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Crítica | Los Gondra
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo que mi familia calla

La universalidad de las luchas fratricidas, la herencia, la culpa y el agravio comparativo, puestos en el contexto de una saga vasca

Javier Vallejo
Escena de 'Los Gondra'.
Escena de 'Los Gondra'.

La universalidad de las luchas fratricidas, en el contexto de una saga vasca. Borja Ortíz de Gondra pasa revista a la historia de Euskal Herria desde la tercera Guerra Carlista, a través de cinco generaciones de una familia que bien podría ser la suya. En Los Gondra, que transcurre en cronología inversa, desde hoy hasta el siglo XIX, el autor bilbaíno juega con inteligencia las cartas de la autoficción: él mismo nos cuenta en escena como gestó su obra, para reforzar la sugestión de que es autobiográfica.

LOS GONDRA

Autor: Borja Ortíz de Gondra. Intérpretes: Sonsoles Benedicto, Juan Pastor, Victoria Salvador. Luz: Juanjo Llorens. Vestuario: Gabriela Salaverry. Escenografía: Clara Notari. Dirección: Josep Maria Mestres. Teatro Valle-Inclán, hasta el 19 de febrero.

Es imposible estar seguro de si los Arsuaga son la familia de su compañero de pupitre, como Ortíz de Gondra sugiere en el prólogo; una transposición de la suya propia (como dice después) o un destilado de la sociedad vasca, pero el relato retrospectivo de sus negocios, amores y disputas resulta sugestivo, por la sutileza con la que aborda lo relativo a la herencia, la culpa y el agravio comparativo.

Los Arsuaga se debaten entre la necesidad individual de reafirmar la pertenencia al clan y la de oxigenarse fuera de su estrecho cauce. La historia se repite en Los Gondra: el impuesto revolucionario que ETA exige al coprotagonista, evoca las reparaciones que su bisabuelo tuvo que pagar para no ser despojado de sus bienes por la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, redactada contra los vencidos dela Guerra Civil, pero también la contribución que exigían las partidas carlistas a su tatarabuelo.

El exilio cubano del patriarca, la huida de Josetxo al otro lado de los Pirineos, la deportación de Izaskun y la emigración de Bosco están cosidas por idéntico destino. Este viaje de 150 años, interpretado por tres generaciones de actores que se van pasando el personaje según envejece, resulta tan atractivo como exigente: no es fácil seguir con detalle el hilo de migración semejante. Entre las interpretaciones, destacan las de Iker Lastra yFrancisco Ortizpor su organicidad, la de Marcial Álvarez y el fluido empaque de Sonsoles Benedicto. Otras, aún siendo de calidad, resultan más teatrales.

Choca el tratamiento distinto, caricatural, que la dirección le imprime al personaje de la abertzale, encarnada por María Hervás con vigoroso encanto. Cerrar la mayoría de las escenas con un cantable, corta el ritmo de la acción e introduce una rutina en un montaje sobrado de pulcritud pero al que no le vendrían mal un par de pellizcos de viveza.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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