La resistencia de los violines negros de Colombia
Palmeras, una agrupación del Cauca, reivindica sus raíces y se abre un espacio en la escena musical del país. Estará en Festival Centro, en Bogotá
A Luis Edel Carabalí no le gustan los eufemismos. Dice que es negro y pide que así lo llamen. “Esa es la palabra. No afro, no moreno. Somos negros”, explica por teléfono, unos minutos después de salir de la fábrica en donde trabaja como soldador. A pesar de que se ha dedicado a la música desde que era niño no ha podido vivir de ella. Lleva 27 años quitándole tiempo a su pasión con un trabajo que le dé para sostenerse. “Me ha tocado alternar las dos cosas. Estoy esperando la pensión para poder dedicarme del todo a lo que más me gusta”, cuenta. Va a cumplir 61 años. Se supone que cuando llegue a los 62 podrá, por fin, dejar las herramientas para poner sus manos nada más que en su violín.
Carabalí es el director de la agrupación Palmeras, que nació hace más de 50 años bajo la dirección de su papá, un violinista empírico que al fallecer le dejó el encargo de no dejar enterrar los sonidos de la región. El hijo ha intentado cumplir. A pesar de la falta de apoyo que le permita dejar la soldadura y dedicarse por completo a la música. Desde el 2008, cuando ganaron por primera vez en el festival musical Petronio Álvarez (se quedaron tres veces con el primer puesto y los declararon fuera de concurso), el grupo empezó a moverse en escenas diferentes de las que estaba acostumbrado hasta entonces. Además de las fiestas de cumpleaños y matrimonios, la agrupación es invitada a festivales. A subirse a grandes tarimas.
“Es muy emocionante. El corazón salta cuando se toca delante de 30.000 personas, pero la exigencia es la misma, hay que hacer las cosas bien”, dice. Por eso, llevan días alistándose para la presentación que esta semana tendrán en el Festival Centro, que en su octava versión reúne a artistas tradicionales del país con nuevos sonidos locales e internacionales. Durante una semana el centro de Bogotá recibe lo mejor de la escena musical y Carabalí dice sentirse feliz porque su grupo esté ahí. “Muchas veces tenemos que rechazar las ofertas porque nos descuentan parte del salario en el trabajo si faltamos, pero está vez insistimos para ser parte de esa fiesta”, relata. Como él, los otros integrantes de la banda, también tienen otros empleos. En peluquería, en el campo. En la zona en donde viven, en el norte del Cauca (en el suroccidente del país), hay grandes cultivos de piña, maíz, mango. “Con eso muchos sobreviven”, dice.
Paloma Muñoz, maestra titular de la Universidad del Cauca, musicóloga y estudiosa de los violines en esa región asegura que el “aporte de Palmeras para la escena musical del país es el de evidenciar que hay otras expresiones musicales y culturales que desde sus regiones han contribuido con el compendio musical de Colombia”. La investigadora destaca que la resistencia de esta expresión cultural ha logrado luchar contra la estigmatización que vincula a los negros exclusivamente con los tambores.
“Los pobladores negros de estos valles geográficos interandinos, se apropian de un instrumento como el violín, traído de Europa por los misioneros, pero que en la interpretación constituye un poder simbólico musical, porque desde esos tiempos coloniales el violín no se aparta del lugar, habita en estos valles, en un sistema musical que acompaña en la creatividad, en una acción colectiva, en ese mundo creado por ellos, por los afrodescendientes”, escribe Muñoz en una de sus investigaciones, que han servido para poner en el mapa musical a agrupaciones como Palmeras.
Carabalí, que aprendió a tocar el violín viendo a su padre hacerlo, se estrenó en la música con un instrumento hecho por él mismo. Construido con sus manos con guadua y a machete. Ahora tiene seis (todos profesionales) y además de usarlos en sus conciertos, con ellos los niños de su región aprenden a interpretarlo.“Si dejamos de enseñarlo, se nos muere nuestra historia”, señala. La agrupación está conformada por tíos y primos. Son una familia que le ha sacado ventaja a lo que su pasado les dejó y que mantiene sus raíces musicales haciendo bambucos, bundes, jugas y torbellinos.
“Mi palabra favorita es violín. Me hace pensar en mi niñez, cuando mis tías y abuelas bailaban con el sonido que salía de ese instrumento y yo, muy pequeño, tomaba un palito y hacía como si estuviera tocando”, recuerda el director de Palmeras, que el próximo domingo se subirá a una tarima a demostrar que los negros en Colombia no solo tocan el tambor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.