Un café con Sacristán
David Mamet, autor de ‘Muñeca de porcelana’, elogió la actuación del actor en la obra
Una voz como pocas. Grave, flexible, diáfana. Una cabeza y una memoria portentosas: recuerda hasta sus primeros repartos. Un aspecto sorprendente: va para los ochenta pero no los aparenta. Habla de sí mismo con mucha gracia, diciendo cosas como: “Este de Chinchón que un día quiso ser Tyrone Power”. José Sacristán está en Barcelona representando Muñeca de porcelana. Me enseña el nomeolvides de plata que le regaló David Mamet: “Su representante vino al estreno y me dijo: ‘Esto está mucho más cerca de lo que quiere el señor Mamet que lo que está haciendo Pacino en Broadway’. A la semana recibo una carta cariñosísima de Mamet y esta pulsera de plata”. Están grabados Mamet y tres misteriosos cuadraditos verdes. “Me explicó que eso aparece en el control de mandos de los pilotos, indicando que están en la línea correcta para el aterrizaje. O sea, decía, que la nave de su trabajo estaba en buenas manos. Desde entonces salgo a escena todos los días con la pulsera”.
Hablamos de teatro: “Adoro el cine, pero el teatro me sigue regalando la formidable sensación de que lo que hago hoy no es lo que hice ayer ni lo que haré mañana. En el escenario recupero al crío que fui: un día soy un gánster y al siguiente un pirata”.
A ese crío el teatro le quedaba lejos “porque el teatro era de ricos: los pobres íbamos al cine. Al teatro comencé a ir de adolescente, para ver los muslos a las mozas de las revistas, en el Albéniz o el Martín. Mi primer fogonazo llegó con Hoy es fiesta, de Buero. Y haciendo el papel del circunstante sarcástico, de Pigmalión, decidí que quería ganarme la vida con aquello. Me presenté en casa de José Luis Alonso porque me dijeron que había comentado: ‘No está mal este muchacho’. Alonso me metió de meritorio en El cenador, de Alec Coppel. Solo decía dos palabras: ‘Señor Jenkins’. Allí conocí a mi hermano Alfredo Landa, lo que se dice un superdotado. Yo le daba la barrila con Stanislavski porque necesitaba hacerme un pedigrí, pero a él no le hacía puñetera falta. Ni a él, ni a Orjas, Somoza, Rafaela Aparicio, Joaquín Roa, Erasmo Pascual… Más stanislavskianos no podían ser. En España, los modernos eran los actores de reparto”.
Hablamos de cine, de sus grandes trabajos recientes: Madrid 1987, El muerto y ser feliz, Magical Girl, Las furias… “Ha sido esencial el encuentro con los jóvenes que están haciendo ese cine. El espíritu que había en Las furias solo lo tuve en El viaje a ninguna parte y Un lugar en el mundo. Películas tribales, hechas por tribus de cómicos. O familias”. Le gustaría hacer una comedia en teatro. Le propongo Primera plana, porque podría ser por igual Walter Burns que Hildy Johnson. Me cuenta mil historias que no caben aquí y que ya irán saliendo, como la gira sudamericana del Teatro Popular Español en el 62. Está emocionado porque Carlos Goñi acaba de dedicarle una canción, “donde dice cosas como ‘Sacristán de lo cabal, feligrés de la tragedia, de la Virgen de los dramas y el Cristo de la comedia’. Le dije: ‘Ya tengo epitafio, macho’. O sea que ya estoy en las coplas, como la Dolores”.
Babelia
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