La vida sin balas de Manuel y Catalina
Dos antiguos niños soldados de las FARC, protagonistas del documental 'Alto el fuego', cuentan cómo superaron el trauma de la guerra
Un pelotón de fotógrafos y cámaras de televisión fusila sin piedad a Catalina y Manuel, dos jóvenes colombianos de 19 años que interrumpen su nerviosismo con alguna sonrisa cómplice. La composición grupal les resulta familiar, de las montañas de su Colombia natal. Pero en el pasado era diferente: de un lado, apuntaban los rifles, del otro, esperaban las víctimas. Ambos, que prefieren no revelar sus verdaderas identidades, fueron soldados de las FARC cuando eran adolescentes, y han venido a Madrid, a la embajada de su país, para contar cómo salieron y se reintegraron en la sociedad.
En el documental Alto el fuego, que se proyectó este jueves en la embajada y en el Ateneo de Madrid, Manuel recuerda con frialdad las últimas palabras que, tras un fuerte abrazo, le dirigió su hermano mayor antes de ser fusilado: “Cuídese, Chino. Chao”. “Era para mí como un padre y una madre”, asegura el joven, que se marchó de casa junto a su hermano a los ocho años. Cuando tenía 14, ambos entraron en las FARC “por curiosidad”—dice—, pero a su pariente no le gustaba cumplir órdenes, así que la guerrilla le formó un consejo de guerra, que ordenó su ejecución. “Me desmotivé de estar allí y decidí salir”, dice Manuel, que se entregó a un batallón de militares que lo llevaron a la Ciudad Don Bosco de Medellín, una de las 15 instituciones para rehabilitar a menores desvinculados del conflicto armado de Colombia. "Cuando llegué era completamente analfabeto", reconoce Verú —su mote en el centro, tatuado en sus nudillos—, pero ahora se acaba de graduar en metalmecánica y ha conseguido su primer trabajo.
Cuesta imaginar el rostro aniñado de Catalina apuntando a un objetivo con intención de disparar. "Nos enseñaban cómo manejar las armas, cómo darle el tiro al blanco", asegura con una desenvoltura que se convierte en vacilación al responder si alguna vez el blanco fue humano. "Si usted me dispara a mí, yo le disparo a usted...pero estábamos a metros, no podías saber si matas o no". Manuel asiente con la cabeza gacha, a su lado. La joven tenía, sin embargo, otra misión en la guerrilla: gestionar el cobro de extorsiones o "vacunas" a los empresarios amenazados. "Recogíamos el dinero en discotecas, en gasolineras, en muchas partes...".
Catalina conserva una cicatriz en el brazo izquierdo de una herida causada en un bombardeo en el que murieron 22 compañeros. Pero ella ya se sentía herida antes de padecer las esquirlas de metralla, antes incluso de que, a los 13 años, se marchara de casa con dos guerrilleros para unirse a las FARC: "Mi padre llegaba borracho, me pegaba, siempre me dejaba moretones. Incluso una vez mi madre me pegó con él”, revela en el documental —dirigido por el cineasta Raúl de la Fuente— como una de las causas de su huida, que duró tres años, hasta los 16.
6.073 menores de edad se desvincularon del conflicto armado entre 1999 y septiembre de 2016, según datos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Catalina y Manuel fueron dos de los 2.300 de entre 14 y 18 años que en los últimos 15 han pasado por la institución salesiana Ciudad Don Bosco. James Areiza, coordinador de los programas de prevención y protección del centro, ha visto a cientos llegar. "Traen una disciplina militar", dice, y explica que muchos, cuando hacen algo mal, "vienen con la cabeza gacha a buscar el castigo". Otros sufren manías persecutorias o depresiones. Contra eso, Areiza propone un programa basado en la "pedagogía de la confianza", que reniega de los castigos o sanciones. "Si cometiste un error, vamos a repararlo". El objetivo es que los exguerrilleros puedan volver con sus familias sin miedo a represalias e integrarse en la universidad y el mercado laboral.
Catalina, que se ha graduado en artes gráficas, ya se ve como enfermera profesional —ha conseguido una beca para estudiar—, abogada de derechos de los niños y una "líder de la paz". Sueña con comprarse una "casota" y está sanando uno de sus peores remordimientos: reconciliarse con su madre. Manuel sueña con ser una persona libre que toma sus "propias decisiones en un país en el que uno pueda caminar sin pensar más en violencia". Ambos dejaron en la montaña amigos que, a finales de enero, emprendieron junto a otros 6.000 guerrilleros lo que ya se conoce como La última marcha de las FARC: El camino hacia 26 zonas veredales donde iniciarán el tránsito a la legalidad, después de 50 años de un conflicto que ha causado unos 260.000 muertos. Ambos, que ya no comulgan con el "idealismo" de las FARC y solo quieren estar tranquilos con ellos mismos, lanzan un mensaje a los que cometieron "un error" como ellos en el pasado. "Yo antes no creía en nada más que lo que miraba. Ahora creo en la paz, pero la paz tiene que salir de tu interior".
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