El divorcio de la Iglesia y el franquismo
El cardenal Sebastián y el teólogo González de Cardedal reflexionan sobre cómo escaparon los religiosos del maridaje con la dictadura
La Iglesia católica salió viva “como pudo” de su maridaje con Franco. Esta máxima de Machado sobre cómo crecen la encinas en el páramo castellano la utilizó hace 15 años el teólogo Olegario González de Cardedal en un informe de la Conferencia Episcopal Española (CEE) titulado La Iglesia en España. 1950-2000. Varios obispos, entre otros los ahora cardenales Antonio María Rouco y Fernando Sebastián, analizaban con él la transición de su religión hacia la democracia. Quince años más tarde, la CEE vuelve sobre el tema con tintes aún más dramáticos. Según los obispos, España se seculariza a pasos agigantados, resurge el anticlericalismo, Dios ha sido silenciado y ni siquiera los católicos hacen caso de las orientaciones de sus prelados. Dos de los grandes pensadores cristianos del momento, los citados Fernando Sebastián (Calatayud, 1929) y Olegario González de Cardedal (La Lastra del Cano, Ávila, 1934) , reflexionan de nuevo sobre la crisis del catolicismo español en sendos libros de Ediciones Encuentro. Se titulan Memorias con esperanza y Ciudadanía y cristianía. Una lectura de nuestro tiempo.
El cardenal Sebastián y el teólogo González ocuparon desde jóvenes un lugar de honor entre los docentes de la Universidad Pontificia de Salamanca, de la que fueron expulsados por demasiado avanzados. “Olegario se fue a Oxford y yo me quedé en casa con un disgusto regular”, escribe el cardenal. Volvieron pronto, y para quedarse, de la mano de Pablo VI, Sebastián como rector magnífico, Olegario como decano. El ahora cardenal Rouco era el vicerrector, aún más joven. “Fuimos buenos amigos y trabajamos juntos muy a gusto”, dice Sebastián sobre Rouco. Ni una palabra más. Pero hay un lamento que comparte con Olegario: no haber logrado convertir a su Pontificia “en una universidad con proyección en la modernización de la cultura católica”. Cada obispo quiso controlar su propia universidad. “Hoy tenemos ocho o diez, ninguna con la calidad que se necesita. El papa Francisco pide una Iglesia capaz de atraer y convencer. Para eso hay que saber bastante. No basta saber, pero es imprescindible”, lamenta Sebastián.
Así cuenta el cardenal la ruptura con la dictadura. “En los últimos años del franquismo, los curas jóvenes y los cristianos más avisados estábamos convencidos de que la Iglesia tenía que despegarse del régimen. Desde 1955, yo no estaba conforme por razones éticas. Seguía pensando que el Alzamiento del 36 había sido inevitable, pero me parecía que el orden resultante no podía ser definitivo. Lo más negativo [de Franco] fue la implacable depuración de los primeros años de la posguerra, detenciones, trabajos forzados, fusilamientos”, escribe en Memorias con esperanza. Sebastián fue el teólogo preferido de Vicente Enrique y Tarancón, lo que marcó a la baja una carrera llamada a grandes misiones. La malhumorada restauración impuesta por Juan Pablo II lo relegó a puestos de segundón en la CEE. Francisco reparó hace dos años la injusticia haciéndole cardenal pese a tener ya 84 años.
El ateísmo de Alfonso Guerra
El cardenal Sebastián desvela sus relaciones con el PSOE: “Me veía con Alfonso Guerra en La Moncloa. Nos entendíamos bien. No era difícil saber lo que se podía hacer y lo que no. Guerra tenía mucho poder. En aquellas oficinas se revisaba todo lo que se hacía en los ministerios. Una vez me dijo: “Os conviene llevaros bien con nosotros; la llegada de PSOE al poder es irreversible”. Me pareció un poco fuerte y le respondí: “Bueno, ya veremos. La Iglesia ha tratado con varios ‘Imperios irreversibles’ que se han quedado en el camino”. En ocasiones hablamos de religión. Me resumió así la esencia del ateísmo: “El ateísmo es un punto de partida. Si Dios existe o no es un problema suyo”. En aquellos encuentros, generalmente por la tarde, buscábamos con sinceridad fórmulas de compatibilidad y convivencia. Tengo la impresión de que las cosas han ido a peor. Ha resurgido la desconfianza”.
La manera de alejarse del franquismo, a veces con estruendo (la dictadura acabó abriendo una cárcel solo para curas), fue común entre los muchos clérigos que estudiaron en universidades extranjeras en unos años en los que muy pocos universitarios tenían ese privilegio. “Cuando fui a estudiar a Roma y luego a Francia y Lovaina comencé a pensar que la Iglesia tenía que favorecer el advenimiento de un orden nuevo. Era imprescindible para recuperar nuestra credibilidad”, escribe.
El PSOE anticlerical
La decisión de apartarse de “los desmanes” del franquismo (es el calificativo que usa González de Cardedal en Ciudadanía y cristianía), para no ser arrastrados en su caída a la muerte del dictador la impulsó en 1962 Juan XXIII, arropado por el futuro Pablo VI. Los dos detestaban las dictaduras y habían sido molestados por la Inquisición. Su hombre sería el cardenal Tarancón, arrinconado por Franco durante 18 años en la diócesis de Solsona. Sebastián era uno de los asesores y su heredero intelectual. Escribe, al respecto: “Un par de meses antes de cumplir [Tarancón] los 75 años me dijo: 'te he puesto el primero en la terna para Madrid'. Yo le contesté un poco cínicamente: 'Pues ya me ha librado de ser arzobispo de Madrid”. Efectivamente, Juan Pablo II jubiló con cajas destempladas a Tarancón y congeló las carreras de los taranconianos.
Aquella conflictiva transición –muchos obispos pidieron el voto contra la Constitución, tachándola de atea e inmoral- la preparó Tarancón arropado por un “consejillo” en el que estaban unos pocos laicos. Sebastián destaca a los periodistas Luis Apostua, del desaparecido diario Ya, y Juan Luis Cebrián, años más tarde primer director de EL PAÍS. Es delicioso el relato sobre cómo negociaba Tarancón con los líderes de los partidos de izquierdas, aún en la clandestinidad, en especial con el comunista Santiago Carrillo, a quien pisaba los talones la policía, y con los socialistas Felipe González y Alfonso Guerra. “Carrillo nos explicó cómo su partido quería ser laico pero no anticristiano. Nos dijo que el PSOE era bastante más anticlerical que el PCE. Nos vimos de nuevo para explicarle cuál era la redacción del artículo 16 de la Constitución que nos parecía más conveniente. Él personalmente defendió en el Congreso la mención explícita de la Iglesia católica, que los socialistas no querían aceptar”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.