Al Pompidou le “interesa Colombia” para una sede en Latinoamérica
“Se encuentra entre nuestra perspectivas de futuro”, declara el responsable de uno de los iconos de París
Abrió sus puertas una semana como esta, pero en la Francia algo anquilosada de hace 40 años. Respondía al sueño premonitorio del presidente francés Georges Pompidou. “Quiero erigir un centro cultural que reúna, a la vez, un museo y un lugar de creación, en el que las artes plásticas se mezclen con la música, el cine y los libros”, dejó dicho antes de morir. El actual presidente del Centro Pompidou, Serge Lasvignes (Toulouse, 1954), todavía recuerda su primera visita. “Me pareció un lugar totalmente exótico, salido de una película. Desprendía una libertad extraña, casi inquietante, lo cual no era solo novedoso, sino que se oponía a todo modelo conocido”, explica desde su despacho con vistas sobre la gran plaza inclinada en la que el museo parece reflejarse.
Pompidou nunca habría imaginado que, 40 años después, su museo crearía escuela y hasta tendría descendencia. Uno de los retos de futuro del museo pasa por exportar la marca Pompidou fuera de las fronteras francesas. Después del ejercicio piloto en la sede efímera de Málaga, que Lasvignes califica de “experimento exitoso”, el centro ultima la apertura de otras sucursales en el extranjero. Una de ellas podría abrir en Latinoamérica. “Se encuentra entre nuestra perspectivas de futuro”, asiente el presidente del Pompidou, matizando que el proyecto se encuentra en una fase preliminar, aunque ya tenga a un país concreto en el punto de mira. “Me interesa mucho Colombia. Es un país prometedor y con muchos recursos, donde los colectivos de artistas han contribuido a pacificar la vida social”.
Antes, el Pompidou abrirá una sede en Bruselas en 2018, donde ocupará un antiguo garaje art déco de 35.000 metros cuadrados. Si las negociaciones llegan a buen puerto, también inaugurará una filial en Shanghái. “Esperamos poder anunciarla durante este primer trimestre”, avanza. El Pompidou chino debería abrir en un edificio a su medida, que se construye actualmente en un antiguo aeropuerto de la ciudad. Además, Lasvignes querría crear “una o dos sedes más”. Y no descarta renovar el acuerdo con Málaga, que debía concluir en 2020. “No es inimaginable prorrogarlo”, insinúa con diplomacia. El Pompidou también cuenta desde 2010 con otra sucursal en Metz, en la Lorena francesa, para permitir que los habitantes que viven lejos de París tengan acceso a sus fondos, que suman más de 200.000 obras y constituyen la mayor colección de arte moderno en Europa.
Precisamente, este aniversario tiene lugar bajo el signo de la descentralización. Alérgico a la nostalgia, Lasvignes ha preferido no celebrar la efeméride con una exposición histórica, sino organizar 40 muestras distintas en todo el territorio francés, de Marsella a Lille y de Burdeos a Estrasburgo, prestando temporalmente sus obras a los museos regionales. “Democratizar el arte es una utopía movilizadora: nunca se termina y exige una voluntad constante”, afirma Lasvignes, que también quiere luchar para fomentar la diversidad entre sus visitantes. “Cuando observo a mi público, veo que las categorías sociales más altas siguen estando sobrerrepresentadas. Todavía quedan esfuerzos por hacer”, reconoce. En la parte trasera del Pompidou, jóvenes de todos los colores y clases sociales forman una larga cola para acceder a la biblioteca del museo, una de las más concurridas de Europa (1,2 millones de visitas anuales). El objetivo de Lasvignes es reconducir esa fila hacia el interior de las salas. Su primer gesto será crear una única entrada para todo el centro. Las obras empezarán en 2018, pero no implicarán ningún cierre generalizado.
Este museo no es perfecto, pero ha logrado cambiar la forma de ver y de exponer el arte contemporáneo. En la apertura de 1977 reivindicó a Marcel Duchamp, que nunca había contado con una muestra monográfica en Francia. En 1989, la muestra Magiciens de la terre puso en el mismo plano el arte occidental y el procedente de África, Asia y Oceanía. Y en 2009 reservó más de la mitad de su colección permanente a las mujeres artistas. Sus exposiciones cuentan, además, con una peculiar marca de fábrica. "Un acercamiento riguroso y científico, pero a la vez sensible y provocador", confirma Lasvignes. Frente a las muestras temáticas que hicieron historia en otro tiempo, el presidente lamenta "la práctica casi sistemática de las monográficas" que predomina hoy por motivos principalmente financieros: casi siempre funcionan mejor en taquilla. "Soy realista. Necesitamos dos grandes monográficas al año, por motivos de presupuesto".
El museo llega a los 40 exhibiendo un excelente estado de salud. En 2016, mientras la práctica totalidad de los museos parisienses veía caer el número de visitas a causa de la amenaza terrorista, el Pompidou registró 3,3 millones de entradas, un 9% más que el año anterior y un 30% más que hace una década. Pero su presidente no desea crecer de forma desmedida. "No funcionamos como un museo clásico, sino como un centro cultural. No es un lugar para visitas iniciáticas, donde se viene una vez y basta, como sucede con el Louvre. El 70% de nuestros visitantes ya han venido, por lo menos, una vez más en el mismo año", explica. El presidente desea conservar ese modelo: “Hay que evitar una racionalización absoluta, que nos obligaría a acoger a multitudes crecientes de turistas, con el único objetivo de hacer que consuman dos o tres iconos y luego se marchen”.
Richard Rogers: “Nos acusaron de destruir París”
De los 681 proyectos presentados, resultó elegido el de dos jóvenes, entonces desconocidos y barbudos arquitectos. Renzo Piano y Richard Rogers levantaron el Centro Pompidou en un antiguo aparcamiento de dos hectáreas pegado al mercado de abastos de Les Halles, en el corazón de París.
Su peculiar edificio desconcertó. La prensa lo comparó con una fábrica o un supermercado. Incluso el izquierdista Libération, se sumó al boicot de 60 intelectuales. Le Monde fue algo más generoso: "Marcará su época". Desde Londres, Rogers recuerda la tensa inauguración: "Las reacciones fueron feroces. Nos acusaron de destruir París. Todos estaban horrorizados. Hasta que, a la mañana siguiente, se empezó a formar una larga cola. Nunca lo pensamos como una provocación, pero supongo que lo era". Rogers cree que el edificio ha envejecido bien y es uno de sus orgullos: "Soy un viejo izquierdista y ese edificio refleja mis creencias. Es un lugar para todo el mundo y no para una sola clase social".
Babelia
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