Réquiem por el libro digital
Los que no leen no van a empezar a hacerlo porque exista un nuevo formato
“El libro digital ha muerto”. Algún día tendremos que acostumbrarnos a titulares así. ¿Por qué no? En 2008 un millar de profesionales consultados por la Feria de Fráncfort puso fecha al momento en que la venta de libros electrónicos superaría a los de papel: 2018. Nos quedan dos años. Tal vez pecaron de optimismo —en EE UU supone el 25% del negocio y en España apenas supera el 5%—, pero algún día otros optimistas dirán que el e-book será superado por el invento que toque. Los libros no siempre fueron como los conocemos. De hecho, antes de que lo fueran hubo que escuchar que el alfabeto terminaría con la memoria o que la fragilidad del papel nunca podría competir con la solidez del pergamino.
La lectura ha pasado por tantos avatares que no merece la pena perder el tiempo siendo integrado o apocalíptico, pero los apóstoles del futurismo harían bien en contar con las predicciones de los mil de Fráncfort y con el hecho de que casi la mitad de los españoles confiesa no leer nunca. Y, sobre todo, que el 20% de esa mitad reconoce no hacerlo porque no les gusta. Parece difícil que un nuevo formato les haga cambiar de gusto.
Hay quien dice que la imaginación no es más que memoria fermentada, y en el acto de leer se dan la mano esas dos capacidades: imaginar y recordar. Puede que un día la sociedad se divida entre lectores, en el formato que sea, y no lectores. La cuestión es saber quién tendrá no más cultura sino más memoria con la que producir imaginación. Entre otras cosas para saber que el mundo no siempre fue así y para imaginar que puede ser de otra manera. También puede que un día se invente algo que nos lleve al mismo sitio que un libro sin necesidad de leerlo. ¿Nos daría igual un cuadro que una inyección que produjera los mismos efectos que ese cuadro? Algo así se preguntaba Wittgenstein.
Tal vez un día leer sea solo parte de un tratamiento médico. A algunos enfermos que necesitaban moverse los médicos antiguos les recetaban lectura, considerada un ejercicio físico como correr o caminar. Lo recuerda Jean Leclercq en El amor a las letras y el deseo de Dios (Sígueme), una introducción a los autores monásticos de la Edad Media, esa época a la que —con las Humanidades camino del monasterio y un juglar como Nobel de Literatura— tanto empieza a parecerse la nuestra.
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