La liberación del lector
Piglia siempre consideró la literatura una máquina productora de ficciones susceptible de arrebatar al Estado el monopolio de relatos
Antes de ser considerado uno de los escritores en español más importantes de la segunda mitad del siglo XX, antes incluso de inclinarse por la literatura, a los dieciséis años de edad, Ricardo Piglia comenzó un diario; lo hizo con la intención de fijar la experiencia, pero también con la convicción de que la escritura tenía la capacidad de otorgar sentido a una situación confusa, indeseable: su familia abandonaba la localidad de Adrogué, donde Piglia había nacido el 24 de noviembre de 1940, para radicarse en Mar del Plata con el propósito de desorientar a la policía política de la así denominada Revolución Libertadora, también llamada Revolución Fusiladora tras el asesinato de una docena de civiles en los basureros de José León Suárez en junio de 1956 que Rodolfo Walsh iba a narrar magistralmente en la primera “novela de no ficción” de la historia, Operación Masacre; la policía había desarrollado un cierto interés por las actividades de su padre, un simpatizante del peronismo en la proscripción.
A Piglia, que más tarde estudiaría Historia en la Universidad de la Plata y tendría a lo largo de su vida un interés por las series y los momentos inaugurales (a menudo tema excluyente de su obra), el comienzo de la escritura del diario le pareció siempre un acontecimiento seminal; con la perspectiva que otorga la existencia de una obra que su autor no podía siquiera intuir por entonces (y que se compuso de novelas como Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada y El camino de Ida, los libros de cuentos La invasión, Nombre falso y Prisión perpetua y ensayos como Crítica y ficción, Formas breves y El último lector, pero también de libretos de ópera, guiones cinematográficos y televisivos, entrevistas y clases), resulta evidente que en ese momento inaugural se encuentra la mayor parte de los elementos que caracterizarían su obra, en especial la relación estrecha entre vida y literatura y entre literatura y política. A partir de 2015, y en tres volúmenes, el último de los cuales todavía permanece inédito, Piglia (quien fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica en torno a 2013 y pasó sus últimos años de vida trabajando en la publicación de los diarios) narró en los que llamó Los diarios de Emilio Renzi (su álter ego más habitual) las muchas maneras en que la política había proyectado sombras directas y a menudo estremecedoras sobre su vida y cómo esas sombras, que también se proyectaban sobre su literatura, le otorgaban a esta la potencialidad de constituirse en un repositorio de disidencias.
Piglia, quien murió a consecuencia de complicaciones derivadas de su enfermedad el pasado viernes, siempre consideró la literatura una máquina productora de ficciones susceptible de arrebatar al Estado el monopolio de la creación de relatos, una promesa de liberación del lector de las formas prescriptivas de ser y de actuar que a lo largo del siglo XX (y de lo que llevamos del XXI) solo han traído dolor y parálisis; esa promesa lo sobrevive y es su legado a quienes somos sus lectores.
Babelia
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