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José Sacristán: “Si expresara todo lo que pienso la Iglesia ya me habría quemado”

Ha sobrevivido al hambre, al ‘landismo’ y a la corrección política sin perder la cordura. Tiene 79 años y trabaja como uno de 20

Almudena Ávalos
José Sacristán posa para ICON en Madrid con su semblante de respeto.
José Sacristán posa para ICON en Madrid con su semblante de respeto.Ximena Garrigues/Sergio Moya

Cuenta José Sacristán que cuando nació su primero hijo pasó hambre. Se comía el atrezo del escenario: "En la obra Calígula le ponían un trozo de pollo al actor José María Rodero y cuando se hacía la oscuridad yo lo trincaba. Lo malo era cuando Rodero se metía en situación y se lo comía. Me dejaba sin cena". Era 1964 y Sacristán trabajaba para la compañía Lope de Vega. Cobraba 30 duros (poco más de un euro). "Vivíamos en una pensión y me hice vendedor de libros del Círculo de Lectores para tirar adelante", señala. En aquella época también vendió libros clandestinos. “Todo estaba censurado, pero nunca me jugué el pellejo. Es como cuando vendía libros por metros para decorar las casas [se ríe al recordarlo]. Venía gente y me decía: ‘Quiero medio metro de libros colorados’. Y claro, yo les metía las colecciones más caras”. Hoy, José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), es el único español entre los 20 mejores actores del mundo en una lista elaborada por la entidad estadounidense American Film Institute.

"Los muchachos de Podemos me llamaron fascista. Muchos de ellos tienen la impaciencia de los malos aprendices"

Cuando uno entra en el IMDB, la base de datos internacional más completa sobre cine, y acude al apartado "José Sacristán", puede acabar con agujetas en los dedos de hacer scroll. En 60 años de profesión le ha dado tiempo a hacer más de 120 películas. Ha sobrevivido con dignidad al landismo con títulos que a un adolescente de hoy le costaría comprender, como Lo verde empieza en los Pirineos o Las Ibéricas F.C. Se ha paseado por la cinematografía de la Transición con filmes como El diputado o Un hombre llamado Flor de Otoño, con el que ganó el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián en 1978.

Ha representado más de 20 obras de teatro, incluso cantado en zarzuelas y musicales con Paloma San Basilio. Y últimamente está siendo solicitado por los cineastas españoles más valientes, como Carlos Vermut en su exitosa Magical girl, o Javier Rebollo, con quien rodó El muerto y ser feliz, consiguiendo de nuevo la Concha de Plata en 2012. Pero no contento con eso también ha conseguido colarse estos dos últimos años en las casas de las fans de Miguel Ángel Silvestre y Paula Echevarría con su papel de Emilio en la serie de televisión Velvet. En este país no hay ninguna generación que no conozca a José Sacristán. Del abuelo a la nieta.

Echando la vista atrás, a los 79 años (y con tres hijos) confiesa que no se arrepiente de ninguna película. “Me hubiera gustado tener en mi filmografía La ley del silencio, El ladrón de bicicletas o Lo que el viento se llevó”, comenta pensativo. “Pero llevo muy bien haber sido el espejo en el que se ha mirado el español de a pie con todas sus contradicciones, servidumbres, grandezas, miserias y minusvalías. Creo que los resultados son interesantes y estoy contento”, suelta satisfecho.

"Me he fumado dos porros en toda mi vida. El primero me sentó bien, pero el segundo fatal y lo mandé a tomar por culo. El mayor alucinógeno que he ingerido ha sido el orujo"

José, Pepe o Sacristán, a los tres apelativos responde con cariño, mantiene en forma su humor y su físico. Ambos de carácter ágil y fino. Bromea fácilmente con semblante serio y explica que ha recuperado la silueta que lucía hace 40 años. “Ahora me pongo de nuevo la chaqueta de pana de El diputado y la ropa de Asignatura pendiente que tenía guardada. Todo vuelve”, dice sonriendo.

Con el espectáculo Caminando con Antonio Machado ha pasado los últimos cuatro años recorriendo Argentina, Chile y España recitando al poeta en los teatros. “Machado purifica, rejuvenece y te hace mejor”. No hay más que verle moverse como un chaval para concluir que hay que leer más poesía y hacer menos crossfit. “Nunca he practicado ningún deporte pero siempre me he cuidado. No he cometido excesos. Me he fumado dos porros en toda mi vida. El primero me sentó bien, pero el segundo fatal y lo mandé a tomar por culo. El mayor alucinógeno que he ingerido ha sido el orujo”.

Sólo le quedan unos minutos para salir a escena a defender Muñeca de porcelana, del dramaturgo David Mamet. La misma que el año pasado interpretó Al Pacino en Broadway. “Él tuvo que retrasar su estreno un mes porque no se sabía el papel”, apunta. Dicen que el autor de la obra está más satisfecho con la interpretación de Sacristán que con la del neoyorquino. Y sentado frente al espejo enmarcado de bombillas se remanga la camisa y muestra la pulsera de plata que le envió Mamet como agradecimiento.

“He trabajado con mujeres que han cobrado 600 veces más que yo”

“Sólo me la pongo para subir a escena”, explica. Así que la llevará hasta septiembre de 2017, cuando finalizará la gira. “Después es posible que me retire del oficio y me dedique a la cría de canarios flauta”, dice sin media mueca cómica. Pero lo cierto es que el único retiro que ha tenido a lo largo de sus seis décadas laborales fue cuando le extirparon la tiroides. “Me salió en una de esas revisiones que hay que hacerse por las goteras. Y, oye, encantado de dedicarme a la tiroides después de no haber parado ni un minuto en la vida”.

También tiene fama de ser sincero en sus opiniones. Aunque le haya costado críticas. “Como cuando hablé de los muchachos de Podemos [dijo "quien dice lo de la cal viva y saluda a Otegi no estuvo allí", en referencia a Pablo Iglesias] a los que incluso les había puesto la voz en su último anuncio electoral. Me llamaron fascista. Muchos de ellos tienen la impaciencia de los malos aprendices. De todas formas si expresara todo lo que pienso la Iglesia ya me habría quemado”, dice. Aunque al acabar la entrevista, con la grabadora apagada, cuenta que no va mucho al teatro porque no tiene tiempo y le aburre. “¡No le digas eso a una periodista!”, le regaña con cariño Amparo, su mujer. “Pero es que me ha dicho que tengo fama de decir lo que opino”, se disculpa.

El actor, donde se siente en su casa: una sala de teatro.
El actor, donde se siente en su casa: una sala de teatro.Ximena Garrigues/Sergio Moya

Tiene la conciencia tranquila. “Es muy difícil que alguien golpee la puerta de mi casa a las cuatro de la mañana exigiendo un ajuste de cuentas. Estoy en paz con todo el mundo. A mí los que me asustan son los necios y los estúpidos porque a los hijos de puta se les ve venir”. ¿Cómo no le dio por meterse en política? “Antes monja. No tengo la menor capacidad para ser político. Para ello hace falta seguir unas estrategias. En Muñeca de porcelana digo que la política consiste en nadar entre la mierda mientras buscas el dinero de otros. No es que piense así, pero creo que para dedicarte a ella hacen falta unas dotes que incluyen comportamientos moralmente sospechosos”.

Pero si hay algo de lo que nunca se separa es de su DVD portátil. Dice que sufre algo llamado “labilidad emocional”. “Significa alteración de las emociones. Tanto, que me he llegado a desmayar viendo una película. Con las emociones siempre he tenido que ser un tanto precavido”. Y añade: “En las giras siempre me acompañan Cantando bajo la lluvia y Siete novias para siete hermanos. Me las pongo como terapia. Espero no pecar de regresión o vuelta al útero. Pero es que le tengo mucho respeto al niño que fui y vuelvo a él con la cara limpia para que no me mande a la mierda. Yo venía de León, Quintero y Quiroga. Y a mucha honra, porque soy una tonadillera. Pero un día me di cuenta de que disfrutaba igual con la sinfonía de Quiroga que con las coplas de Beethoven”, describe con un tono de falsa nostalgia.

Al preguntarle por la desigualdad salarial respecto a sus compañeras de profesión no le tiembla la voz al afirmar: “He trabajado con mujeres que han cobrado 600 veces más que yo”. En ese momento entra el director del teatro de Alcobendas (Madrid) en el camerino y le da la enhorabuena por haber vendido todas las localidades. “Aunque no me extraña. La última vez que actuó aquí coincidió con un Madrid-Barça y llenó. Eso no lo consigue nadie”.

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