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Entrevista

Bryce Echenique: “Estoy en la edad de no hacer nada”

El escritor peruano ha vuelto para contar su vida libertina, apasionada y rocambolesca, y para limpiar su nombre

Jesús Ruiz Mantilla
El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, retratado en Arequipa (Perú)
El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, retratado en Arequipa (Perú)DANIEL MORDZINSKI

La distancia irónica es la maestría de Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939). Pero, últimamente, esa distancia se estaba convirtiendo en una barrera física. Hasta que el pasado mes de diciembre volvió a contar su vida libertina, apasionada y rocambolesca, con vocación de obra de arte, en el Hay Festival de Arequipa. A la ciudad peruana donde nació Mario Vargas Llosa acudió Echenique, que vive hoy en Lima, tras 40 años de exilio voluntario en Europa, donde fue testigo del Mayo del 68, machacado en París por amores o, ya, de vuelta a su país, sacudido por matones de Vladimiro Montesinos, el todopoderoso asesor de Fujimori, según cuenta. Amigo de Fidel Castro sin ser, ni mucho menos, castrista, le agradece in memoriam que un día le bendijera —“por el rito socialista”, asegura— un amor. Pero le reprocha también haber partido en dos al boom literario latinoamericano. “Aquello acabó como el rosario de la aurora”, dice.

La condena por plagio [un tribunal peruano le condenó en 2009 en Perú por copiar 16 artículos de 15 autores diferentes] le amargó la entrega del premio que le concedió la Feria del Libro de Guadalajara en 2012. El asunto, dice, está recurrido. Quiere limpiar su nombre.

Pregunta. Hace mucho que no se sabe de usted. Desde que regresó a Perú, en los bares de España preguntan qué será de Bryce. ¿Por qué volvió?

Respuesta. Ya me tocaba. Hice una primera llegada con todas las de la ley, me construí una casa linda gracias a un amigo del colegio, me metí en una universidad privada —un error—, pero me raptaron los amigos de Montesinos en plena dictadura de este, me dieron una paliza en un coche y me dejaron tirado a la puerta de la embajada de los Estados Unidos. Así que vendí la casa y me fui.

P. Y volvió a Europa.

No hay que ponerse dramático, pero sí, mi última entrega de mis memorias, 'Permiso para retirarme', tiene esa connotación

R. Sí, seguí el periplo de mi vida por Europa. He vivido 40 años fuera: en Francia, en Madrid, en Barcelona. Ahora sólo vuelvo a ver a los amigos. Últimamente me da rabia porque yo voy pero nadie viene a verme. Lo solté por ahí y alguno ha respondido.

P. ¿Y ahora? ¿Feliz?

R. Modestamente feliz. Satisfecho… Y sabiendo que en cualquier momento me puedo ir a cualquier sitio.

P. Porque la patria, ¿qué es? ¿Unos cuantos paisajes y unos cuantos amigos, como dice usted?

R. Eso es la patria. No más.

P. ¿Está escribiendo?

R. Siempre, lo que ocurre es que ando perdido en dos proyectos que no llegan a cuajar. Ya he publicado dos tomos de antimemorias, tomando la idea de Malraux, convencido de que la memoria no puede existir. Ahora estoy en el tercer volumen y ya con título: Permiso para retirarme.

P. ¿Qué quiere decir eso?

R. Bueno, que ya estoy en la edad de no hacer nada. Al menos me siento en el momento de jubilarme, quiere decir esto, de no sentir la obligación de escribir. Más cuando la literatura que yo he hecho es espontánea, nada pesada. La de alguien que está contando un cuento.

P. ¿Se retira entonces?

R. No hay que ponerse dramático, pero sí, tiene esa connotación. Es que me dedico más a ver películas y a escuchar música. Pero sin culpa. Ya son 28 libros.

P. ¿Se le quitaron las ganas?

R. No, sino que ya no siento esa necesidad de dejar todo porque debo escribir. No es nada especial. Pero nunca me había pasado. Nunca. Yo era muy disciplinado. Me ha ocurrido esto, sin darme cuenta. Es muy reciente. Sigo con estas dos cosas pero sin prisa, vendrán.

P. Aquella depresión que le entró tras Un mundo para Julius, ¿fue producto del éxito?

R. No soporto el éxito. Ni ver cómo carcomía a algunos amigos.

P.Le dieron una paliza en Francia por una novia. Pero, ¿quizás la que más le dolió fue la que le cayó en la Feria de Guadalajara cuando le acusaron de plagio?

La literatura que yo he hecho es espontánea, como contar un cuento

R. Eso fue una cabronada muy grande. Todavía tengo eso en los tribunales. Vino de un señor, jubilado, que me pasaba manuscritos para que le leyera... Era pesado el hombre. Se paraba en los semáforos y regalaba sus libros en los atascos. Yo le dije las cosas que no me gustaban y, bueno, se molestó. Me acusó de plagiarle. Fui a los tribunales y me absolvieron, pero quiero ir más al fondo. Que llegue a la corte suprema.

P. ¿Aquello le deprimió?

R. No, porque mis amigos se volcaron conmigo.

P. ¿Cuánto le debe su literatura a su familia?

R. Mucho, eran muy decadentes. Alguno llegó a presidente del Perú. Teníamos un palacio que era el único con seis patios: un derroche.

P. No le vamos a creer cuando dice usted que la nostalgia es un problema. ¿Se trata acaso, para un escritor, del recuerdo convertido en material literario?

R. No. Sirve, pero no. La nostalgia se da cuando uno se da cuenta de que algo es irrecuperable. Un amor, una vivencia, una etapa.

P. ¿Pero no es eso el arrepentimiento?

R. No…

P. ¿Ni siquiera cuando habla de su padre, que fue torero, factótum de la ópera y nadie lo creía cuando lo contaba whiskies mediante?

R. Es que era muy parco. Y cuando después de beber, lo soltaba, nos reíamos de sus historias.

P. Esa extrañeza de que los jóvenes escritores peruanos prefieran Madrid a París, ¿de dónde le viene? ¿Confía más la nueva generación en el poder del idioma que ustedes?

R. No lo sé, no tengo idea. Hay parte de verdad en eso. En mi época, más que artistas, en París había políticos, de izquierda, comunistas. Se dividían entre ellos, iban a cambiar el mundo, pero por supuesto, no cambiaron nada.

P. Esa relación de ciertos escritores con el poder, ¿ha sido sana? Algunos la han buscado como forma de influencia. ¿Usted también o más como forma de ironía?

R. A mí no me interesa nada la política. No he aprendido nada. He aprendido más de las conversaciones de mi casa y de los silencios de mi padre que de los políticos. Lo que le decía, la nostalgia. El fin del boom llegó como el rosario de la aurora. Se apoyaron tanto en Fidel que… los dividió. Yo no soy un hombre que pontifique, además. No tengo nada mesiánico.

En Cuba, por amor y con Fidel ‘oficiando’ una boda

El escritor peruano dice que fue amigo de Castro sin ser castrista, si ello es posible. “Eso es un cúmulo de coincidencias. Al parecer, yo figuraba en una lista negra de Cuba. Estaba mal visto. Un día conocí a Roberto Fernández Retamar y le dije que era el único latinoamericano que no había ido a Cuba y que por qué no me sacaba de la lista. Me invitaron a ir y luego lo que me pasó fue algo parecido a un lío de faldas, esta vez, socialista. Con Trinidad Pérez, una cubana influyente con la que congenié mucho. Terminamos de novios y, prácticamente, Fidel nos casó, en sentido figurado. Una vez nos soltó un cariñoso sermón sobre la constancia: la constancia, repetía. Ya, pero no la tuvimos, le fallamos. Duró seis meses lo nuestro”.

Dice que en Cuba se portó bien, como “un ángel”. “Fíjese que una vez, García Márquez me pidió que lo reemplazara a él al lado de Fidel porque llegaba de visita la madre Teresa de Calcuta. Yo no sé… Tenía que ir a todos lados con un escritor. Puede que por timidez. Alguien que le dijera que lo que decía estaba bien… Pero la situación fue grotesca: él le decía a ella: ‘Es usted un producto finísimo del marxismo leninismo porque le ha dado todo a los pobres’. Y ella respondía: ‘A los pobres, no. ¡Por amor a Dios!’. Y Fidel: ‘Pero Dios, madre, no existe…’. Y así. Luego él me dijo: ‘¿Sabes qué? Es la primera vez que me visita una santa”.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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