hará una idea de por dónde van los tiros. “El padre es el último animal mitológico”, sostiene el autor, “un héroe de existencia poderosa ya antes de que puedas decir ‘papá’, y que no es solo una persona que tú puedes ver sino que es más bien las gafas que te permiten ver el mundo porque él te ha configurado antes de que tú puedas gestionar nada. Así que cuando muere parece que regresas a ese momento original en el que el ser y la nada tiemblan, en el que el héroe que siempre había vencido al dragón, de repente, es derrotado por el dragón. Es volver al caos”.
El hijo del monólogo Inconsolable puede que no sea exactamente el mismo que el autor de esta obra. Pero se le parece demasiado como para obviar ciertas cuestiones. Por ejemplo, las relacionadas con lo que Gomá llama “la literatura maleducada”, esa cuyo fabricante nunca sabemos si pidió permiso al padre o a la madre para ajustar sus cuentas pendientes a título póstumo o para dar rienda suelta a sus masturbaciones creativas, ni si pidió perdón de antemano al público por ejercer de llorica. “Rehúyo la exhibición pornográfica de sentimientos”, anota Javier Gomá, “esa que confía en que los demás sientan compasión por mi gran tragedia y que les obliga a ser testigos de mi terapia y de mis demonios interiores. Cuando se escribe, hay que ir ya llorado”.
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